23.Sonrisas oscuras

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Eras tan delicada como una rosa. Tan hiriente como un cuchillo y tan peligrosa como la droga. Me sentía adicta a ti. No quería esto para mí pero... ¿Cómo evitar mirar aquella sonrisa? ¿Cómo evitar tus pupilas si resbalaban por mi cuerpo como buscando mis puntos débiles? Ah. No lo sé, pero lo siento, soy adicta a ti y si no te consumo algo me mata por dentro. Tal vez la ansiedad. Tal vez el tiempo. Tal vez el gobernador de mis deseos.

-- ¿No tienes miedo de mí?

-- ¿Por qué debería?-- Le respondió mientras seguía caminando sobre las hojas secas. Había descansado durante horas, acogiendo a aquella muchacha que se acababa de encontrar y le había prometido que la acompañaría hasta la ciudad. Ahora vestía diferente: unos pantalones de tela anchos (de soldado árabe) blancos y una camisa ajustada y cubierta por un chaleco de piel de animal bastante tosco y cálido junto con unas botas de media pierna y una capa que cubría desde sus hombros hasta sus tobillos.

--No sé. Tal vez por ser una desconocida o por miedo de quien puedo ser realmente.

Sus labios nuevamente se curvaron, abriendo paso a una débil sonrisa.

-- Tu sonrisa... es triste al igual que tu mirada, pero aun así, intentas aparentar que estas bien. Crees ser fuerte, lo intentas aparentar, pero aun así tu mundo se viene abajo con facilidad. Bajo tus pies tu suelo se hunde sin tu poderlo evitar y por ultimo -Se giró, tocando con su dedo índice donde se situaba el corazón de Martina- sabes a quien amar, pero te sientes aturdida en estas situaciones en las que ni tu misma sabes quién eres realmente. Por eso temes demostrárselo, ¿me equivoco?

Gata negó lentamente con la cabeza, le sorprendía que aquella damisela le hubiera resumido sus últimos meses en escasos segundos. Sus oídos se afinaron al escuchar el firme paso de caballos cerca de ella. Agarró a la joven, tapándole la boca y cubriéndola con su cuerpo, encerrándola contra un árbol. Esta se asustó, no sabía a qué se venía este ataque tan repentino hasta que vio pasar a ambos lados del tronco, dos caballos con sus jinetes montados. Se acercó por detrás al que aparentaba ser más fuerte, lanzándole la daga negra y al otro, en un movimiento rápido, la daga blanca, haciendo caer a los dos de sus monturas. Agarró a los dos corceles por las riendas, procurando no pisar a sus dueños y seguidamente dirigió una veloz mirada a la joven.

--Dios mío. ¡Los has matado!

-- ¿Acaso preferías que nos mataran ellos a nosotras?-- Preguntó ofreciéndole las riendas del caballo blanco, ella las aceptó al cabo de varios segundos, permitiendo a Martina acordarse de que no se había presentado -- por cierto, en un momento tan... inesperado- comentó mientras miraba los cuerpos, buscando una palabra para describir aquella situación- mi nombre es Martina Sorat, ¿y tú?

--Me llamo René. René Grace-- Miró a los dos jinetes, dejando una terrible mancha circular de sangre contra el suelo y sus labios se juntaron, apretándose entre ellos -- ¿Por qué me ayudas?

--Si estuviera muerta, no te ayudaría, pero como estoy viva, te ayudo --Una sonrisa se interpuso entre la tristeza de su mirada y su boca --Quiero compensarte con haberme salvado.

Se subió sobre el animal y agitó las riendas con fiereza, comenzando una carrera contra el tiempo a través de los miles de árboles del bosque, corría sin piedad, como si se conociera ese mismo sitio de memoria, mejor que la palma de su mano. Quien diría que podría comparar aquella "soltura" con el amor. No sabía por dónde se movía pero aun así no se arrepentía de por dónde pisaba su caballo, dejando las marcas de sus cascos contra el suelo, iba a dejar marca y lo sabía. Ante ella se izaba victoriosa la ciudad. Por fin, tras varios días de caminar y utilizar aquellos dos preciosos animales, por fin habían llegado a su destino.

--Y aquello de allá-- Soltó las riendas con una mano para poder señalar hacia el frente -- es Zafira, la ciudad de la buena fortuna. O así la llaman.

Martina sonrió ampliamente mientras cubría su cabeza con la capucha de la capa, formándole una sombra que le cubría prácticamente la mitad de su rostro «Dudo que me reconozcan por robar un caballo... que yo sepa no llevan matricula en el culo» Nada más entrar por los grandes portones que cubrían la entrada de la ciudad, mezcladas con los mercaderes de la zona, unos soldados se interpusieron a su paso.

--Detenedlas-- Se escuchó. Aquella frase partía de una voz tenue y a su vez extremadamente femenina. Martina alzó la mirada, reconociendo tras las armaduras de los soldados a Daniel y a Sara. Frunció el ceño y sus dos pupilas buscaron a la dueña de aquella voz. A su izquierda, subida en lo que parecía un altar de piedra se encontraba una mujer de cabello rubio, corto por un lado y largo por el otro, por debajo teñido de negro pero lo que sí que reconoció fueron sus ojos; tan verdes y vivos como los de Irisviel, pero estos tenían un tono apagado, sin brillo.

-- ¿Hicimos algo mal? -- Sus cejas se arquearon, formando un desliz perfectamente creado para una muestra de confusión.

-- No se trata de eso-- Respondió fría. De detrás de aquella mujer apareció Irisviel con la cabeza gacha, mostrando vergüenza -- ¿Tienes que arrastrar a todos contigo? Son tus problemas, no los de los demás.

Martina no le respondió, únicamente se quedó callada mientras apretaba su mandíbula con fiereza, tragándose su orgullo y sus palabras; que ácido sabor. Su cuerpo lleno de arañazos y de cortes pocos profundos, lucían bajo su capa. «Tenía que estar ella metida. No tenía suficiente» Masculló para sus adentros. Se dispuso a dar la vuelta sobre si misma con el caballo para salir de allí cuanto antes, pero algo la detuvo. René la miró con lástima mientras miraba a los dos soldados.

-- ¡Para! ¡Ella no tiene la culpa de nada! --Espetó contra su propia madre Irisviel. Una risa silenciosa emergió de sus fauces, como si le doliera reír o como si en aquellos instantes estuviera prohibido.

-Mira que sorpresa, fíjate, ya os podéis ir a casa. Venga, suerte- Hizo un gesto con su mano y se dispuso a darle con el talón nuevamente al caballo.

-Acabarás sumergida en un mar de oscuridad del que ni con ayuda podrás salir-- Su voz sonaba como cuchillas impregnadas del peor veneno que podría consumirse en cualquier momento. Le dolía en el pecho como si estuviera vendiendo su alma a alguien que tras eso la iba a torturar amablemente hasta su muerte.

Una carcajada resonó por la ciudad sin tacto, como si fuera de un loco sin compasión de arrancarle la vida a cualquiera -- ¿Y por qué no eres buena madre y alejas a tu hija de un monstruo como yo? -- Suspiró. Le pesaba decir aquello pero era la realidad.

El animal comenzó a caminar entre el adoquinado suelo de la ciudad, pisando con desgana mientras aceleraba el paso poco a poco, las puertas se cerraron ante ella, creando un ruido de vacío y soledad, frenó de golpe, resbalando sus pezuñas por las piedras que cubrían el suelo. René se asustó y seguidamente atendió a la nueva orden.

--Cogedlas-- Resonó como si fuera en un altavoz. Martina hizo alterarse al caballo, hincando sus talones en el lomo del animal, dándole un pequeño golpe para que acelerara el ritmo hasta que no pudiera más, desbocándolo por las estrechas calles que recorrían la urbe central mientras sentía las miradas posarse sobre ella para quebrarla a susurros que contenían. Viró nuevamente tras de sí para escaparse de aquel tumulto de personas que le observaban, inquietas. Martina no tenía tiempo, o se iba de ahí o terminaría colgada de una soga con penitencia de muerte.



El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora