14.

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Narrador Omnisciente.

Salió de casa en cuanto los primeros rayos de luz entraron por la ventana y chocaron contra la superficie negra del piano, ese piano donde hacía menos de una hora estaba sentado con Sasha. Poco le importaba el resto de seres humanos, incluso ni se preocupaba jamás por él mismo, sabía que estaba metido de mierda hasta el jodido cuello y que algún día todo eso le ahogaría y terminaría por dejarlo muy jodido o incluso muerto, pero le daba igual, no podía dejarlo, no podía dejarla tirada a ella, habían sido demasiados años haciendo aquella mierda por ella como para dejarlo ahora. Ella era la única que le importaba, aquella chica morena de ojos verdes que hacía tantos años que no veía. Y todo por culpa de ella, de esa zorra en la que un día confió. Aquellos hijos de puta tenían que morir tarde o temprano por haberle hecho sufrir de esa forma.

Se obligaba a sí mismo a no pensar en Sasha porque nunca había tenido ningún problema en olvidarse de una mujer, nunca ninguna se había instalado de esa forma en lo profundo de su mente y era una sensación extrada y frustrante a la vez. Quería que se fuera de ahí, olvidarla como a todas, quería que le fuese igual de fácil matarla a ella como a otra persona a la que había asesinado pero era pensarlo y una rabia que nunca había sentido salía a flote, sacando el monstruo que llevaba dentro.

Llegó a la calle y el sonido de su teléfono móvil volvió a molestarle mientras lo cogía y miraba quién narices llamaba. Adele. ¿Qué cojones quería aquella tía ahora? Riker estaba para pocas tonterías en esos momentos pero no podía colgarle, le tenía bien cogido por los huevos esa pequeña puta.

— Qué quieres —fue lo único que dijo en el momento exacto en el que se pegó el móvil a la oreja y sacó las llaves del coche.

— Yo también me alegro de verte, cariño. Dice Jay que si vas a tardar mucho en llegar, que te des prisa.

¿Por qué tenía esa voz tan chillona y repelente? no soportaba a aquella mujer y nunca lo había soportado. Decía que le quería, que estaba enamorada de él pero se follaba a Jay y a Freddie. Nunca la había visto como otra cosa que no fuese una cualquiera.

— Estoy de camino —y colgó sin decir nada más.

Veía a la gente caminando y hablando con algún familiar o amigo por la calle, dando un simple paseo o a adolescentes teniendo su primera cita. Todo el mundo cree que todo es perfecto, que nadie hace nada malo pero en realidad no deben confiar en nadie, ni siquiera en su sombra. El panadero del barrio puede ser un puto asesino, el padre de tu mejor amigo puede ser un jodido mafioso o incluso el vecino de arriba podría ser un violador y nadie piensa en ello. Riker era un asesino y un narcotraficante. Mejor dicho, era un asesino a sueldo, aunque a veces no le importaba cargarse al primero que le tocara los cojones, pero normalmente cobraba por ello. Ellos le decía a quien cargarse. Un político, un profesor, un policía... siempre gente de alto cargo y gente con poder y él lo hacía sin protestar y sin dudar porque tenía que hacerlo. No por gusto, no porque quisiese, sólo por ella.
Lo tenían cogido por los huevos y la soga de su cuello apretaba cada vez más.

Llegó al almacén donde todos se refugiaban, donde hacían su vida sin ser molestados por la policía. Ellos no se metían, nunca lo habían hecho hasta ahora.

— ¿Dónde coño te habías metido, Riker? —el primero en darle la bienvenida fue el gilipollas de Jay.

— Ya estoy aquí, qué queréis.

— Ven, amigo, pasa y hablemos todos juntos —le dio una palmada en el hombro, pero ni se inmutó.

No podía llevarle la contraria ahora mismo y tampoco cabrearles, no le convenía, aunque los odiara.

RikerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora