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Cabaña en multimedia.
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La mano de Freddie no dejaba de intentar subir por mi muslo y yo la apartaba disimuladamente para evitar que tocara el rastreador. Si lo hacía, sería el fin.

Las horas se sucedían y se nos hacían muy largas. Emily estaba incómoda por las miradas reprochables de Enzo y Hanna estaba cohibida por la reciente amenaza de Riker. Todas parecíamos estar incómodas menos ellos. Era normal, ellos ya habían hecho aquello demasiadas veces en su vida y no dejaban de recordar las veces que se habían acostado con alguna chica, pero en ningún momento dijeron nada que pudiese ponernos alerta. Parecían ser bastante correctos a la hora de tratar con desconocidos, aunque teníamos claro, por lo menos yo, que si nos pillaban o si quiera sospechaban de nosotras, no les costaría nada matarnos. No era la primera vez que lo hacían ni sería la última.

La música hacía retumbar la discoteca y a no ser que hablaras a gritos, era imposible comunicarse con nadie.

Miré a Hanna, que intentaba demostrar chulería a pesar de su incomodez y mis ojos se desviaron como si fuese un imán hasta el bolso que había dejado encima de la pequeña mesa, al lado de todas las bebidas.

El cañón de la pistola asomaba por el bolso y tragué saliva. Me moví rápido, pero antes de poder llegar, Freddie me retuvo contra sus piernas y se dio cuenta enseguida lo que pretendía.

— ¿Qué coño es esto? —agarró el bolso de Hanna con todo el derecho del mundo y sacó el arma.

El silencio se apoderó de todos porque aunque la música estaba a unos decibelios imposibles, yo no oía nada. Los oídos se me habían entaponado al darme cuenta de lo que ocurría y de que ahora, lo peor estaba por llegar. Empecé a ver en cámara lenta cuando Riker, Jeffrey y los demás sacaron sus armas y colocaron los cañones contra nosotras de manera que nadie podía ver. La borrachera que todo el mundo tenía jugaba a su favor.

¡Mierda! Vamos a sacaros de ahí enseguida.

— Hijas de puta… ¿sois policías? —Freddie apretó el cañón contra mi columna vertebral y se aceleró mi respiración. Apenas podía hablar. Seguía esperando a que nuestros compañeros entrasen de un momento a otro y nos sacaran de allí—. ¡Responde, zorra!

— Sí —¿qué otra cosa podía responder? No podía mentirles, no eran tontos y siempre había sido sincera. Con todo y todos.

— No me lo puedo creer… —Pavel pasó su mano libre por su pelo negro y se levantó de golpe—. Nos vamos. No os libráis de esta ni de broma. Andando.

Freddie me empujó con fuerza, obligándome a levantarme de sus piernas. Entonces, todo empezó a ir muy deprisa. Salimos agarradas del local y una vez fuera, la puerta de la furgoneta se abrió y salió Nick y Johan, apuntando a la cabeza de los asesinos. Pero no funcionó, porque no dudaron en tomarnos de rehenes y llevar la pistola hasta nuestras sienes.

Los transeúntes se protegieron enseguida entre gritos y terror al ver las armas y a la policía en plena acción. Ya daba igual que estuviésemos en la calle. Solo nos separaban unos metros de ellos y allí podía pasar de todo. Desde salir de ahí y volver a casa hasta acabar con un tiro en la cabeza.

— Bajad las armas y dejadnos irnos o las matamos a las tres —el arma de Riker apuntaba a la cabeza de Nick. Lo tenía a tiro.

— No vamos a negociar con vosotros. Soltadlas —Nick no demostró en ningún momento debilidad. Todo lo contrario, se le veía muy seguro de sí mismo, pero ellos eran más y mucho más seguros.

RikerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora