Tantas veces te escuché decir mi nombre en aquellos susurros que tan solo escuchaba yo y el mundo. Qué me acostumbre a ver la tormenta de tus ojos y a sentir la electricidad de tu piel y que cuando te marchaste con el tiempo todo se volvió desierto, un monótono paraje que no daba calor, sino que helaba en cada noche que te esperaba, refugiándome en la tormenta de mis recuerdos, esperando la llegada del tornado.
Sus cuerdas vocales no la dejaban hablar. El nudo en la garganta le decía que si decía cualquier palabra rompería en llanto. La presión en su pecho le indicaba que necesitaba que alguien le dijera que estaba todo bien.
––Martina...–– Escuchó desde el otro lado de la línea. Una voz femenina, quebrada y temblorosa acababa de mencionar su nombre.
––Mamá...–– Susurró. Sus manos supuraban, y en la punta de sus dedos comenzó a sentir aquel hormigueo de cuando se te duerme una parte del cuerpo. Miró la pantalla del móvil ya que nadie decía nada después de aquello. Irisviel la observaba confusa ¿Dónde la había visto antes?, su corazón se aceleraba al estar cerca suya y su mente se confundía al intentar buscar su recuerdo.
––No busques en tu pasado, hija mía, no busques en tus recuerdos. Te quiero–– Un sonido seco y seguidamente el silencio, al igual que otros muchos sentimientos negativos invadieron su cuerpo.
Bip... Bip... Bip...
Martina, como si fuera llamada por el canto de las sirenas, involuntariamente comenzó a correr, saltando las escaleras y bajando lo más deprisa que pudo, iba apartando a la gente con sus manos mientras aumentaba su velocidad. Mei miró por la ventana para ver a donde se dirigía hasta que desapareció tras las puertas de su coche y seguidamente en la lejanía. A los pocos minutos llegó a la casa de sus padres, la puerta se encontraba entornada, la empujó y se adentró en la casa.
–– ¡Mamá!–– Gritó con euforia, esperando una respuesta que la tranquilizara –– ¡Mamá!–– repitió.
Subió de dos en dos las escaleras y recorrió toda la casa sin llegar a entrar en las habitaciones. Se paró frente a la habitación de sus padres, giró el pomo y empujo con cuidado la puerta, la estancia se encontraba totalmente ordenada, la cama estaba hecha y sus sabanas totalmente lisas, como si la acabaran de hacer, el armario cerrado y la moqueta limpia. Parecía que en la casa no vivía nadie.
Podía escuchar su propio pulso hasta ella misma. Su corazón iba a mil y se sentía tan agobiada que podría decir que aquel músculo que le daba la vida se le iba a salir por la boca. Escuchó unas risas infantiles y lentamente salió de la habitación de sus padres, sus pasos eran pesados casi arrastrando los pies. Frente a ella una puerta con unas flores pintadas en la madera y en el marco unas muescas que indicaban la altura –como si fuera una regla– agarró el pomo dubitativa y lo giro hacia la derecha con cuidado, la puerta se abrió con un pequeño rechinar y frente a ella había una niña pequeña –de pelo castaño hasta mitad de espalda y con ondulaciones, un jersey con una mariposa como logo, unos pantalones de pijama y unas pantuflas azules. No iba conjuntada– y frente aquella pequeña muchachilla había otra con la misma sonrisa deslumbradora pero un poco más mayor. Parecía una foto. Un reflejo en las aguas de un lago, se encontraba borroso y seguidamente desapareció.
––Recuerdos... convertidos en espejismos–– susurró decaída mientras observaba la habitación con cautela. Dos camas en cada lado de sabanas iguales y en el cabecero de cada una ponía "Martina" y en la otra "Sara". En una esquina de la sala había una especie de cajón cuadrado –cesto- en el que guardaban los juguetes.
«No hay nadie» pensó «Estoy sola». Como si fuera una sinfonía aterradora para sus oídos escuchó el débil sonido de dos sartenes chocando, bajó las escaleras casi saltando por la barandilla que las acompañaba y al entrar en la cocina el reloj comenzó a dar vueltas sin parar; volviéndose loco. Sintió la pesadez en su cuerpo, del reloj emergieron rayas negras, como si fueran raíces de un árbol manchadas en el fango más oscuro de todo el mundo. Los parpados se le entornaban solos, sentía que se iba a derrumbar. Se ayudó con una silla para mantenerse en pie y su cuerpo cedió, arrodillándola contra el suelo.
–– ¿Me abandonarás?–– Escuchó como susurro en su cabeza, su vista se nubló –– ¿Dejarás que todo esto te venza ahora?–– Sus manos chocaron contra las baldosas, agachó la cabeza ––No dejes que esto destruya todo lo que tú te has molestado en construir–– negó con la cabeza, su cuerpo tembló y seguidamente, -como gotas de lluvia por el cristal de un coche- lágrimas hicieron carreras para ver quien llegaba antes a su barbilla para suicidarse.
–– ¿Quién eres tú?–– recordó a Ángel, mirándola fijamente en las oficinas de diseño gráfico y como su boca se movía para pronunciar aquella pregunta a la que ni ella misma tenia respuesta.
«No lo sé» «No sé quién soy» Sus manos taparon sus oídos. Quería dejar de recordar. Quería que todo aquello no fuese más que una de sus absurdas pesadillas.
Pero no lo era.
Se tapó la cara. Tenía dolor de cabeza y además estaba llorando. A su lado el recuerdo de su hermana, sujetaba el volante de su coche, reían ya que Martina le estaba contando cuando Iona; su madre, se puso a gritar cuando Martina llevo a Nadín a su casa y la vio por primera vez.
––Mamá siempre es así, se alarma demasiado pero en cuanto se acostumbra... que nadie se lo quite–– Comentó entre risas y con lágrimas en las comisuras de sus ojos de tanto reír.
––Eres preciosa.
––Oh, hermanita, no te pongas ñoña eh, tu desde siempre has sido la más guapa de las dos, además, ¡no me digas eso que haces que me sonroje!
Martina rió.
––Sabes, te quiero mucho.
Las luces de un coche las deslumbró. Sara giro el volante y seguidamente lo único que se escuchó fue el chirriar de las ruedas contra el asfalto mojado. Una colisión y ya era todo silencio. Al cabo del poco tiempo sus ojos se entreabrieron, viendo la mano de Sara sujetando la suya. Voces de auxilio.
––Esta chica se va a morir si no la sacamos ya–– Comentó un policía que intentaba abrir la puerta del coche a la fuerza.
––Repite lo de antes... por favor–– Suplicó Sara con los ojos cristalinos, enjuagados en lágrimas.
––Te quiero mucho...
Levantó la cabeza, y a pesar del cansancio se levantó lentamente. Mei entró en la casa corriendo.
–– ¡Martina!–– Gritó con preocupación. Su mirada se dirigió a la figura erguida que había en la cocina y enseguida la reconoció como su mejor amiga, camino hacia ella, la abrazó y, con dolor en el pecho dijo ––Por favor... no me vuelvas a hacer esto...
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El futuro Incierto
Teen FictionCuando todo el mundo padece y se transforma en todos tus miedos. Cuando un amor irracional se alberga en tu corazón, pierdes los hilos de tu destino y te encuentras sola en medio de un mar de dudas y peligros. Martina, una joven diseñadora gráfica...