Alaska sollozaba en silencio, intentando calmar el gran dolor que se creaba en su alma. Calum seguía dormido con los labios entreabiertos y su cabello totalmente desordenado, sin apartar sus grandes manos de la diminuta cintura de ella.
"Por qué será que te quiero tanto" Susurró a penas, entre lágrimas. Calum, después de escuchar esos constantes gemidos de parte de la chica a causa de estar llorando, abrió los ojos. Él no duró ni un segundo más en pensar cualquier cosa y la abrazó, pegando lo más que podía su cuerpo contra el suyo.
"Alaska, preciosa, no llores" Murmuró en su oído. Por el momento, la había calmado, pero sabía que pronto las lágrimas volverían a salir.
De repente, la respiración se fue yendo poco a poco. Alaska trataba de volver a respirar, pero era inevitable. Su corazón se oprimió, le estaba dando un infarto.
"¡Alaska!" Gritó fuertemente el moreno cuando supo que está ya no estaba conciente de este mundo. Sin esperar, llamó a la ambulancia, que no duró mucho en llegar. A Calum no le dejaron subir por la razón de no ser familiar.
Calum suspiró resignado y se quedó en medio de la calle, en plena madrugada; con el corazón roto y una pequeña y rebelde lágrima cayendo por su rostro, al no saber que ocurría con Alaska.
Su preciosa y delicada Alaska, a la que aún no podía tener.