Alaska ya había ido unas tres veces en la semana para el centro de ayuda. Ella respiró hondo cuando vio el camino lleno de árboles que le daban un aspecto algo frío y desolado indicando que su madre su dirigía hacia allí.
“¿Por qué venimos tan seguido aquí?” Cuestionó la muchacha dando ligeros pasos con tal de no llegar a la gran puerta de cristal.
“El psicólogo me recomendó que vengamos cada vez que podamos. No es mala idea, así puedes ver más seguido al niño este” Concluyó con una sonrisa moderada, tratando de ocultarla.
“Uh, sí, cómo sea” Dijo en voz baja colocando un mechón de cabello delante de su rostro para que la señora no viera su rostro enrojecido de la vergüenza. Pero aumentó muchísimo más cuando Calum se asomó por las paredes de la estructura. “¡Oh, hola, Calum!” Exclamó. Su tono de voz estaba lleno de felicidad que acontentaba a cualquiera.
“Hola, Al” Dijo Calum sonriendo como si hubiese visto algo tan hermoso que no se pudiese evitar sonreír. “¿Cómo estás? Estás muy bonita hoy.”
Alaska hizo una mueca de confusión por su cumplido que para ella no tenía sentido. Su vestimenta era negra, con unas botas negras y no traía ni una sola gota de maquillaje, como siempre y en su hombro descansaba una suéter ancho para evadir el frío que hacía.
“Uh, gracias, eso creo” Murmuró. Calum volvió a sonreír amplio y le regaló un abrazo cálido haciendo que la sonrisa de Alaska volviese a aparecer.