Jeffrey Thompson en multimedia.
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Un constante zumbido resonaba en mi cabeza sin intención de parar mientras la oscuridad me rodeaba. ¿Estaba teniendo un sueño o es que no podía ni siquiera abrir los ojos? Me pesaban como si tuviese un ladrillo pendiendo sobre mis pestañas hacia abajo y por un instante no supe en dónde me encontraba. Por un instante, quise maldecir al despertador que me martilleaba para que me incorporara y fuese a trabajar como había hecho todos los días de esos últimos años, pero cuando fui consciente de que estaba tremendamente equivocada no quise abrir los ojos ni despertarme nunca más en aquel infierno. ¿Cuánto duraría aquella tortura impuesta por quién sabe Dios? Podía notar cómo me daba vueltas todo sin todavía abrir los ojos e intenté repasar con paciencia mis últimos recuerdos para descubrir qué me había ocurrido, pero fue inútil. Lo único que conseguía recordar era a Jay y a Pol haciéndonos preguntas y llenando nuestros vasos de whisky barato y rancio, una y otra vez. Eso era lo que habían pretendido desde el principio, emborracharnos, pero ¿para qué? Si necesitaban información, la podían conseguir sin hacernos beber una botella hasta arriba de alcohol, sólo bastaba con mirarnos con aquellos ojos que reflejaban la mirada del diablo. ¿Era posible o ya me estaba volviendo completamente paranoica? Cabía la posibilidad, pero ¿quién no se volvería loca estando en mi situación? Las oportunidades se agotaban con cada minuto que permanecía en aquella cabaña que se había convertido en mi infierno particular y la necesidad de rendirme y tirar la toalla empezaba a hacerse mella en mi interior. Parecía la única opción y aunque me repetía mentalmente a mí misma que no podía dejar que se metiesen en mi piel y en mi cabeza, cada vez era más difícil.
Intenté levantar la mano de donde fuera que estuviese porque seguía con los párpados cerrados, puede que a una parte de mí le diese miedo abrirlos y ver que estaba en lo cierto y otra parte de mí siguiera teniendo la esperanza de encontrarme en la habitación de mi casa en Louisville, Kentucky.
Era como si mi mano flotase en el aire y no fuera del todo consciente de que tenía pleno control sobre ella hasta que dejé caer la mano y chocó con mi frente, haciendo que el punzante dolor de cabeza se intensificara con facilidad, haciéndome fruncir el ceño, o eso creí.
Una parte de mí sabía que si abría los ojos me encontraría con la última persona a quien quería ver y ese era Riker. Podía decir que él era una especie de... médico dentro de lo que cabía, pero ¿qué, si no? Así que empecé a unir las piezas y mi lógica me dijo que cabía la posibilidad de que al desmayarme, perdiendo la consciencia, me llevara a la sala donde la vez anterior curó mi mejilla para ahora darme algo para evitar un inminente coma etílico. Todavía me notaba borracha y no supe con exactitud cuánto rato u horas habían pasado desde que sucedió todo. No quería ver a nadie, de verdad, en esos momentos lo último que quería era a un jodido asesino dándome la tabarra o incluso respirando, porque hasta el sonido estridente de mi respiración me molestaba.
Parpadeé un par de veces hasta lograr acostumbrarme a los focos del techo que lanzaban una luz cegadora. Mis ojos vagaron y aunque la pared fuese de baldosas blancas y el blanco fuese oscuro por la cantidad de años que haría que no se limpiaban, me molestaba a la vista la visión de un tono tan claro, como cuando vas a esquiar y necesitas gafas especiales para mirar a la nieve directamente, pues yo notaba exactamente lo mismo, como si me fuese a quedar ciega si miraba unos segundos más. ¿Qué me pasaba? Jamás había tenido una resaca como aquella y eso que había bebido en todos mis años de vida, pero nunca conseguí llegar al estado en el que me encontraba.
Contra todo pronóstico, la persona a la que visualicé de espaldas a mí y de cara a la puerta de color azul clara no era Riker. Aunque no viese su cara, sabía que no era él porque él era mucho más grande e imponente que aquel hombre que se encontraba ahí y tardé unos segundos en darme cuenta de que era Jeffrey, justo cuando un sonido proveniente de mi boca, parecido a una tos, le hizo darse la vuelta y mirarme a los ojos directamente.
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Riker
ActionUn demonio gobernado por los demonios de su interior. Un monstruo creado para matar. Para no sentir. Sin humanidad. Sin escrúpulos. El mismísimo Lucifer, el mismísimo Belphegor. Cada segundo que pasa su oscuridad crece y sus demonios se hacen más fu...