15. Ángel o Demonio

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Mientras yo luchaba por liberarme de esta infernal ráfaga de viento, en medio del huracán te encontré. Aquel desastre no era nada más y nada menos que tus pensamientos hechos realidad. Te encontrabas tranquila, observando cómo te rodeaban. Pero tus ojos se posaron en los míos, suplicantes, querías que alguien te sacara de allí. Y me comprometí a hacerlo.

Presión, angustia y dolor, eso era lo que sentía. El pie de la pelirroja aún se encontraba sobre ella, aplastando su pecho, impidiéndole respirar con facilidad. Odiaba sentirse juguete ante ella. Un gruñido ahogado se formó en su garganta, muestra de su incomodidad.

— ¿Qué tal si me sueltas?–– Preguntó, su tono de voz indicaba molestia.

La joven sonrió ante aquella pregunta. Que inocente parecía bajo su merced. —Mi nombre es Val—Respondió, haciendo caso omiso a su cuestión.

— ¿Y a mí qué coño me interesa tu nombre? Quiero que me sueltes—Exigió. Su voz no tembló. Sonó tan firme como la de un soldado sin miedo a la muerte.

Su sonrisa desapareció, abriendo pasó a una mueca seria y tan fría como el hielo. Ejerció más presión y Martina se quejó. Agarró su pie e hizo fuerza, empujándolo «Si no la detengo me hundirá las costillas, o peor aún, el esternón» Las luces titubearon. Su vista se nubló y su mente hizo cambiar el escenario. Para ella se encontraba empapada, tumbada sobre un suelo de hormigón y en el techo una reja que dejaba paso a la luz y a un inquietante goteo que se precipitaba contra el suelo y nada más llegar caía sobre un charco al que hacía salpicar. La luz la cegaba, impidiendo ver el rostro de su contrincante. Una sombra negra. Su piel se encontraba sucia, manchada por rastros de sangre seca, posiblemente suya –o de alguien próximo a ella– Escuchaba su agitada respiración. Su pecho subir y bajar alteradamente. Se encontraba exhausta, cansada, sin ganas de nada, y sobre todo; malherida.

Volvió a la realidad cuando una de las luces la cegó. Sus pupilas se dilataron y frente a ella ya no solo estaba Val; la chica pelirroja que se empeñaba en matarla, sino que ahora había alguien más. Alguien de pelo negro y mirada tan blanca como si fueran dos linternas, de cara y facciones finas y más inquietante aun; dos alas blancas cubrían su espalda. ¿Intentaba salvarla o luchaban por quien la mataría antes? Aquel pensamiento hizo que una onda de terror recorriera su cuerpo, haciendo que sus músculos reaccionaran, levantándola y probando el dolor que le había creado aquella espantosa criatura la cual le había mordido anteriormente en la pierna. Val logro posicionarse por encima de la joven ángel, chocándola contra la pared, su antebrazo se posicionó por debajo de su barbilla, ahogándola. Recordó como Mei intentó defenderla la última vez con la barra metálica del toallero y busco el objeto con la mirada, ansiosa de encontrarlo hasta que rememoró donde lo había guardado, corrió a escudriñarlo y tras tenerlo en sus manos se giró para encaminarse a toda prisa a la habitación, encontrándose frente a ella al animal de terrible aspecto, de su boca emanaba sangre al igual que de su cuerpo emergía una fúnebre aura. Empuñó con una sonrisa en el rostro el arma y seguidamente se posicionó.

—Vamos... lánzate... Tragus— Mencionó su nombre con asco y el animal obedeció, lanzándose contra ella mientras saltaba, como si se tratara de un león que acabara de encontrar a una presa acorralada. Martina asestó un golpe, bateándolo y haciéndole chocar contra la pared. Soltó una risa –prácticamente carcajada– bastante sonora, emocionada de lo que acababa de hacer —Precioso nombre para algo tan... horrendo— escupía las palabras como si fueran veneno y seguidamente miró al final del salón para visualizar nuevamente al ángel; empotrado contra la pared, siendo torturado con la falta de su propio aire. No soporto verlo así, se precipitó contra Val, embistiéndola y tirándola al suelo para seguidamente destrozar sus nudillos contra su cara.

« ¡Muere! » « ¡Muere! » « ¡Muere! » El demonio se retorcía bajo ella, dolorida por los golpes que le estaba propinando. Val reaccionó, agarrando su puño y ofreciéndole un puñetazo que la hizo retroceder para seguidamente desaparecer como si se tratara de humo arrastrado por el viento. Se levantó para mirar al ángel justo cuando este la abrazó con lástima y miedo. Sus alas la rodearon, cubriéndola, protegiéndola. El corazón de Martina se aceleró ante la presencia de aquel extraño ser. Espera ¿La estaba abrazando? ¿Aquello era una trampa? No lo sabía, y menos aún comprendía la situación. Se encontraba inmóvil, quieta ante aquella muestra de cariño por parte de aquella figura angelical.

—Gracias a Dios que estás bien...menos mal que llegue a tiempo— Masculló. Sus pupilas se dilataron al reconocer aquella dulce voz, limpia y suave. Agachó la cabeza para mirar a quien la abrazaba.

— ¿Irisviel?––Preguntó separándola y contemplándola, analizando sus ojos y viendo como dejaban de ser blancos para ir dejando pasó al color verde esmeralda tan único de ella. Val le había partido la ceja y por supuesto su cuello era recorrido por pequeños moratones por la zona de su tráquea. Le limpió la sangre con el pulgar mientras aún intentaba asimilar aquella información.

Sintió un quemazón entre medias de su clavícula –donde se encontraba su tatuaje– y se curvó hacia delante, experimentando la falta de fuerza en su cuerpo, nublando su vista y dejando escapar un último aliento por la comisura de sus labios justo antes de que su cuerpo se desplomara contra el suelo. Irisviel sostuvo su cuerpo para que no se hiciera daño al caer, sujetándola con delicadeza, pegándola a su pecho y agarrándola en brazos. La llevó hasta la habitación de invitados, tumbándola sobre la cama y desabrochándole la camisa para visualizar lo que le aportaba tanto dolor. Ante ella se hallaba un dibujo grabado a tinta en su piel, parecía una cruz cristiana de aspecto gótico en la que en el centro había dos partes blancas reflejándose como el yin y el yang. Le pareció curioso ya que la cruz la solían llevar los ángeles, mientras que las dos marcas del centro la solían llevar los demonios, de distintos colores y de mayor tamaño. Si hubiera sido un demonio, la simple presencia de un ángel le hubiera hecho volverse loca, haber sacado sus alas y haberla atacado, pero no lo hizo, y si fuera un ángel no hubiera soportado la presencia de un demonio.

— ¿Qué eres?–– Susurró rozándole su pálida piel marcada cordialmente por los tatuajes que la recorrían.

Ocultó sus alas y tras varios minutos Mei despertó, aturdida y a su vez asustada, buscando con la mirada a su amiga. Irisviel le había curado la pierna, desinfectándola y vendándola con cuidado. Cada vez que la rozaba hacia que su pulso se acelerara exageradamente, como si fueran un tren en marcha y sin frenos para pararlo. La noche cubrió el cielo, las ventanas dejaban paso a un cielo moteado por pequeñas luces blanquecinas. Mei observaba como Irisviel cocinaba algo de cena con lo que había traído anteriormente Martina de la compra.

Despertó de su letargo, pestañeando con delicadeza mientras intentaba centrarse para recordar donde estaba. Aun sentía el frío tacto del suelo de cemento y en sus tímpanos se mantenía el tranquilizador sonido del goteo proveniente del techo. Cada vez que cerraba los ojos ahí se encontraba la figura humana, sin rostro, sin nada, únicamente como si fuera una mísera sombra. Aún se sentía débil, sin fuerzas pero aun así se sentó en el borde de la cama, dirigiendo una veloz mirada a su pierna y encontrándosela vendada. Miró la puerta; y se levantó, recordándole; su cuerpo, que aún no tenía la pierna para mucha fiesta y enseguida su garganta le respondió con un quejido prácticamente inaudible. Se aproximó hacia la puerta de madera y la abrió, descubriendo un delicioso olor de carne y chocolate. Camino un poco más, arrastrando su pie derecho por el suelo hasta poder ver quien se encontraba en la cocina y a su sorpresa descubriendo que lo de Irisviel no había sido un sueño; ella era un ángel.

Se apoyó en el umbral y seguidamente alzando la voz, masculló — ¿Por qué viniste?–– Su gemelo se tensó ipso facto, creándole un agudo dolor que le hizo perder el equilibrio, manteniéndose agarrada a pared como podía. Miró el suelo y su pelo resbalo por sus hombros, dejándolos al descubierto para caer hacia delante. Irisviel la recorrió con la mirada mientras se encaminaba hacia ella, permitiéndole ver unos finos trazados negros aparecer y desaparecer inmediatamente.

—Su alma no tiene ni un ápice de voluntad para mantenerse con vida. No teme a la muerte, y mucho menos... a la vida— Susurró para sus adentros mientras la sujetaba y le pedía que se estuviera quieta para que la herida sanara.

Si no es un ángel, ni tampoco un demonio... ¿Qué es? Sus pupilas se cruzaron, haciendo que su corazón nuevamente le pidiera a gritos salir de su pecho, trago saliva y su ceño se frunció al no ver brillo en su mirada. Algo le pasaba.

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora