16. Tinta de Lágrimas

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Y aquel era mi manuscrito de muerte, donde el papel era mi cuerpo y tus besos la tinta que me envenenaba recorriéndome.

—Deberías de tomarte un descanso, Martina.

Daniel se encontraba apoyado en el borde de la mesa, mirándola por encima del hombro con lástima. Cerró los ojos con fuerza, molesto al ver que Martina no le respondía con nada.

— ¡¿Me estás escuchando?!–– Se separó del tablero de forma brusca, contemplando como Martina seguía pendiente de su tableta gráfica y de la luminosa pantalla del ordenador — ¡Ha pasado ya un mes y medio!

Le miró, sus ojos ya no tenían brillo, se encontraban tan vacíos de sentimiento que podría atreverse a decir que no tenía alma. «Un mes y medio ya... sí que ha volado el tiempo» Pensó mientras su cuerpo se levantaba de la silla con cuidado a la par que sus cuerdas vocales se tensaban para emitir una queja sobre su comentario, pero la puerta se abrió, dejando paso a Ángel –quien los miró con desconcierto- Martina poso sus pupilas sobre las suyas, intimidante, esperando lo que iba a decir. Por dentro se sentía como león enjaulado; dando vueltas sin parar, esperando salir de su cárcel para atacar.

—Martina, la jefa dice que si puedes ir a su oficina un momento.

Pasó su mano por su frente para echarse el flequillo hacia atrás y colocárselo mientras se enderezaba. Se le notaba cansada, agotada. Dejó salir su león con un profundo suspiro, como si el huracán que había en su corazón se hubiera disipado por la tormenta.

—Ya voy—Acató. Se colgó la bandolera de su hombro derecho con delicadeza y se encaminó sin dudarlo hacia el despacho de su jefa. Dio dos golpes con los nudillos en la puerta y espero a que le dieran permiso para entrar.

—Adelante— Se escuchó al otro lado. Martina bajó el manillar y seguidamente empujó la puerta con cuidado para poder entrar en la sala. Nada más mirar hacia la silla, Roxan se encontraba sentada en esta, con las piernas cruzadas y con mirada deslumbradora. Encima del escritorio estaba su ordenador fijo, la pared de la derecha era recubierta por una estantería llena de botellas de vino y libros. Frente a su mesa había un sillón de cuero negro en el que se sentaban los empleados para hablar con su superior. Su pelo no brillaba por la luz que entraba por la ventana que se encontraba tras de ella ya que era áspero y seco como si fuera una espiga.

— ¿Qué quieres Roxan?–– Le preguntó sin alzar mucho el tono de voz mientras cerraba la puerta y se apoyaba en esta con la espalda.

—Ya has terminado tu trabajo y aun así lo repasas cada día. Te di días libres, unas vacaciones y ni siquiera te preocupaste por cogerlas. ¿No piensas que te estas machacando a ti misma? Ángel me ha dicho que llevas días rara, te quedas mirando la pantalla de tu ordenador, analizando tu personaje de pies a cabeza, como si algo fallara en él, pero no es así.

—No es que falla en él, sino que falla en mí. Roxan, llevo años de carrera, tengo 25 años y llevo desde los 23 en esta empresa y nunca has sido esa jefa que todo el mundo desea, a mí me has hecho pasarme noches enteras en programación, así que ahora no finjas lo que no eres por tener a un chico que parece un angelito en la oficina, porque te equivocas de muchacho si piensas que es Ángel— Su voz sonó rotunda y tosca. Su mirada fría y cortante, sin brillo, sin el toque de dulzura que siempre había en sus ojos grises aunque estuviera enfadada.

—Quien te crees para hablarme a mi así, a tu jefa.

—Me creo lo suficientemente importante en esta empresa como para hablarte así, para hablar como tú hablas a tus empleados de rango inferior al mío. A ver si te crees que Paola no es persona, al igual que te molesta que yo te hable así, no lo hagas tú con los demás y te respetaran ya no solo por ser jefa, sino por cordialidad.

Roxan no respondió a aquello, solo se quedó callada, asimilando las palabras que le acababan de espetar y saboreando el amargo sabor de la verdad. Los gritos se escuchaban desde fuera del despacho, dejando asombrados a los técnicos del lugar, y al resto de empleados.

—Y ahora si me disculpa— Dijo mirando el reloj de la pared —Mi turno ha acabado, mañana vendré a comenzar el nuevo proyecto y sé que lo tengo programado para la semana que viene pero algo tendré que hacer— se incorporó, dejando hueco entre ella y la puerta, giró sobre sus propios talones y salió de la habitación con paso decidido. Se paró ante el ascensor, lo llamó y desapareció tras aquellas gruesas puertas metálicas.

***

Pasaron horas hasta el anochecer, pero nada más caer la noche, Martina se colocó una camisa de cuadros roja y negra junto con unos pantalones vaqueros ajustados y se dispuso a salir de fiesta sin la compañía de sus mejores amigas, necesitaba descansar y por último necesitaba aclarar su cabeza.

Mei hacía ya un mes que se había ido a su casa pero aun así cada noche la llamaba para que no hiciera ninguna locura de la que después pudiera arrepentirse. Agarró un bolso negro, metió en el interior su móvil junto con su cartera y sus llaves y salió por la puerta sin miramientos. Tras varios minutos andando se cruzó de frente con un llamativo bar al que le llamaban con letras de neón "Amnesia". Sonrió ante aquel encuentro sin saber lo que le esperaría dentro. Entró en el local mirando a los lados, contempló a su izquierda una zona de baile en el que unas luces de distintos colores animaban el ambiente junto con unas canciones de electrónica, mientras que, a su derecha, había una parte de juegos junto con algunas mesas en las que la gente se sentaba para conversar y en algunos casos para ligar.

«Es imposible que me guste una mujer, debo de estar confundida» Se replicó a sí misma. En frente suya una joven barman le dedicó una amplia sonrisa que le llamaba a gritos. Caminó hacia ella como llamada por el cántico de las sirenas para sentarse en la barra a tomarse unas cuantas... copas.

—Que trae por este vulgar bar a una señorita tan... única— Preguntó mientras se apoyaba sobre el mostrador.

–– ¿Que te pongo, guapa?–– Preguntó un camarero igual de joven. Su pelo era de un tono acaramelado y sus ojos eran dorados, tenía una constitución fuerte, por lo contrario, su compañera era delgada y pequeña, su pelo era azul y sus ojos marrones café, de rasgos finos y delicados. Si se quedara mirando mucho a los dos, tanto la chica como el chico le arrebatarían el sueño sin mucho esfuerzo.

––Tomas–– Se quejó haciéndole una mueca de burla y mirándole de reojo mientras continuaba limpiando vasos ––Déjame divertirme aunque sea un poco, me paso doce horas aquí metida, poco más y me quedo a vivir aquí ¿sabes?

––Alison–– Le replicó frío ––Estas aquí para trabajar––Sus ojos brillaron como si los hicieran refulgir las llamas de una hoguera.

––Un Blue Lagoon y para lo siguiente algunos chupitos de tequila si no te importa––Les interrumpió, impidiendo que continuaran la pelea.

–– ¿Un mal día?–– Preguntó Alison sin mirarla.

––Mejor dicho unos malos meses o tal vez... una mala vida.

––Entonces te lo daré bien cargado. Nada mejor para las penas que unos cuantos tragos de alcohol y...––

Se escucharon unos pasos y seguidamente alguien se sentó en el taburete de su lado. Un joven de pelo negro y ojos verdes la miraba fijamente, sus rasgos eran preciosos, suaves y a la vez secos y bastos, de mandíbula tirando a forma cuadricular y con una amplia sonrisa deslumbradora ––una buena compañía–– Finalizó mientras cargaba lo que le iban a servir a Martina a su cuenta. Su voz era dulce y su tono y acento le resultaban familiares.

––Gracias por tu amabilidad... pero no necesito dinero–– Le respondió mientras comenzaba con la bebida azulada. Le miraba de reojo, curiosa e intrigada, de algo le sonaba pero ¿de qué?

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora