Veo que es Arturo. Limpio de un manotazo mi saliva y pido perdón.
—¿Cuánto tiempo llevamos sentados así? —pregunto, mi cara se cae de vergüenza.
—Un rato. La Sanadora ha dicho que el hechizo que hiciste la salvó, pero te dejó sin fuerzas. ¿Te encuentras mejor?
—¿Cómo? ¿Ya despertó mi abuela? —miro a mi alrededor. En la habitación solo estamos Arturo y yo. Escucho unas voces y risas provenientes del salón—. ¿Qué está pasando? ¿No te has movido de aquí porque estaba durmiendo en ti?
—Sí.
Me llevo las manos a la cara, avergonzada. Salgo de la habitación y bajo corriendo las escaleras para comprobar que, efectivamente, mi abuela y la intrusa están hablando tranquilamente en el salón, bebiendo té de flores.
—Oh, Evelyn —saluda mi abuela—. ¿Qué tal si vais los tres al bosque y me traéis plantas medicinales?
—¿Los tres? —pregunto señalando a la chica.
—Ella es Darleen —la presenta con una amable sonrisa—, está bajo un hechizo de hipnosis y está obligada a decirme la verdad y únicamente la verdad. Saluda a Evelyn, Darleen.
—Hola, Evelyn —me saluda sonriente, pero veo pánico en sus ojos.
Reprimo una risa. La Sanadora es capaz de llevar todo a su terreno.
Vamos los tres al bosque. Arturo camina detrás de Darleen, vigilándole la nuca.
No les presto mucha atención y me pongo a examinar unas posibles plantas curativas, hasta que escucho a la chica gritar. Me giro hacia ellos y veo a Darleen atizando algo con una piedra.
—Una serpiente venenosa —me dice Arturo tranquilamente a su lado—. La mordió.
Horrorizada, corro hacia ella.
—¿Cómo se te ocurre golpearla así? —exclamo y le arrebato la piedra—. ¡Eres una bestia!
—No estoy bien, gracias por preguntar —me fulmina Darleen con la mirada.
—¿Se pasó el efecto del hechizo de La Sanadora?
—El hechizo hipnótico no me impide hacer comentarios sarcásticos, tu abuela solo me obliga a acompañaros y volver antes del atardecer, sin atacaros ni escapar.
Las pupilas de Darleen se dilatan, debe ser algún efecto del veneno. Se pasa la mano por la frente, está sudando.
—Tranquilízate, si no quieres que tu corazón extienda el veneno con mayor velocidad —le digo y examino la mordedura de serpiente—. Déjame ver.
Pongo mis manos en su tobillo. Invito al veneno a salir por la herida y acompaño el hechizo con unas palabras mágicas. Termino y levanto la vista.
—¿Por qué me ayudas?
—¿Por qué no? —me encojo de hombros.
Darleen mira a otro lado, tiene lágrimas en los ojos.
—¿Qué mosca te ha picado ahora?
—Me has salvado la vida, son lágrimas de rabia.
—No es para tanto, olvídalo.
—No. Le debo la vida a una ignis.
—Te he dicho...
—Comunicaré que he acabado contigo y con tu abuela.
—¿¡Qué!?
Intercambio miradas con Arturo, incrédula.
—Pero normalmente quieren pruebas —resopla Darleen—. Llevaré la flecha que atravesó a tu abuela. No sé si será suficiente, pero lo intentaré. Si me piden más pruebas, tendré que volver.
—Si eso ocurre, pensaremos otra cosa —contesto.
Una vez en casa, dejo las plantas sobre un pañuelo y le cuento a La Sanadora lo ocurrido. ¿Por qué siento que todo formaba parte de su plan? No es posible, por supuesto. Cualquiera podría haber recibido una mordedura de serpiente, y nada garantiza que Darleen pudiera reaccionar tan agradecida. Nos despedimos de Darleen frente a la puerta.
—Gracias a ti también por echarnos una mano, Arturo. Sin ti, las cosas no habrían salido bien —agradece mi abuela.
—¿Adónde fuiste de viaje? —pregunto con curiosidad.
—Ah, con respecto a eso. Venía a pediros ayuda —nos cuenta lo sucedido y nos enseña un papel con un mensaje mágico.
Mi abuela toma el papel entre las manos y se pone sus gafas de leer.
—Es la dirección de una isla.
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