Capitulo IV

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Luego de casi quince horas de viaje, llegamos al fin a un pequeño pueblo; que parece estar sumergido en un bosque y solo se ven grandes montañas.

—Que bien, pasar de un pueblo casi deshabitado a uno totalmente solo. —Se queja Adolfo. Vamos en un auto que apenas llegamos al aeropuerto nos esperaba para recogernos, le doy una mala mirada a mi hermano — ¿Qué? ¿Acaso haz visto alguna persona en el camino?

—Solo cállate... —Digo, desvió la mirada hacia la ventanilla del auto, apenas y se ve el camino ya que la neblina es un poco espesa. El frio aquí parece ser algo muy común, a diferencia de donde venimos.

Luego de casi una hora mas de viaje llegamos al fin a una casa gigantesca y algo exagerada, nada parecida a nuestro viejo hogar.

— ¿Les gusta? —Pregunta papá, nadie dice nada; todos han quedado mudos por la inmensidad de la misma —Aquí viviremos, al menos tu y yo querida —Dice a mamá y la abraza, ella se le ve menos tensa que antes.

— ¿Cómo que el y mamá? ¿Y nosotros que? —Susurra Adolfo.

No digo nada, cuando mi hermano mayor avanza a la gran «Mansión» porque así debo llamarla, yo camino detrás de el con mi bolso de mano y mi morral. El hombre que conducía el auto que nos trajo empieza a bajar las maletas.

La casa es de tres pisos, blanca totalmente y con muebles y cuadros acomodados metódica y elegantemente por todo el lugar.

—Entonces mientras nosotros vivíamos en una pequeña casa ustedes Vivian aquí... —Dice Adolfo, todos fijan la mirada en el, menos yo.

—Debían pasar desapercibidos, si llamaban la atención corrían mas peligro del que ya sospechábamos.

—Si, el mismo cuento de siempre —Responde mi hermano menor, encogiéndose de hombros, Bruno lo observa con molestia.

Unas seis personas aparecen frente a nosotros, dos mujeres de edad vestidas con uniformes blancos y negros, dos señores que parecen ser jardineros y dos hombres con esmoquin negros, los de seguridad, eso dijo mi padre. Luego de hacernos caminar por toda la casa mostrándonos cada rincón de esta, nos indican a cada uno su habitación. Creo que el tamaño de la que me ha tocado parece ser el mismo de mi antigua casa, con un vestier gigante lleno de ropa y zapatos y demás cosas. Al parecer mi padre tiene un buen trabajo en este país.

El reloj marca las seis de la tarde y parece media noche, la señora que es la encargada de la limpieza me indiaca que me esperan abajo para cenar, ¿Cenar a esta hora? Inmediatamente bajo, ya habiendo tomado un baño, lavado mi cabello y haberme colocado una vestimenta mas cómoda.

El silencio en la mesa no se hace esperar, Adolfo y yo no probamos, ni tocamos la comida hasta unos minutos después de habernos sentado, lo servido en el plato es algo que nunca había visto en mi vida, lo único que reconocí fueron unos ingredientes en la ensalada servida allí también.

—Papá les hablo de una academia a la que asistirían, ¿Cierto? —Pregunta Bruno, fijando su mirada en Adolfo y en mí. Ambos asentimos.

— ¿Qué con eso? —Dice Adolfo metiendo una cucharada de una sopa verde a su boca.

—Empezaran mañana mismo; la academia cuenta con residencias y departamentos para que se queden toda la semana allí.

—No voy a quedarme... —Dice Adolfo —Quiero volver cada día.

—De hecho hermanito, es obligado quedarse, es una regla de la academia, podrán salir los fines de semana si así lo desean. Les he conseguido buenos sitios para quedarse, todo les quedara cerca y estarán seguros.

The AcademyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora