Era viernes y Alaska debía volver con el psicólogo que trataba de sacarla de su depresión, pero no funcionaba. Calum le había dicho que estaría ahí más tarde que todos los días porque tenía un compromiso pendiente con un amigo, por eso se hayaba de pésimo humor.
La chica estaba sentada en el cómodo sofá del salón. Todas las ventanas se mantenían cerradas y el psicólogo escribía estupideces en su libreta mientras grababa la sesión que tenía con Alaska. Ambos no decían ni una sola palabra, por lo que ella habló.
"¿Puedo irme?"
"No. La sesión no se ha acabado" Sentencia con el entrecejo fruncido. Alaska bufa echando su cabeza hacia atrás. "Alaska, deja que te ayude."
"¿Usted no entiende? Nadie puede impedir que muera y yo solo trato de que las personas se den cuenta de que pronto no estaré aquí" Dice con un tono enojado y fuera de lugar. La sesión ya había terminado y Alaska salió de ahí dejando al hombre con un millón de preguntas sin repuesta.