Y aquí comienza lo divertido y lo irónico. Cuando las personas que desconoces te apuñalan por la espalda y los que conoces te apuñalan de frente y directo al corazón; aunque deberían de apuñalar la mente, ya que es eso que más nos tortura
Una botella prácticamente vacía sobre la mesa. El bar medio deshabitado, solo quedaba la camarera y el propietario del local secando las copas recién lavadas con un paño blanco y comentando aquella peculiar escena con la joven sirvienta.
Martina tenía los brazos cruzados y la cabeza entre ellos, como durmiendo. Vasos volcados y algunos aún llenos de bebidas alcohólicas se encontraban frente a ella. Su móvil no paraba de iluminarse recibiendo llamadas y molestando con su incordiante vibración, retumbando sobre la madera.
La vieja puerta del local se abrió, permaneciendo en el marco una figura femenina cubierta por copos de nieve. La penumbra de las altas horas de la mañana no permitían verle el rostro. Desde allí observo el cuerpo de Martina, inclinado sobre la mesa con los brazos a modo de almohada. Sus labios se juntaron con decepción, dio un paso al frente y las luces del bar les permitieron reconocerla; era Mei.
–– ¿Martina?–– Preguntó con un tono aterradoramente dulce. La agarró por el hombro y la incorporó.
El flequillo que caía por los laterales de su cara estaba humedecido a causa de las lágrimas. Sus mejillas y su nariz estaban rojizas a causa del alcohol y su voz sonaba torpemente extasiada.
––Vienen a por mí–– Su mirada se encontraba fija sobre los vasos.
–– ¿Quién viene a por ti?–– Preguntó levantándola del asiento mientras dejaba dos billetes –uno de 10 y otro de 5– sobre la mesa. Todo el mundo sabía que los que no mentían eran los niños y los borrachos. Pasó el brazo de Martina por su nuca y la mantuvo de pie.
––No lo sé–– Respondió a punto de que sus piernas le fallaran. Miró el umbral de la puerta entornando los ojos, como si lograra ver a alguien que le esperara entre la densa oscuridad de la noche. Inmediatamente tuvo que apartar la mirada por un irritante pitido que sonaba el interior de sus oídos, provocando una mueca de dolor en su rostro que enseguida Mei captó.
Una sonrisa emergió de la oscuridad de su rostro. Giró la cabeza hacia su mejor amiga y con aquel todo de borracha, murmuró ––Pensaba que no volverías... lo único que quiero es que no me falles... no quiero tener que olvidar a alguien más... esto duele más que las garras de ese animal.
Mei se quedó aturdida ante aquello. Martina nunca le diría a nadie que le echa en falta, ya que siempre se hacia la dura para que nadie la tomara por la típica chica débil a la que te puedes llevar a la cama con un par de copas de más.
–– ¿A-animal?–– Tartamudeó recorriéndola con la mirada. Martina no la respondió ni tampoco evito que la mirara. Tragó saliva y se dispuso a llevarla a casa.
***
Frente a ella se encontraba la puerta de la vivienda de Martina, con aquella extraña marca grabada a fuego en la madera. Arqueó las cejas y buscó en su bolso las llaves del piso. Martina ya se mantenía en pie, habían estado un tiempo por las nevadas calles de Brujas y Mei le había hecho tomar el remedio más común para una borrachera; agua.
Ya se encontraba lo suficientemente sobria como para recapacitar bien todo. Quiso adelantarse a Mei para entrar en la casa por si aquel bicho negro había tenido la idea de volver pero, en cambio, sus pies se enredaron con el asa de la bandolera que tenía por bolso, tropezándose y haciéndola caer contra Mei, tirándola al suelo y dejando al descubierto la herida de su hombro, pronunciando una aguda queja de dolor al chocar sus manos contra el suelo.
«Duele. Arde» pensó mientras una gota de sudor recorría su sien, creada a causa del agobiante daño que le causaba la herida. Mei recorrió con la mirada su cuerpo velozmente y seguidamente se centró en el hombro de Martina, sobresaltándose al ver el desgarro de tres largos cortes sobre su blanquecina piel. Supuró una gota de sangre que se vertió al vacío como si tratara de suicidarse. Martina se colocó sobre las rodillas, dejando libre a Mei, permitiéndola salir.
––Te dije...–– Su voz sonaba desgarradoramente apagada––...que no sabía a lo que me enfrentaba–– se tocó el arañazo y curvo la espalda por el dolor. Mei se deslizó entre sus piernas y le levantó la cabeza con las dos manos, tocándola solamente con la yema de los dedos y contemplando una mirada llena de agonía y sufrimiento, sin brillo y con cansancio.
––Trae anda, te curare eso.
La levantó por las axilas, ayudándola a incorporarse y sentándola en una silla de madera que se encontraba frente a una amplia mesa de comedor. Buscó entre los cajones de uno de los baños de estilo griego que ocupaba la planta baja –Suelo de baldosas blancas, paredes recorridas por azulejos de mármol. Una mampara de ducha tan limpia que apenas era visible. Unos altavoces con soportes unidos a la pared para escuchar música. Toallas blancas como el algodón– sacó del baño una especie de caja metálica vieja y la dejó sobre la mesa, miraba fijamente la caja mientras la abría y observaba el contenido.
––Que debería ponerte...–– susurró, frunciendo el ceño en síntoma de preocupación.
Martina curvó los labios en lo que parecía ser un intento de sonrisa. «De esto trata la amistad, ¿no? De dar todo por una persona a la que aprecias y quieres aunque estés enfadada con ella». Para ella los recuerdos eran como una película antigua que no paraba de pasar sin saber cuál era el final pero que, cuando miraba a los ojos a Mei seguía encontrando en su mirada aquella niña pequeña, juguetona y cantarina que tanto le alegraba los días al llegar a aquellas clases de arte que, a su lado, se hacían las más amenas que había podido vivir.
Mei se giró y, avergonzada se sentó sobre las piernas de Martina y comenzó a curarle la herida desde cerca. Cubrió una de las gasas con desinfectante y la pasó delicadamente sobre el arañazo, creando un alarido por parte de Martina que cerraba los ojos con fuerza para soportar el dolor. Mordía su labio con rabia hasta casi hacerse sangre con los colmillos. Mei la observó con cautela.
––No me seas quejica–– Comentó graciosa entre risas.
––Gracias por el alago, eh
––De nada mujer. Por cierto ¿Has hablado con Daniel?
–– ¿Daniel?––Preguntó y seguidamente suspiro a causa del escozor ––Si, antes estuve hablando con él, me llamó para recordarme que mañana debo ir a la universidad ¿Por?
––No sé, llevaba tiempo sin verle––La miro de soslayo intentando descubrir lo que ocupaba su mente a pesar de los problemas ––Sabes que cualquier cosa puedes contármela ¿no?
Martina asintió con la cabeza, el sentirla sobre ella por algún remoto casual la estaba poniendo nerviosa. Su pulso acelerado y sus mejillas sonrojadas ya no eran causa del alcohol. ¿Acaso se escuchaba el fuerte sonido que provocaba su corazón dentro de su pecho? Lo temía.
––Martina...––masculló Mei casi susurrando. Paró de curarla por unos segundos mientras mantenía su mirada fija en los tres surcos de su piel. El final del arañazo se encontraba cerca de la denotada clavícula de Martina, la rozó con la yema de su dedo pulgar. El cuerpo de Martina se estremeció, acelerando su respiración. Levantó su brazo derecho y tocó la cara de Mei con delicadeza. Sus miradas se cruzaron y sintió como una corriente eléctrica las recorriera de arriba abajo.
––Tranquila pequeña.
Sus labios mostraron una sonrisa tranquilizadora y a su vez electrizante.
Un tintineo. Eso fue lo provocante de una ola de temor por su cuerpo. Tapó con rapidez la boca de Mei y la escondió en el baño mientras la pedía que se estuviera quieta. Martina espero frente a la puerta para ver quien entraba y, tras deslizarse aquel trozo de madera y metal sus pupilas se contrajeron al contemplar aquello.
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El futuro Incierto
Ficção AdolescenteCuando todo el mundo padece y se transforma en todos tus miedos. Cuando un amor irracional se alberga en tu corazón, pierdes los hilos de tu destino y te encuentras sola en medio de un mar de dudas y peligros. Martina, una joven diseñadora gráfica...