10. Ajedrez

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Y así comenzaba nuestro juego; tú moviendo las fichas blancas de las promesas y yo mientras tanto las fichas negras de los recuerdos.

Frente a ella unas rejas de metal se alzaban hacia el cielo. Rodeaban un fúnebre edificio de tejas negras y paredes blancas. Un jardín interior y en cada punta del inmueble torreones con orientación bizantina –como si fueran acabados de una iglesia gótica– El jardín era recubierto por una cúpula de cristal sin terminar; y en el centro había un circulo, justo donde se situaba una fuente que se encontraba "protegida" por cuatro musas petrificadas. Arcos de mármol adornando los enormes ventanales de distintivos colores.

Martina se quedó parada en el umbral de la puerta metálica justo cuando a lo lejos visualizó a un joven con gorro de lana y simpática sonrisa.

Los pozos negros que tenía por pupilas se posaron llenos de melancolía sobre Mei. Aceleró el paso para terminar corriendo hacia muchacha de ojos amarillentos.

–– ¡Mei! –– Espetó entusiasmado mientras la abrazaba. Se separó de ella, sujetándola por los hombros y con su amplia sonrisa deslumbrándole preguntó –– ¿Qué tal estas?

–– Bien, Daniel ¿Y tú? –– Respondió con cortesía.

Martina carraspeó mientras se colocaba con el dedo índice sus gafas de sol y volvía a su postura anterior –de brazos cruzados y sacando cadera para mantenerse de pie y no cansarse– evitando que Daniel respondiera a la pregunta de Mei.

––Ah, hola Martina ¿Qué tal? Se te ve bien–– declaró mientras sentía como su pulso se aceleraba –desde siempre Martina había sido como la "mayor" ya que siempre cuidaba de ellos y los corregía–

Martina golpeteó con la yema de sus dedos sus brazos mientras aun aguardaba en aquella cómoda postura. Giró sobre sus propios talones y emprendió rápidamente el camino hacia la entrada de aquel majestuoso edificio de apariencia gótica. Empujó las dos puertas y entró en su interior, miró a un lado y a otro, buscando las escaleras de subida a uno de los torreones –ya que allí se encontraba la biblioteca, en el interior de los torreones, unidos por pasillos de cristal y rejas– aceleró el ritmo hacia la derecha y subió de dos en dos las escaleras hasta comenzar a ver enormes estanterías repletas de libros –de todos los colores y tamaños– aquello parecía un laberinto de estanterías, pasillo tras pasillo ocupado por escasos estudiantes que buscaban documentos para estudiar.

Caminó por una de las estanterías centrales, buscando un libro que le ayudara a estudiar a Daniel. –él estudiaba la carrera de enfermería, doctor exactamente– transportó algunos libros bastante gruesos a la mesa donde se había sentado Daniel junto con Mei.

––No me ayudéis, no se os vayan a caer las manos–– Comento sarcásticamente mientras dejaba el peso sobre la mesa y sacaba una silla de su escondrijo para sentarse. ––Por cierto Daniel–– masculló atrayendo su atención a su palabras –– ¿Por qué motivo exactamente me has sacado de mi casa para venirme a una biblioteca el único día libre de mi trabajo de esta semana?

––Para que me ayudaras a estudiar.

–– ¿Te tengo que recordar que yo estudie diseño gráfico, no enfermería?

––Ya bueno... pero me apoyas moralmente ¿no? ––Preguntó con un brillo audaz en sus ojos mientras la miraba entusiasmado.

«También te puedo apoyar moralmente desde mi casa, tumbada en el sillón y con una llamada de teléfono puesta en altavoz» pensó mientras apoyaba su cabeza en su mano y miraba a otro lado indignada al no poderle responder aquello tan malvado. Pasaba el tiempo, el reloj giraba sin detenerse ni un instante para poderse levantar de la silla y echar a correr. Escaparse. Huir. Eso era lo que pedía, suplicaba que el reloj se parara para poder desaparecer de todo el mundo.

Tic. Tac. Tic. Tac.

Recordó las blancas alas de aquel hombre, tan peligroso como hermoso. Arrebató un folio a Daniel y un lápiz, comenzó con trazados limpios, rayas para algunos, continuó, haciendo facciones hasta en un par de horas terminar dibujando un desnudo totalmente perfecto.

Colocó el lápiz entre la nariz y la boca, sujetándolo con el labio y se impulsó con la silla hacia atrás, quedándose solo inclinada por dos patas de metal «Un... ángel» entornó los ojos y se sumergió en su mar de pensamientos. La silla tembló, haciéndole perder el equilibrio, movió sus brazos para intentar mantenerse firme. El lápiz voló por los aires y finalmente...

––Au–– Masculló dolorida al sentir el impacto contra el suelo. Había cerrado los ojos en un autorreflejo, mas tal vez debería de haberlos mantenido cerrados; pero... era Martina, lo que el destino le pedía, ella hacia lo contrario. Abrió poco a poco los ojos.

«Rosa y... ¿negro? » Se preguntó solo viendo una mancha borrosa, su vista al fin se afinó y tras aquello "rosa y negro" descubrió el juvenil rostro de una mujer «bragas» finalmente logro comprender. Giró sobre si misma; rodando, se puso en pie como pudo y pidió disculpas indefinido número de veces, su rostro se encontraba tan ruborizado como el de la muchacha a la que acababa de ver toda su ropa interior. Cuando su cabeza la permitió escuchar más allá de sus suplicas descubrió –sin mucha esperanza de que esto no ocurriera- la carcajada de Daniel mientras mencionaba que Martina era una tremenda patosa.

El latir acelerado de su corazón se escuchaba como sonido secundario, sus grisáceos iris invadieron el reflejo esmeralda de los de aquella chica. Su pelo negro tizón junto con las pocas pecas que cubrían el puente de su nariz y sus mejillas dejaban paso a un rostro fino y de labios medianamente carnosos –ella era preciosa, tanto como si fuera una imagen angelical-

––Perd...

–– ¡Irisviel!–– Espetó un joven sin dejarle terminar la palabra. Era guapo, corpulento y alto, su voz imponía y sus gestos eran rudos y a su vez amables; contrariándolos. Daniel se levantó de golpe de la silla y, pasando por al lado de Martina, alegre comentó:

–– ¡Sam! ¡Cuánto tiempo!

«Sam» aquel nombre resonó en su cabeza y seguidamente recordó a Ángel, agachó la mirada, sintiéndose aturdida. Una vibración en el interior de sus pantalones –su móvil- La joven de cabello negro dirigió una rápida mirada, deslizándola por su cuerpo hasta llegar al bolsillo de su pantalón. Martina saco el móvil y sin mirar el nombre descolgó.

–– ¿Si?–– Preguntó mientras giraba sobre sus propios talones para dirigirse a la salida ya que las graves voces de Sam y Daniel no le permitían escuchar con claridad.

Mei se levantó del asiento, siguiendo con la mirada a Martina, quien se quedó paralizada al escuchar la voz de quien se encontraba al otro lado del teléfono. Sus pupilas contraídas y su boca seca, sus ojos abiertos con sorpresa y su expresión rígida, con un toque de angustia y terror.

***

Y aquí, finalmente, conocía a alguien que la iba a destruir y a reconstruir tantas veces como eran posibles en una vida.

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora