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Emily en multimedia
________________________________— El equipo de Palme, a la sala de reuniones. Ya —el comisario pasó por delante de nosotros con una enorme carpeta roja en las manos, caminando con prisa, sin apenas mirarnos, solo de reojo y colocándose debidamente la corbata oscura de su traje impoluto, como siempre.
— ¿A la sala de reuniones? pero si esta vez lo hicimos genial. Detuvimos a Vlad, el jefe de la banda de tráfico de mujeres más grande de Kentucky, ¿por qué nos echará la bronca, ahora? —Emily bromeó cuando dio el último trago a su café descafeinado y se puso de pie.
Emily era mi mejor amiga. La conocí hacía cinco años, en la academia de policía y a ambas nos destinaron a la misma comisaria, gracias a Dios, en nuestra ciudad natal.
Decidimos tomarnos un respiro y pasar unos minutos en la sala de descanso, tomando un café y charlando con el agente Palme, nuestro jefe, nuestro inspector. Nick, para los amigos.
Emily llevaba meses detrás de él y es que era el caramelito de la comisaría. Casi todas las mujeres iban detrás del inspector, pero muy pocas, por no decir ninguna, había conseguido estar entre sus sábanas y mi amiga no se daba por vencida. Tarde o temprano, ella sería la primera en saber como era en la cama. Palabras textuales de ella.
— Lo habéis hecho bien. No creo que sea para echarnos la bronca de nada. Vamos, es mejor que no hagamos esperar al comisario —Nick recogió los vasos de plástico de la máquina de café y los tiró al cubo de basura.
El pelo rubio de Nick junto a sus ojos azules oscuros, eran lo que tenían totalmente locas a las mujeres, además de su hechicera sonrisa de dientes blanquísimos. Era increíble que a sus veintisiete años fuese inspector de policía, pero la carrera de ingeniería técnica le había ayudado bastante a ascender de golpe a ese puesto. Y no lo hacía nada mal.
Nos encontramos en la puerta de la sala de reuniones con los demás miembros del equipo de Palme, además de Emily y yo. Estaba Johan, el más mayor del grupo, aunque para tener treinta y nueve tacos, era uno de los mejores policías que había tenido el placer de conocer. Siempre lo hacía todo con vehemencia, consideración y después de haber tenido en cuenta todas las demás opciones. Siempre hacía lo mejor para el grupo y para las víctimas; Kian, de un extremo a otro, él era el más joven de todos. Tenía veintiún años, aunque para su edad, era un agente muy serio y se metía mucho en su trabajo. Pocas veces se equivocaba y cuando lo hacía, sabía reconocer sus errores; y por último, pero no menos importante, estaba Hanna, una mujer de la cabeza a los pies, de treinta y dos años y guapísima. Era muy simpática con todo el mundo y siempre intentaba cooperar y hacer lo mejor que puede. Siempre acaba lo que empieza y por supuesto, nunca se rinde.
Nada más entrar, nos encontramos al comisario seguido del comandante Dean y cuatro hombres vestidos con trajes impolutos presidiendo la sala. Eran de la Interpol. ¿Qué narices hacían aquí agentes de la Interpol? ellos sólo venían cuando era de extrema urgencia.
Los seis se encontraban de pie, al lado de una pantalla digital donde el proyector que teníamos encima de nuestras cabezas proyectaba algunas imágenes de asesinatos y hombres seguramente sospechosos.
En cuanto tomamos asiento, el comisario repartió carpetas con fotos e información a todos los presentes y empezó a hablar.
— El pasado cuatro de febrero se registró el último asesinato cometido por la banda más famosa de narcotraficantes de todos los Estados Unidos. Esta banda se dedica, además de otras cosas, a traer droga de otros países y distribuirla, pero no es eso lo que ha obligado a los agentes de la Interpol a presentarse aquí, si no los múltiples asesinatos y torturas cometidos por los líderes de este grupo. Jamás hemos podido atraparles, porque además de que tienen muchísima seguridad y es imposible acceder a ellos, porque tienen tantos contactos que les ayudarían a librarse de lo que fuese. Tienen poder, son capaces de amenazar a cualquier persona para conseguir lo que desean, pero se ha acabado. Vamos a ir a por ellos —con una mirada al comandante Dean, éste tocó un par de teclas en el ordenador y la imagen del proyectador cambió. Ahora eran cinco imágenes de cinco hombres—. Ellos son los cinco líderes. En primer lugar, tenemos a Enzo Kendrick. Rubio, ojos azules y sonrisa encantadora. Suficiente para encandilar a una señorita con la cual pasar la noche y luego, si no le gustó, asesinarla. O violarla, depende. Racista de nacimiento. No acepta a personas de color —miré a Emily y ella acarició su mejilla con socarronería. Ella era estadounidense, pero sus padres eran de origen etíope, por lo que lógicamente, su piel era oscura—. Es el principal líder y el más respetado, aunque los demás son peores; Pavel Walamy, asesino en busca y captura en Rusia, y ahora, internacional. Se escapó de la cárcel hace cuatro años y medio y aunque sabemos dónde está, es imposible capturarlo. Hay que tener cuidado con él; Freddie Smith. Lanzó a las vías del tren a su última pareja por hablar con otro hombre y a él lo torturó hasta la muerte, lo troceó, lo metió en una bolsa de basura y lo lanzó al mar; Jeffrey Thompson. Especialista en drogas y armas. Él es quien proporciona toda la munición y armamento a la banda. Tiene sus propios contactos, esos quienes borran todos y cada uno de sus delitos. Por eso, en la base no sale ningún antecende de ellos. Es como si no hubiesen robado ni un chupa-chups en su vida; por último, pero no menos importante, tenemos a Riker Kovac. El más temido de todos. Él y Enzo hacen el trabajo más sucio. Son asesinos sin piedad, capaces de meteros un disparo en la cabeza en un segundo —tras todo su discurso, apagó el proyector y nos miró, mientras el comandante y los agentes de la Interpol no se movían. Estaban a un lado, con los brazos cruzados y mirándonos con cara seria—. ¿Alguna duda?
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Riker
ActionUn demonio gobernado por los demonios de su interior. Un monstruo creado para matar. Para no sentir. Sin humanidad. Sin escrúpulos. El mismísimo Lucifer, el mismísimo Belphegor. Cada segundo que pasa su oscuridad crece y sus demonios se hacen más fu...