18. El Túnel

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El túnel que en todos los lugares te llevaba a la luz ahora no era más que un estrecho sitio que solo recorría la oscuridad. Con tu ausencia me encontraba ciega y aun así mi corazón se veía precioso a pesar de estar tan roto.

Una amplia sonrisa en un rostro magullado. Sangre brotando como si fueran simples lágrimas que emanaban su cuerpo. Unas enormes alas negras para alguien que no sabía ni siquiera por que las tenía. Un borracho que rondaba por los alrededores dejó caer la botella que sus manos envolvían al contemplar aquella escena: Un ángel oscuro, tres demonios y lo que parecía ser un perro. Tanta perfección ¿Cómo iba a ser parte de una actuación?

Huyó de aquel lugar sin pensárselo dos veces mientras gritaba con su embriagadora voz que los ángeles habían llegado para salvarlos. Ilusos.

Tragus pasó rozándola en dirección de Alison, pasándola de largo para salir del callejón, directo a por aquel pobre hombre que había presenciado todo aquello por equivocarse de momento para pasar por allí. Entre el silencio de la noche se escucharon ladridos y seguidamente un angustioso grito lleno de dolor y terror.

Martina sintió como su corazón se encogía en el interior de su pecho, dirigiendo una mirada de reojo al final del callejón, ignorando la presencia de la peliazul. Apretó sus dientes entre sí, denotando los músculos de su mandíbula. Por el rabillo del ojo visualizo la afilada hoja de una daga sujeta a una cadena se aproximaba a ella con gran velocidad. Sus dos alas se azotaron con violencia, alzándola en el aire pero sin poder evitar sentir como un corte recorría su abdomen. Sin poderse elevar lo suficiente un látigo de acero se enredó con furia en su pierna derecha, un tirón y su cuerpo chocó contra la pared del edificio. Sus manos se dirigieron a su tripa para palpar la herida. Una gota de sangre resbaló por sus dedos, formando sin mucho esfuerzo dos dagas falcatas gemelas en su cinturón, sujetas. Las desenvainó, dejando al descubierto las dos armas que representaban –sin duda alguna– las contratadas fuerzas del bien y del mal unidas –una de hoja negra y la otra de hoja blanca– y con las que le permitió cortar los amarres que la sujetaban con una brutal fuerza.

Cada minuto que pasaba sentía como algo de ella se esfumaba como si fuera humo. De una batida le permitió llegar hasta varios metros por encima de las casas, contemplando a los 3 demonios desde las alturas. Sus dos alas se camuflaban en el oscuro cielo, iluminando sus plumas con el resplandor de los relámpagos. Sentía frío y su piel se encontraba erizada ante el tacto de la fría lluvia. Gotas de agua escurrían desde su pelo hasta su barbilla mientras su ropa se calaba sin mucho esfuerzo. Su piel manchada de barro y sus brazos llenos de rasguños por los golpes. No veía nada, no reconocía nada que le atacara y mucho menos alguien que pudiera ayudarla. La cegadora luz de un relámpago iluminó completamente el cuerpo de Val aproximándose a ella para embestirla. La esquivó y seguidamente clavó sus dos espadas en su espalda para hacerla caer con una patada que la hizo chocar con brusquedad contra el suelo.

Descendió hasta que sus rodillas tocaron el asfalto. Cansada y dolorida. Jadeó mientras con una mano se apoyaba en la pared. Un grito y seguidamente una cegadora luminiscencia, al otro lado de aquella luz había una figura delgada con un cetro entre sus manos. Aquello tan cegador le hizo recordar el momento en el que no reconocía a quien se encontraba enfrente de ella, condenándola.

Aquella dulce voz que pronunciaba su nombre con preocupación se acercaba a ella con paso rápido. Su cuerpo se paralizó, quedándose estática en el sitio al ver como Martina se incorporaba a duras penas y las puntas de sus alas rozaban el suelo por su monstruoso tamaño. Sus pupilas se contrajeron al ver sus ojos negros e inmediatamente alzo su cetro ante ella antes de que pudiera reaccionar y siseó con soltura lo que parecía ser latín:

––expergiscitur nos de somno surgere.

Sus oídos se abrieron para poder comprender aquel extraño idioma en el que siglos anteriores hablaba prácticamente todo el mundo. No la reconocía por la falta de luz pero lo que le acababa de pedir es que despertara de su letargo, respondiendo a aquello de inmediato; ocultando sus alas y volviendo a ser aquella chica de pelo castaño y ojos grises que todo el mundo esperaba ver. El agua crepitaba contra el suelo, creando una especie de niebla por las salpicaduras que creaban. Observó detenidamente a la joven que le había hecho volver a la normalidad y seguidamente se levantó, sintiendo su cuerpo pesado y dolorido mientras sus pupilas se acomodaban a la escasa luz.

«No fue una alucinación, ella estaba allí» Pensó. Corrió hacia ella, dando trompicones y tropezándose consigo misma para poder abrazar a su entrañable hermana.

––Lo siento–– Masculló Sara con lágrimas en sus ojos ––Siento haberte dejado sola. No era mi intención pero tenía que ir a comprobar algunas cosas.

Daniel, Irisviel, Mei y Paola la contemplaban desde la lejanía. La joven pelirroja y la muchacha de ojos verdosos no comprendían el por qué su alma se encontraba tan dolorida hasta que Daniel, sin mucha esperanza comenzó a hablar:

––Esa de allí es su hermana, Sara Sorat. Tras un accidente de tráfico hace ya unos cuantos años, exactamente 6 no fue capaz de mirarla a los ojos. Se culpaba de todo lo ocurrido hasta que un día decidió irse de su casa ya que ella ya trabajaba, así que desapareció sin dejar rastro ni a su madre ni a ella. Durante muchos años Martina no paraba de ver oscuridad, pocas veces veía un ápice de luz que le indicaba por donde seguir sin tropezar y caer en cualquier lado, pero aun así se dedicaba a pintar sonrisas en el rostro de los que la rodeaban. Se empeñaba en hacer lo mejor por todos... sin pensar en si misma, y mucho menos en las consecuencias que le acarrearía todo aquello, pero aun así, ella las asumía y cuando algo fallaba o no salía como quería, no se arrepentía–– Hizo una pausa mientras sus ojos se fijaban en ella. Su mirada nostálgica hablaba por él, expresando el vacío que le creaba aquella escena–– Un día Martina no acudió a sus clases de arte, a lo que su madre me avisó para que fuera a buscarla. Tarde horas en encontrarla, y no sabría decir si hubiera querido verla o no. Me la encontré sentada en un parque con moratones por el rostro y por el cuerpo, no lloraba, no hacía nada, solo escuchaba y a veces ni eso, parecía ausente. La llevamos al hospital y allí le diagnosticaron depresión, aparte de varios huesos fracturados; pero nunca explicó quién se lo había hecho. Ella.... Es una chica fuerte, dura a simple vista y tan fría como si fuera un hielo, pero por dentro arde un corazón que grita y suplica por justicia. Por eso, quien decide perderla, tarde o temprano se convierte en su condena.

Unos aplausos lentos e irónicos sonaron a sus espaldas junto con una risa graciosa.

––Preciosa historia y dolorosa al ser real–– Cesó de hablar para ver como Irisviel giraba sobre si misma para mirarle ––Muy buenas, hermanita. Por lo que veo ya has encontrado a quien tanto buscabas. Un poco antes y a lo mejor hubieras evitado una muerte y una paliza. Que ironía del tiempo ¿eh?

Sus miradas refulgían verdes eléctricas. Como si fuera una batalla por quien mantenía mejor la sinceridad en el brillo de sus ojos.

––Uriel–– Susurró con enfado. ––Una cosa es ser un cabrón y otra cosa es ser un traidor. Aunque viniendo de ti, no me extraña ya que traiciones a tu propia familia si traicionas incluso al cielo.

–– ¿Y lo dice la que se ha enamorado de alguien que no es de su propia raza? –– Su tono de voz era sarcástico y vacilón. Contrariando al enfado que Irisviel mantenía.

––Sam no traiciona al menos.

––No estaba hablando de Sam precisamente–

Paola se interpuso entre los dos, tapando con su cuerpo el de Irisviel y sonriéndole ampliamente.

––Oye, ¿Por qué no te piras ya de una vez y dejas de incordiar?

–– ¿Disculpa?–– Sus cejas se arquearon. Incrédulo ante el tono con el que se le estaban dirigiendo.

–– ¡Que te pierdas! ––Gritó burlona creando una risa inquieta en Irisviel. Sintió una presencia a su lado y como unos finos brazos la rodeaba. Se encontraban empapadas las dos pero aun así, sin saber cómo, Irisviel se sentía cálida a su vera. Levantó la mirada para contemplar quien era y descubriendo la figura de Martina. Le sonrió, ¿Por qué se veía tan preciosa cuando sus ojos brillaban al verla? Realmente no lo sabía.

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora