8. Las luces que creaban sombras.

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Y que tras las alas de un ángel se encuentra la sonrisa de un demonio. Que tú eres mi salvación y a su vez... mi amada perdición.

Mei aún contemplaba con intriga a su amiga, tal vez tenía razón y ni ella misma sabía a lo que se enfrentaba. Martina continuaba sentada en el suelo. Sus pupilas parecían un grano de arena en un mar turbio por la marea. La seguía mirando como si fuera algún ser extraño pero Martina seguía siendo aquella chica que tomaba por su mejor amiga ¿no?

Con la mirada perdida en la nada. Mei sentada en una silla cercana a ella.

––Martina.

No le respondió, seguía ahogándose en sus pensamientos. Porque a veces no se necesita agua para ahogarse, a veces lo único que se necesita es sentimientos o una mente inquieta llena de recuerdos. En ocasiones las personas más saturadas son las que más vacías se sienten. Porqué las miradas nunca mienten, en cambio las palabras sí. Así que, si no quieres que te mientan, deja de preguntar y mira más los ojos de las personas. Aunque debo de admitir que las personas más peligrosas son las que saben mentir con la mirada.

Repitió su nombre en un tono más elevado de voz –– ¡Martina!–– Aquella palabra resonó por su cabeza como si fuera una golondrina que tratara de escapar de su celda. Por fin reacciono. Sus dos pupilas se posaron tan gélidas como el aire en invierno sobre Mei, creándole un escalofrió, pero que, aunque Martina la mirara, seguía teniendo esa mirada ausente.

Mei se incorporó la agarró y la levanto. La sostuvo por la mano y tiró de ella hacia el baño, abrió la ducha y giro la manivela hasta colocarla sobre el puntito azul –que indicaba agua fría– y, de un movimiento brusco y sin compasión metió la cabeza de su mejor amiga bajo el frío chorro de agua. Las pupilas de Martina se contrajeron al sentir el gélido tacto del fluido sobre su castaña cabellera. Acababa de salir del trance del shock. Gritó y tiró hacia atrás, empujando a Mei contra el lavabo. Sus pies resbalaron sobre las blancas baldosas, lanzándola contra el suelo de espaldas.

–– ¡Martina, tranquila!–– Gritó. Pero al no ver reacción por parte de Martina, se abalanzó sobre ella y le agarró la cabeza, rodeando con sus manos la mandíbula y tocando con la punta de sus dedos los mechones húmedos que caían por los laterales de su sien.

Las pupilas de Martina se clavaron fijas sobre las de Mei. Manteniendo sus miradas cruzadas y a su vez aportándole seguridad.

––Tranquila–– Susurró ––Ya se ha ido, ya no está aquí. Soy yo, Mei, así que tranquila, no te va a pasar nada–– Observo las líneas que recorrían su cuello, el relieve y los hematomas que le habían provocado las manos de aquel colosal.

En sus recuerdos aún brillaban aquellos fieros ojos junto con sus dos relucientes alas blancas.

«Un ángel» Pensó mientras en sus labios se formaba una pequeña sonrisa sarcástica « ¿Por qué un ángel me quiere matar? » recordó aquel negativo sentimiento que la recorrió justo cuando ya no podía aguantar más a manos de aquel ser. Se miró en el reflejo de los azulejos y levantó sus manos para tocarse uno de sus ojos. « ¿Qué fue eso? » Se preguntó mientras recordaba la dolorosa imagen.

––Necesito descansar–– Comento mientras se incorporaba pegándose a la pared. Mei la siguió con la mirada y seguidamente la imitó. En cuanto Martina se metió en su propia habitación a desnudarse, Mei la siguió, rebuscó por uno de los armarios y sacó dos camisetas anchas y largar –posiblemente de hombre– las lanzó sobre la cama y la miró fijamente mientras se desvestía con cuidado por la herida del hombro.

–– ¿Qué se supone que estás haciendo?–– Sus cejas se arquearon mientras la manga blanca de su camisa resbalaba con cuidado por su brazo.

––Cambiarme, ¿no lo ves?

––Eso ya lo veo. La pregunta esta en, ¿para qué?

––Quedarme en tu casa esta noche y dormir contigo, que para algo soy tu mejor amiga.

Martina no respondió a aquello, solo se dejó caer sobre la cama y se quedó un rato mirando el blanco techo como esperando que la despertaran. Su ropa interior resaltaba sobre las sabanas lilas y su piel blanca parecía el lienzo de un cuadro preparado para pintar sobre él. Tersa y suave. Se incorporó bruscamente y se colocó la camiseta, se metió en la cama y se acercó lo más posible al extremo derecho, dejando hueco de sobra para Mei. En cuanto esta se adentró entre las sabanas pegó su cuerpo al de su amiga, abrazándolo con cuidado. Como si fuera tan frágil como una rosa de cristal.

––Si te vas tan allá te caerás en cuanto te muevas un poco, ven anda, ni que te fuera a morder–– comentó retrocediendo poco a poco, Martina la imitó y nuevamente sintió como su cuerpo se pegaba al de Mei. Se estremeció. Sentía su respiración en su nuca, moviendo su pelo. Sus ojos se cerraron lentamente y en escasos segundos se sumergió en un profundo sueño.

O pesadilla.

El futuro InciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora