PRÓLOGO

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Nueva York, 1990

Regresaba a Palmetto.
De pie, ante la ventana del despacho, Jade Sperry reguló la persiana y contempló el embotellamiento alrededor de Lincoln Center. Un viento frío azotaba las esquinas con el mismo ímpetu con el que los autobuses expulsaban humos nocivos en el aire contaminado. Los taxis se escurrían de un carril congestionado a otro, como frenéticos escarabajos amarillos. Los peatones nunca interrumpían el paso sino que continuaban moviéndose, aferrados a sus cosas.
Cuando se trasladó a Nueva York, Jade tuvo que luchar para adaptar a tan constante movimiento. Al principio los cruces le parecían peligrosos. No había nada tan horrible como estar de pie, en el bordillo de una concurrida avenida de Manhattan, preguntándose quién sería el primero en llevársela por delante: un taxi amenazador, un pesado autobús o el tropel de gente que le pisaba los talones, cada vez mas impaciente con el forastero cuya forma de hablar era tan lenta como el vacilante modo de caminar.
Como en cada reto, Jade bajó la cabeza y abordó la situación. No se movia tan rápido, ni entendía tan deprisa, ni hablaba con tanta fluidez como los nativos, pero no se sentía intimidada sino tan sólo algo diferente. No le habían enseñado a hacer las cosas con demasiada rapidez. Jade Sperry había crecido en un ambiente donde el individuo mas activo en un dia de verano sería una libélula en vuelo rasante sobre un pantano.
Al llegar a Nueva York ya estaba acostumbrada al trabajo duro y al sacrificio personal. Así es que se aclimató y pudo sobrevivir, porque su obstinado orgullo de Carolina del Sur era tan característico como la forma de hablar.
Hoy, todi había merecido la pena. Miles de horas empleadas en hacer planes, maquinaciones y duro trabajo, se veian al fin recompensadas. Nadie sería capaz de adivinar cuántos años y lágrimas habia invertido para volver a su ciudad natal.
Allí estaban aquellos que tenían mucho que expiar, y Jade se ocuparía de que lo hiciesen. Tenía al alcance de la mano la venganza con la que tanto habia soñado. Ahora gozaba del poder para convertirla en realidad.
Continuó mirando a través de la ventana, pero muy poco de lo que ocurría allí abajo le llamó la atención. Mas bien divisaba altas hierbas ondulantes en marismas costeras. Podía oler el picante aire salado y las embriagadoras magnolias. Saboreaba la cocina del campo. Altos pinos sustituían a los rascacielos; las anchas avenidas se convertían en canales de agua que fluían lentamente. Recordó como se sentía al respirar un aire tan fuerte y espeso que ni siquiera agitaba el gris y débil musgo que colgaba de las ramas de los viejos robles.
Regresaba a Palmetto.
Y cuando llegase, arderia el infierno

El Sabor Del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora