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Cuando entramos en la casa, Liam insistía en ayudarme con lo que llegaba pero me negué.
-No entres al cuarto de Harry. -dijo Zayn, mirándome fijamente.- No tendrían que haberse ido sin avisar.
Me quedé congelada en mi lugar, ¿A qué se refería? Subí algo dubitativa y entré en mi habitación. Rápidamente, extendí unas mantas debajo de la pared que estaba junto a la cama y la miré unos largos minutos, había llegado el momento de volver a casa.
Lentamente fue tomando color y los detalles fueron puestos. Pinté cada nube y pájaro con la delicadeza correspondiente para homenaje.
Pasé toda la mañana y la tarde encerrada en la habitación. Mi cabeza dolía por el olor a pintura, pero no quería detenerme. Trazaba mientras cantaba las canciones que había aprendido a lo largo de los años, y aquellas que había compuesto en mis tardes en los pasillos del hospital, que consistía en un pequeño establecimiento con poca capacidad y bajos recursos.
Cuando acabé, el sol se había puesto y todas las luces estaban apagadas. Me acerqué a la ventana y di vueltas el encendedor en mi mano. Este era uno de esos momentos en los que necesitaba uno de los cigarrillos del Tata. Él me los había dado cuando cumplí los doce, dijo que, en situación de confusión extrema, fumara uno. Siempre repetía que a él lo ayudaba a pensar.
Me tomé la cabeza entre las manos, sentía que explotaría.
Me tiré en la cama, ahora en medio de la habitación y me cubrí la cara con la almohada mientras intentaba dormir. Pero no podía hacerlo así que fijé mi vista en la pared pintada, ahí estaba mi casa, el campo, papá, mamá y Steve. Ahí estaba mi hogar.
No sé cuanto tiempo pasó hasta que logré dormirme, solo sé que, antes de que sucediera, pude ver el viento sacudir mi pintura y la hierba crecer bajo mis pies. Ese era mi pedacito de hogar.

No importa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora