9- La chica del cabello de fuego

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*Narra Evelyn*

Las gotas de lluvia golpean con fuerza el cristal.

La infusión de flores no llega a mis labios, me ha paralizado un grito proveniente de mi abuela. Corro a su habitación y, al entrar, me resbalo y caigo. No me hago daño. Me pregunto con qué me he resbalado. Miro al suelo... Es sangre.

Despierto de golpe. Veo a La Sanadora sentada en la mecedora que hay junto a mi cama, tejiendo.

—Abuela —la abrazo.

—He estado esperando a que despertaras. Te han llegado los poderes, jovencita. ¡Enhorabuena!

Así que era eso. Ya recuerdo. El inexplicable cansancio que sentí durante el día es parte de las señales, al igual que el hormigueo de mi estómago junto al acantilado. Di por supuesto que era debido a la altura... ¿Qué hay de la visión que debo ver? Me estremezco. ¿Lo que soñé fue una visión del futuro?

—Concéntrate en el agua —dice mi abuela señalando el cuenco que está en la mesita de noche—, aplica algún hechizo que hayas estudiado.

Lo miro fijamente. Tras un par de intentos, consigo que hierva.

—Ignis —susurra mi abuela con el ceño fruncido.

Salto de la cama con alegría. Al fin puedo poner en práctica lo que he estudiado durante todos estos años. La teoría dejará de ser ficción, puedo ponerla en práctica.

Al hacer hechizos, uno puede ayudarse con gestos, aunque no sean necesarios. Con el paso de los días me voy dando cuenta de que solo sé derretir cosas, evaporarlas con el calor o chamuscarlas con fuego.

La Sanadora me prohíbe utilizar los poderes lejos de casa por motivos de seguridad. No ofrezco resistencia, prefiero estar cerca de ella hasta que me llegue la supuesta visión. O hasta comprobar que la pesadilla que tuve solo es una pesadilla.

Alguien llama a la puerta. Le digo a mi abuela que me deje atenderla. No solemos tener visitas; preocupada, abro un poco y taladro al visitante con un ojo.

Es Arturo. Abro la puerta de par en par.

—Oh, hola —vacila un segundo por mi brusquedad—. Estaba de paso y vine a saludar.

—Tengo algo que enseñarte.

Lo llevo al bosque y, asegurándome de que no hay nadie alrededor, tomo una hoja de suelo. Chasqueo los dedos de mi otra mano y la hoja empieza a arder.

—Han llegado tus poderes —exclama.

—Hace un par de días —asiento—. ¿Qué tal está tu herida?

—Ha desaparecido —se levanta la camiseta inesperadamente y me enseña el lugar donde está su corazón—. Los hombres lobo nos curamos rápido, ¿ves? Me sorprende que no quede cicatriz... Eh, te estoy hablando. ¿Adónde miras?

Despego la mirada de la nube y miro de reojo a Arturo, avergonzada. La expresión divertida de su rostro pasa a una de pánico.

—Evelyn, tu pelo... Está en llamas.

Me miro un mechón y ahogo un grito de horror. No es pelo, es...

—Es... ¡fuego! —grito alarmada golpeándome el cabello para apagarlo.

—¿Te afecta? A lo mejor viene con tus poderes —observa Arturo—. Solo está en tu cabeza, no se propaga.

Detengo los golpes. No duele, apenas lo habría notado si no fuera por Arturo. Nunca me ha ardido la cabeza, así que no sé cómo debería sentirse en estos momentos.

—Ahora está disminuyendo... Desapareció —Arturo pone una mano sobre mi cabeza con seriedad—. Está caliente.

—¿Qué haces? —miro hacia arriba.

—Comprobar que tienes la cabeza intacta —pasa sus dedos entre mi cabello, acariciándome la cabeza—. ¿Por qué habrá ocurrido? ¡Ah! ¡Quema, quema!

Me sobresalgo e intento calmarme. Mi pelo arde de nuevo, tal vez se encienda con sentimientos fuertes. Cierro los ojos y respiro profundamente. Concentro toda mi imaginación en la imagen de un burro bailarín.

—Se ha vuelto a apagar. ¿Cómo lo haces?

—No quieras saber —dejo caer mis hombros, cansada.

—No quieras saber —dejo caer mis hombros, cansada

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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora