11.

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Cuchillo de Riker ensangrentado en multimedia.
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Tuve un tipo de pesadilla en la que aparecía Jay y toda la compañía delante de mí y acababan conmigo de un directo y certero tiro en el centro de mi cabeza. El resto se volvió negro y abrí los ojos de golpe, esperando encontrarme en una cama, una cómoda y blanda cama, pero no. Al principio no supe muy bien dónde estaba y qué hacía en un coche dormida, pero cuando mis ojos impactaron con la figura de Riker al volante, las imágenes de los acontecimientos pasados volvieron a mi mente.

— ¿Cuánto he dormido? ¿qué hora es? —me aclaré la garganta al notarla algo ronca debido al profundo sueño en el que me sumí, pero Riker no apartó la mirada de la carretera. Ni siquiera se sobresaltó, ni se inmutó.

— Once horas. Son las seis de la mañana.

¿Once horas? ¿cómo había podido dormir tanto de un tirón? hacía bastante tiempo que no dormía tantas horas seguidas, pero aunque me hacía falta algo así, la espalda se me resintió por culpa del asiento del coche. Las muñecas seguían doliéndome horrores y también alrededor de los pies. Parecía que me habían pateado y dado una brutal paliza. Hasta el espejo retrovisor del coche reflejó una imagen desastrosa de mi cara. Totalmente despeinada y unas ojeras como bolsas del supermercado. Estaba demasiado demacrada.

— ¿Once horas y aún no hemos llegado... al sitio hacia donde estés conduciendo? que por cierto, aún no me has dicho dónde narices me llevas —¿es que acaso estaba llevándonos al estado más alejado del país?

Desvió un segundo la mirada hacia la mía y volvió a centrarse en la carretera. ¿Había estado once horas conduciendo sin descansar ni cinco minutos? se estaba arriesgando demasiado a que tuviésemos un accidente, además, la velocidad tan elevada a la que iba tampoco ayudaba a nuestras posibilidades de sobrevivir.

— No tienes por qué saberlo. Duérmete de nuevo —en ese momento, sonó su teléfono móvil, colocado en un pequeño hueco al lado de la palanca de cambios. El sonido resonó por todo el coche y tras mirar quien era, descolgó y se lo puso en la oreja. No era momento para recordarle que mientras se conduce, no se puede hablar por teléfono móvil—. Que. Sí. ¿Habéis llegado ya? de acuerdo. ¿Qué cojones hace ahí? dile que se vaya antes de que yo llegue. No me importa una mierda, haz que se largue. No saben nada. Vale —colgó sin despedirse y dejó el móvil en el mismo sitio que antes a la vez que se concentraba de nuevo en el trayecto.

— ¿Me vas a decir quién era?

— No.

De nuevo aquella coraza que cubría por completo a Riker. La maldita muralla que lo rodeaba me impedía acceder a él. Era demasiado segura y parecía tener hasta escudos. En serio, ¿por qué era así? ¿alguna vez lo sabré? seguro que no. Lo único que me quedó por hacer fue resoplar, poner los ojos en blanco y mirar a través de la ventana, porque era más interesante los pocos árboles que pasábamos que tener una sosa y aburrida conversación con alguien que no tiene ningún interés en hablar contigo.

Empezaba a amanecer. El sol salía por delante de nosotros, dándonos en la cara y obligando a Riker a entrecerrar los ojos para poder ver la carretera con claridad, pero al ser difícil la visibilidad, desvió el coche hasta un área de servicio y descanso y tras apartar con soltura y rapidez, salimos los dos del coche. Necesitaba estirar las piernas y salir de aquel espacio. Tenía el trasero plano del asiento y me estiré sin miramientos como si me acabase de levantar de la cama después de veinte horas de sueño y una resaca horrible.

— Te invito a desayunar. Vamos —me pareció una buena idea, pero al ver dos coches de policía aparcados, ambos nos detuvimos en seco. Mis nervios empezaron a ponerse a flor de piel. ¿Estaba salvada? ¿podía irme de allí por fin? ¿por qué estaba tan nerviosa? mi preocupación estaba guiada a la de Riker. Sí, me preocupaba que lo pillaran.

RikerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora