7. Pecados.

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Aquello que las personas tanto temían se estaba volviendo realidad ante sus ojos. Aquello era el fin de una etapa. O posiblemente, el fin del mundo.

La luz del salón hacia brillar su piel cobriza. Unos ojos que refulgían como las brasas de una hoguera que no terminan de apagarse. Felinos como las características de su rostro. Tenía un cierto parecido a Ángel. Un parecido escalofriante. Un cuerpo musculoso y tonificado, tanto que se podría decir que incluso era perfecto. Por las comisuras de sus carnosos labios aparecía la punta de dos afilados colmillos. Sus brazos marcados con estigmas de tinta negra. Le observo como quien observa a la más bella estatua de Miguel Ángel ¿Quién era él? No lo sabía, pero lo que sí que sabía es que la espada colgada de su cinturón no indicaba aquello que llamaba "Paz".

Martina inclinó la cabeza como un pájaro y aquello hizo que entrara en cólera. Se abalanzó sobre ella, presionando sus enormes manos sobre su cuello, impidiéndole respirar. Corrió contra la pared y la estampó, provocando una queja a causa del choque. Luchaba por que las puntas de sus zapatos tocaran el suelo pero era en vano. Mei se quedó paralizada ante aquella situación ¿Quién era aquel hombre tan... perfecto? ¿Por qué iba a por Martina? Tantas preguntas y ni una sola respuesta al alcance de sus manos. La sombra que creaba la lámpara del techo no cuadraba con la imagen de él. Martina clavó sus uñas en las manos de su atacante.

Se sentía sin fuerza.

Se sentía... muerta.

Algo cambió. En aquel instante algo tornó sombrío. Los ojos de Martina se cubrieron por una espesa capa negra, permitiéndolos ver como dos perlas negras tizón. Y que, tras hacerlo, sintió como emanaba de su cuerpo un aura maligna, tanto que incluso se inquietaba a sí misma. El ángel observó aquellos dos ojos, sintiéndose indefenso ante aquello. Sus músculos se tensaron, recibiendo pequeñas convulsiones como si estuviera sufriendo. Y seguidamente algo lo lanzó por los aires, chocándolo contra la pared que había enfrente y, dejando ver –gracias a su agotamiento y a su falta de magia– dos preciosas alas blancas que parecían envueltas en llamas ya que cada pluma quemaba.

«Un ángel» pensó. Mei agarró –arrancándola de su lugar– una barra de metal de las que sostenían las toallas del baño y la empuño entre sus manos. Acercándose al individuo que se encontraba fuera de combate y que, en cuanto abrió los ojos y recupero el aliento, salió volando del escenario tan violento con expresión de pánico y sorpresa.

–– ¿¡Que era eso, Martina!?–– Preguntó con las venas de su cuello remarcándoseles a causa de la exaltación.

Martina se encogió de hombros –aún sentada en donde la habían dejado hace unos momentos– y respondió:

––Un ángel.

Sonaba tan indiferente, tan tranquila que Mei comenzó a pensar en si realmente la cordura de su mejor amiga seguía ahí.

***

Tal vez aquella pregunta no tenía respuesta. Por ahora.

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora