20. Descosidos del Corazón

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Y como te voy a pedir que te vayas de mi vida si tú eres mi galaxia entera y cada uno de tus lunares mis planetas.

Las puertas del ascensor se abrieron, dejando paso a Martina. Miró al frente, aún en su cabeza recorrían las caricias que le había proporcionado el día anterior aquella joven de ojos verdes. Negó con la cabeza. Sillas, mesas, ordenadores y tazas llenas de lápices y bolígrafos. A su derecha la entrada a la cafetería, se acercó con cautela y se paró en la entrada, sus ojos se entrecerraron al contemplar a Ángel parado frente a una máquina. Tenía dos vasos para preparar, arqueó las cejas y seguidamente camino hacia él, agarrando una de las tazas que había en un mueble para llenársela de café.

–– ¿También le tienes que llevar el café a Roxan?–– Dijo mientras creaba un ritmo con sus dedos contra el cristal del recipiente. Descubrió la azulada mirada de ángel posarse sobre ella e inmediatamente su corpulento cuerpo se movió hacia un lado para dejarle paso.

––No es para la jefa, es para la nueva. Anda algo perdida.

« ¿Nueva? Espera ¿Qué? » Frunció su ceño sin mucho esfuerzo. –– ¿Nueva?–– Alguien se paró en la entrada, vestía de uniforme –falda de tubo, corbata y camisa blanca junto con unos tacones de aguja negros– miró su rostro y su cara mostró sorpresa al contemplar sus ojos.

–– ¡Martina! ¿Qué te ha pasado?–– Su tono de voz mostraba exceso de preocupación. Tragó saliva, tratando de recordar a que se refería con tanta lástima. Rememoró la pelea en el gimnasio y enseguida cayó en la cuenta de que sus facciones se encontraban aún consumidas por los golpes. Sintió el cuerpo de Irisviel pegarse al suyo, su pulso se aceleró, sus pupilas buscan las suyas mientras que Irisviel rozaba con cuidado su labio ––Necesitas que alguien te cure eso.

–– ¿Qué se supone que haces aquí? –– Su mano sujetó su fina y pálida muñeca, apartándola de ella con brusquedad.

––Te dije que empezaría a trabajar pero no sabía que trabajaras en las oficinas Florence.

Contempló como la mirada de Ángel se apagaba al tenerla tan cerca « ¿Irisviel le gusta? » Por un momento sintió pesadez en su pecho ¿Qué se supone que estaba haciendo? « ¿Tan confundida estas que piensas que te gusta? No le gustas, acéptalo, solo está siendo amable» Se burló de sí misma, intentando auto convencerse. Acercó sus labios a su oreja mientras colocaba uno de sus mechones negros tras esta y le susurró con cuidado ––A este chico le gustas–– Su corazón sintió un tumbo. Como si un trueno hubiera roto el cielo ¿Por qué le había dolido tanto decir aquellas palabras? No lo sabía, pero aun así se apartó con una media sonrisa en sus labios. Reposó la taza sobre la mesa y la apartó para ir hasta una pequeña sala con ordenadores. Tocó la puerta un par de veces antes de girar el pomo y adentrarse en esta. La sala se encontraba a oscuras, iluminada por las pantallas de los artefactos.

––Máximus, ¿qué haces?–– Preguntó justo antes de observar como aún Irisviel se encontraba paralizada, mirando atentamente la taza y como la mirada de su queridísimo exnovio se iluminaba fugazmente.

–– ¿No tienes una mala sensación, Martina? –– Le respondió mientras giraba sobre su propia silla, observando a un joven con gafas y bastante más joven que ella. Uno 18 años. No se le veía bien por la oscuridad pero tras sus gafas se encontraban unos finos ojos castaños y su pelo se encontraba alborotado.

Sus cejas se arquearon –como de costumbre– mientras se acercaba a él y se apoyaba en la mesa, sujetándose con las manos –– ¿A qué te refieres?

––Hay una sobrecarga de datos tanto tecnológicos como energéticos en el ambiente, lo que significa que el espacio-tiempo se está alterando molecularmente mientras que nosotros no lo vemos–– Giró la silla a gran velocidad mientras que posaba sus dedos sobre el teclado y escribía a gran velocidad para buscar las cámaras de seguridad de varios estacionamientos «Bendito hacker». Martina lo siguió con la mirada y seguidamente contemplo la pantalla. Ahora mostraba un aparcamiento y en el centro una mujer de unos 55 años se encontraba parada, sola, sin estar rodeada de ningún coche –– ¿Ves a esta mujer?–– Señaló aquella figura femenina. Tenía el pelo tan rubio que parecía blanco, corto por un lado y largo por el otro, teñido de negro por la parte de debajo y alguna que otra mecha.

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora