48- Infiltrados

114K 8.7K 1.6K
                                    

*Narra Vanessa*

—¡Zed! ¿Dónde te habías metido? —le regaño—. No puedes desaparecer así porque sí.

—Perdona, buscaba a Evelyn.

—Así que tampoco la has visto. Pensaba que estaba en su cuarto, pero fui hace un rato a por un libro de hechizos y no había rastro de ella —me llevo una mano a la barbilla, pensativa—. ¿Has visto a La Sanadora? Tal vez ella sepa algo de Evelyn.

—La vi hablando con un tipo que flotaba sobre una hoja.

—¿Cómo dices?

—Creo que es el señor que se llevó a Arturo al mundo de los magos.

Ahora que lo pienso, desde que Arturo se fue, no he vuelto a ver a Evelyn. ¿Se habrá ido con ellos? Agarro los hombros de Zed.

—Llévame hacia ellos, ¿recuerdas el camino?

—Sí, es fácil.

Dejo que Zed me guíe hasta La Sanadora. Los miramos escondidos tras unas plantas.

—No sé qué se trae en las manos, señora —dice el hombre con un fuerte acento extranjero—, pero deje a mi sobrino en paz.

—Ya le he dicho que no sé de qué me habla, guardián —replica la abuela de Evelyn.

—Tendré que denunciarla por usar magia prohibida, señora.

—¿Cómo...?

—Y por intentar ocultarlo. No quiero problemas, me gusta mantenerme al margen de ello, pero si no anula el hechizo que tiene sobre Arturo, tendré que tomar medidas.

—¿He usado magia prohibida? Qué despiste. Cuando una se hace mayor... No sé ni cómo...

—Ahórrese las explicaciones. Solo hágalo —se despide.

—Qué agresivos se están volviendo los jóvenes de hoy en día —murmura la abuela de Evelyn, alejándose.

La magia prohibida es prohibida porque requiere sacrificios de vidas humanas y sangre, no se consigue a la ligera. ¿Está dispuesto el guardián a hacer la vista gorda? Ni si quiera yo puedo. ¿Realmente La Sanadora ha empleado magia negra? ¿Por qué?

El hombre se queda mirándola hasta que La Sanadora desaparece de la vista. Entonces, abre un portal en el aire.

—Ahora —me levanto y Zed me imita—. Zed, no debes seguirme.

—¡Pero quiero ir!

—¿Estás seguro? Tal vez no volvamos nunca.

—Estoy seguro.

Un estallido de magia nos ilumina. Miro hacia el portal. La Sanadora ha reaparecido y está forcejeando con el guardián para cruzar el portal.

—Usted sigue empleando magia prohibida —dice el guardián—. No podrá escapar del castigo.

—¡Haré lo que sea para recuperar lo que es mío! —grita La Sanadora.

Agarro a Zed del brazo. Hay algo extraño en la abuela de Evelyn; no me detendré a ayudar a alguien que he dejado de conocer. Aprovecho que están distraídos combatiendo para cruzar el portal con Zed.

Entrecierro los ojos por la intensidad de la luz. Corremos hasta que el suelo cambia de relieve y el olor al bosque es sustituido por otro inexplicablemente mágico.

He escuchado y leído miles de cuentos acerca de los dragones, pero nunca imaginé que llegaría el día en que miraría uno a los ojos. El dragón granate está sentado al borde de la tierra en el que estamos, el mundo de los magos está roto en pedazos.

—Más ignis —dice el dragón.

El joven que está de espaldas a nosotros se sobresalta y voltea para mirarnos. Vuelve a girarse y sigue con su labor; está tratando una vistosa herida del dragón. No parecen tener intención de luchar contra nosotros.

El susto que se ha llevado debió de ser por la repentina voz del dragón, pues tras vernos ha actuado indiferentemente. Más ignis... Quiere decir que ha pasado al menos un ignis antes que nosotros.

—¿Qué te ha pasado en la cola? —pregunta Zed.

—Silencio. Os pido que no me distraigáis durante un momento, estoy intentando terminar algo.

Zed me mira y me encojo de hombros. Nos acercamos a ellos. El chico está creando algo gélido en la cola del dragón. Se pasa el brazo por la frente; nunca me he esforzado tanto como para sudar haciendo magia.

—¡Ya está! Esto detendrá la hemorragia y ayudará a que sientas el peso de tu cola de nuevo en su sitio, Dack —dice y se gira hacia nosotros—. ¿Qué decíais?

—Habéis visto a más ignis por aquí, ¿verdad? —me doy cuenta de que estoy hablando en un idioma diferente.

—Así que buscáis a Evelyn, solo hay que ver las pintas que lleváis.

—¿La conociste? —pregunta Zed.

—Sí. ¿También habéis venido para hablar con el Consejo?

—¿Eso te dijo Evelyn que haría? —me pellizco el puente de la nariz.

Sabía que no era posible que se hubiera escapado con Arturo para ser felices en el mundo de los magos, pero el enfrentarse al Consejo sola es tan o más loco que lo anterior. ¿Por qué no cuenta conmigo? Casi prefiero que nos hubiera abandonado por un chico.

—No creo que tengas que preocuparte por ella. Sabe cuidarse, se ha cargado el jinete antes que nosotros. De todas formas, íbamos a buscarla; le dije a Evelyn que estaría con ella cuando hablara con el Consejo.

—¿Y quién eres tú?

—Oh... Ya entiendo porqué no te has desmayado al verme. Me presento, soy el príncipe Marshall.

¿Príncipe? ¿Desde cuándo Evelyn es tan cercano a un príncipe? No sé qué habrá hecho desde que ha desaparecido, pero ha movido las fichas adecuadas.

—Yo soy Vane y este es Zed, somos amigos de Evelyn. ¿Nos llevaríais con vosotros?

—Eso lo decide el grandullón de aquí —dice dando unas palmadas a su compañero—. Dack, ¿qué dices?

—Príncipe, yo... —se asombra el dragón—. Usted ordene, que yo estoy aquí para obedecer. Me ha salvado la vida.

—Nos hemos salvado la vida —corrige Marshall—, somos compañeros. Vamos, ¿los llevarías con nosotros?

El dragón nos mira y asiente.

—¿Por qué haríais todo esto por Evelyn? La acabáis de conocer.

—Cae bien.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora