3. Sueños o Pesadillas

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Y dime, amor, ¿De qué te sirve venir y abrazar mi corazón con angustia y dolor, si seguidamente me lo arrancaras del pecho sin compasión para que se marche contigo?

Acababa de terminar su turno en el trabajo. Había logrado seguir su proyecto tras haber estado comentando algunas cosas con Roxan y Mei. A Ángel lo miraba de soslayo, buscando algún índice que le diera a entender que aquel mensaje lo había puesto él. Pero no fue así.

El vacío en el pecho causado por la intriga, le dejaba un mal estar en el cuerpo. Salió del ascensor y, estando en el hall, su móvil se iluminó mientras vibraba, recibiendo una llamada entrante y que, al mirar la pantalla, descubrió que no era un nombre, sino secuencias de infinitos números que no cesaban de pasar uno tras otro –Como si se tratara un código sin descifrar–.

––Martina.

Levantó la mirada, ignorando el móvil, bloqueándolo nuevamente y contemplando frente a ella, a Mei.

––¿Qué ocurre?

––Te acompaño a casa. ––Respondió. Sus ojos mostraban un brillo audaz de preocupación e intriga.

Caminaron juntas sobre la fría nieve que cubría la ciudad. Dejando sus huellas en el acolchado suelo. Mei la sentía distante, distraída, soñadora.

––¿Qué chico es esta vez?–– Espetó. Mientras la observaba de reojo.

Martina aminoró el paso, sobresaltada y con el pulso acelerado. Su cuerpo le pesaba como si fuera unido a un ancla, arrastrándola hacia el fondo de la marea en donde se encontraba la soledad y el reencuentro. Los recuerdos y el olvido. La vida y la... muerte.

–– ¿Qué?

–– ¿Quién es? ¿De nuevo el imbécil de Ángel? ¿Has vuelto con él?

–– ¿Qué? ¡No! ¡Mei!

–– ¿Qué?––Sus cejas formaron un arco de sorpresa e intriga.

–– ¡¿Como voy a volver con el?!–– Su voz sonó con una extraña de indignación.

A respuesta de aquello Mei se encogió de hombros mientras alzaba sus manos, mostrando las palmas al cielo.

––Pues no, no he vuelto con él, ni voy a volver.

Nuevamente volvió a su velocidad habitual al caminar. Les faltaban escasas dos manzanas para llegar a su apartamento. De lejos visualizó su coche –Un Maserati Gran Turismo S de tapicería negra y con moqueta azul atigrada– Había logrado cambiarle de tema pero sabía que no por mucho tiempo y que tarde o temprano debería comentarle lo ocurrido. Al pararse frente al portal del edificio en el que vivía, jugueteó con las llaves entre sus dedos.

–– ¿Luego te apetece ir a tomarnos un Tormento?–– Preguntó Martina mientras observaba a su amiga.

Los ojos de Mei se iluminaron al escuchar aquellas palabras. "Tormento" era una comida común de un restaurante-bar llamado "Los castigos de Poseidón". Era un lugar poco conocido ya que se encontraba bien escondido, situado tras una iglesia gótica del siglo XV que ahora mismo tapaba su negruzco tejado por una fina cobertura de nieve.

–– ¡Claro que me apetece ir!–– Una alegre sonrisa iluminó su pálido rostro.

Martina, como reflejo de Mei, curvó sus labios, en lo que parecía el pariente triste de una sonrisa.

La joven muchacha retiró el brillo de sus ojos engullido por la sombría tristeza. Sabía que le ocurría algo a Martina, ya no mostraba esa sonrisa deslumbradora que siempre sacaba cuando veía tan alegre a su mejor amiga. Agachó la mirada, resbalándola por su cuerpo hasta el suelo.

Martina dejo de jugar con sus llaves, giro sobre sus propios talones –Dando la espalda a Mei– y abrió la puerta de entrada a su edificio, desapareciendo tras aquella barrera de metal y crista. El suelo de baldosas de mármol. El recibidor hecho a base de madera de roble con tallados abstractos. Una de las paredes completamente recorrido por un cristal. Unas butacas con una mesa baja a un lado –frente al recibidor– y algunas macetas con plantas altas en cada esquina.

Sus largas piernas –de piel tersa y blanquecina– la impulsaron hacia el ascensor. Rozo con sus frágiles dedos el botón; llamando a la maquinaria. Giró sobre su cadera, dirigiendo una cordial sonrisa al botones –Que la saludaba con entusiasmo. Gracioso gracias a aquel diminuto gorro verde que cubría su cabeza–. Nuevamente volvió a su postura inicial al notar que el ascensor había llegado finalmente. Las puertas se abrieron ante ella–Permitiendo que se visualizara en el espejo que estaba situado en el fondo de aquel pequeño lugar– y se adentró en este mientras borraba su sonrisa.

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora