29- Pistas

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*Narra Evelyn*

La reconozco enseguida, aunque la última vez tuviera el aspecto de una niña. Su maldición ha desaparecido, tiene la piel roja por alguna razón que desconozco y la acaban de apuñalar.

—¡Lizz! —corro hacia ella.

—¿Qué crees que haces? —estalla Connor.

Mery detiene a tiempo el puñetazo e inmoviliza las muñecas de Connor, quien no duda en darle un cabezazo.

—¡Mi nariz! ¡Casi me partes la nariz! —chilla Mery llevándose las manos a su nariz.

Los ojos de Mery se cruzan con los míos. De una expresión furiosa, se torna a una sonriente. Con la nariz sangrante, esa sonrisa y los ojos tan abiertos, me produce un miedo instintivo.

—No la mires —la voz de Arturo suena gélida.

Mery aparta la mirada de mí.

—¿Me hablas a mí? —suelta una risa en forma de tos—. ¿Qué manía tenéis contra mí? ¡No he hecho nada malo! La vampiresa está bien, ¡soy yo la que sangra!

Lizz la maldice sacándose el cuchillo poco a poco. No sangra.

—Lizz... —dice Connor a su lado.

—Tranquilo, no se mata a un vampiro tan fácilmente. Esto estará cerrado para cuando anochezca

Cierro los ojos un momento y me llevo la mano al corazón.

—Qué susto.

—¿Veis? Está bien, no necesita ayuda. ¡Yo soy la que necesita ayuda! ¡Arturo, mírame!

Connor le dedica una mirada capaz de marchitar la hierba y la hace callar.

Caminamos un poco más. La gente de la aldea celebra la llegada de sus viejos amigos en medio del claro, llegar adonde arden las hogueras alegra el ambiente; mis abuelos me saludan con una taza en las manos.

Quiero explorar el lugar desde las alturas. La Sanadora pondrá muchas pegas, será mejor ir a escondidas. La escoba mágica debe de estar en la Caja Mística.

Saludo a mis abuelos y le doy un abrazo a mi abuela. Les pregunto si han visto a Jenni o Vane, a lo que me responden negativamente. Les deseo una buena noche y me despido. Cuando estoy lo suficientemente lejos, medio oculta entre cuerpos y en la siguiente hoguera, levanto la Caja Mística a la altura de mis ojos. Ha sido fácil, La Sanadora no se ha dado cuenta.

Saco una de las escobas voladoras y voy hacia donde se encuentra Vane.

—Necesito que devuelvas esto a mi abuela sin que se dé cuenta, Vane. Daré una vuelta sobre la escoba.

Vane asiente. Me tiende una mano y le entrego la Caja.

Una vez lejos de las hogueras y de las personas, pongo la escoba en el aire y me subo a ella. La escoba se eleva poco a poco y la guío hacia delante. En un abrir y cerrar de ojos, me encuentro sobrevolando el monte.

La Luna es mi única luz, hasta que distingo otra fuente luminosa. Es anaranjada y destaca entre unos árboles. Debe de ser una hoguera. ¿Qué hará aquí, tan apartada de las demás? Me precipito hacia ella con brusquedad, he perdido el sentido de la distancia debido a la oscuridad, y la curiosidad ha agregado velocidad de más. La escoba voladora cae metros más allá y yo me estrello sobre el fuego.

Oigo exclamaciones de sorpresa. Mis manos y brazos están heridos por el aterrizaje, pero el fuego los cura. Descubro que las llamas actúan como medicina sobre mis heridas. El fuego desaparece y me quedo a oscuras.

Me levanto y aliso mi ropa mágica, intacta. Miro a mi alrededor y veo algunas siluetas; no llego a distinguir nada más.

—Rrix, ¡es ella! —oigo decir a alguien.

—He tenido un... accidente. ¿Veis una escoba por alguna parte?

—¡Oh! ¿Esto? —oigo un crujido—. Gracias, con esto podremos encender el fuego que has apagado.

—¿Acabas de partir mi escoba?

Sus risas huelen a veneno. Ante estas situaciones, solo existe una solución. Echo a correr montaña abajo. No sé si me persiguen, pero no pienso quedarme a descubrirlo. No siento curiosidad hacia ellos.

Si desean alcanzarme, lo lograrán. Hablo de la velocidad de un hombre lobo cuesta abajo. Noto algo pesado impactando sobre una de mis piernas y tropiezo. Me han tirado una piedra. Oigo sus pisadas acercarse. Alguien me agarra de la muñeca y tira de mí para ponerme en pie. Puedo sentir que le faltan algunos dedos.

—¿Qué queréis de mí? —tiro de mi brazo.

—¡La tienes, Rrix! —dice una tercera voz.

—Arturo se llevará una sorpresa —ríe la voz número cuatro.

—Tranquila, somos viejos amigos suyos. Hemos escuchado que te llevas muy bien con nuestro colega, ¿por qué no nos conocemos un poco también?

Para tener tres dedos, se las arregla bastante bien para sujetar mis dos muñecas con una sola mano. Le regalo una buena patada en la entrepierna, pero desvía la trayectoria de mi pierna con otra patada, haciéndome perder el equilibrio.

—¿Esa es tu respuesta? Qué decepción.


*Narra Arturo*

Veo a Evelyn rodeada de la pandilla de Rrix. ¿Qué hace Evelyn con ellos? Rrix agarra a Evelyn de la muñeca con violencia. Intento acercarme, pero algo me impide moverme del sitio. Mi voz tampoco llega a ellos.

—¡Soltadme! ¡Puedo maldeciros!

—Tiemblo. Fíjate, me he cagado encima.

—Se nota que es principiante, usa una escoba para volar.

—A un mago no se le mide por su capacidad de volar... Eh, ¿qué haces?

Rrix olfatea la cara de Evelyn de cerca. Me hierve la sangre cuando desciende por su cuello. Para mi sorpresa, Evelyn le escupe. Su puntería no falla.

—¡Bruja! —Rrix se lleva las manos a los ojos.

Sin nada deteniéndola, echa a correr. Pero los chicos la bloquean.

—Ahora sí puedes tomártelo personal —grita Rrix—. ¡Sujetadla!

—¡Ayuda...!

Siento mi corazón a estallar. Logro romper aquello que me detiene y atravieso el espacio que me separa de Rrix como una bala. Le agarro del cuello con intención de estrangularlo. Sin embargo, traspaso su imagen como si fuera niebla.

Despierto en mi habitación con el pecho subiendo y bajando con violencia debido a la respiración. Estoy en casa. Bajo de mi cama descalzo y asomo la cara por la ventana. Aún es de noche. No he dormido mucho pero, al menos, ya no siento el desagradable mareo de antes.

Me paso una mano por el pelo y bostezo. Acabo de soñar algo importante, pero... ¿qué era?



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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora