40- Belleza en lo mortal

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*Narra Evelyn*

Marshall abre una entrada pegada a una pared, junto a la escalera de caracol. Cuando entramos al oscuro pasillo, la puerta se cierra en silencio y luces verdes empiezan a encenderse, uno por uno, iluminando el pasadizo con el color de los ojos de Marshall.

Su sala de armas parece un museo. Marshall entra después de mí. Las vitrinas exponen sus instrumentos de hielo como obras de arte y sus paredes están llenas de objetos punzantes.

—Eso de allá son armas antiguas que he ido coleccionando. Las de hielo están en las vitrinas; no he hecho muchas, requieren mucho tiempo y dedicación. Como bien has dicho, parecen decorativos. Apenas hay guerras en el Imperio de Nieveterna. Todo lo que ves aquí puede matar, pero también pueden transmitir belleza. ¿No te parecen geniales? Vamos, coge algo. No quiero estar cubriéndote las espaldas una vez en el mundo de los magos.

—No es necesario...

Me pasa un tubo cilíndrico de madera.

—Dijiste que manejas el arco. En ese carcaj hay flechas de hielo que se derriten con el contacto de la sangre —se pasa una mano por su cabello negro, haciendo visible una de sus puntiagudas orejas—. Resulta muy útil cuando no quieres dejar rastros. Simplemente queda un corte.

—Te lo agradezco, pero solamente quiero llegar a Haeky —dejo el carcaj a un lado—. Busco hablar con el Consejo, no a luchar.

—Solamente vas a hablar... Iré contigo, me gustaría ver qué pintas llevan los Consejeros.

—¿De verdad? ¿No temes a que tu reputación se manche?

—Mi reputación no puede mancharse, en todo caso la tuya se limpiaría conmigo presente —sonríe traviesamente.

Su seguridad es aplastante. Hay algo admirable en él y es que, a pesar caminar como si el mundo estuviera bajo sus pies, no es arrogante. Aunque sea engreído, no trata a los demás con desdén. Es una persona que se ama completamente y no hay nada de malo en ello.

Ha recordado que sé manejar el arco y me ha regalado uno de los objetos mágicos que tanto le ha costado hacer y, por si no fuera suficiente, pretende acompañarme en una misión suicida. Nos acabamos de conocer, ni siquiera somos amigos aún. Actúa porque así le nace. Su confianza en sí mismo, lejos de hacerme sentir inferior, me reconforta.

—Recuerda que pertenezco a los Hermanos Témpano, hijos de Nieveterna, luchadores innatos y jinetes de dragones —sigue alardeando—. Así que no tienes de qué preocuparte.

—Dragones... ¿Cómo es posible que existan? Se me hace difícil de creer.

—Los dragones fueron los primeros en poblar Haeky. Luego llegaron los elfos, quienes sabían emplear la magia en los portales, convirtiendo a Haeky en el lugar central de las criaturas mágicas. Los dragones estaban al borde de la extinción, hasta que llegaron los elfos con su magia y trabajaron juntos para sobrevivir. De esa ayuda mutua nació una fuerte amistad. Se consagraron así los Jinetes y los Dragones guerreros, que protegen a Haeky de invasores.

—Qué interesante, ¡no tenía ni idea!

—Y ahora, escúchame atentamente, Evelyn —me mira a los ojos, y descubro una seriedad tan intensa que tenía por imposible encontrar en su bromista mirada—. Jamás, jamás de los jamases, digas que un dragón pertenece a alguien. Ellos no son de los jinetes, como los jinetes no son de los dragones. Nadie pertenece a nadie. Los dragones son libres como el viento. Te lo aclaro porque muchos humanos tendéis a pensar eso, y me da mucha rabia.

—Me parece justo —sonrío.

Vamos hacia algún punto del jardín nevado, donde según él debe de encontrarse la emperatriz Nieveterna, su madre. Me pregunto cómo será. ¿Estará sentada sobre un trono de cristal o de oro? ¿Vestirá de ropas con más joyas que tela?

Marshall llama a su madre y camina hacia ella. Me detengo a cierta distancia, sorprendida ante su sencilla belleza. Nieveterna, la reina de los reyes y de las reinas, se encuentra sentada al borde de una fuente de hielo, con un libro en las manos. Lleva puesto una túnica blanca; el único adorno que lleva a la vista es un collar con un colgante de piedra.

Es la criatura a quien los pavos reales imitan sin éxito y las mariposas intentan igualar en belleza. Posee una gracia divina que ni los ciervos llegan a rozar. Separa su mirada del libro y, cuando nos sonríe a modo de saludo, contengo la respiración. Se muestra despierta y enérgica como una adolescente... y, a la vez, sabia como una anciana.

La emperatriz Nieveterna habría hecho ruborizar a la persona más cruel, y estoy segura de que podría enamorar a alguien sin corazón. Me quedo en mi sitio, intimidada y avergonzada. Ya entiendo porqué no hay guerra, ¿cómo habría guerra cuando ella puede desarmar con la mirada?

Marshall debe estar contándole lo sucedido en su idioma. Se parecen un poco. Ambos tienen rasgos afilados y ojos rasgados; sus orejas son puntiagudas y, su cabello, del color más oscuro.

La emperatriz Nieveterna se quita el colgante y se lo da a Marshall. Al cabo de un rato, Marshall se acerca a mí y la emperatriz Nieveterna se despide de nosotros con un vaivén de mano. Volvemos tras nuestros pasos, de nuevo hacia la torre de hielo.

—Ha querido darte este ópalo blanco —Marshall me entrega el collar que Nieveterna llevaba—. Le gusta hacer regalos... Es una piedra que actúa como un péndulo sobre el collar, te ayudará a alcanzar lo que tu corazón desee. Eso es lo que ha dicho Nieveterna; a lo mejor se refería a que te dará buena suerte, no sé muy bien cómo funciona.

Miro a la pequeña y afilada piedra acabada en punta, sus bordes forman una figura alargada de seis lados, unido a una fina cadena.

—Parece mágico —examino el colgante con cuidado.

—Lo es. Mira esto —el príncipe me quita el collar y lo lanza lejos.

Parpadeo un par de veces, sujetando aire. Marshall acaba de tirar el regalo que me ha hecho la emperatriz Nieveterna. Tras unos segundos, algo brillante vuela hacia mi dirección. El collar ha regresado a mis manos.

—Si alguien intenta quitártelo, volverá a ti. Porque es tuyo.

—Eso significa también que, si alguien tuviera esto y no lo dejara marchar, apuntaría a mí. Sabría en todo momento mi posición —observo—. Solo necesitan arrancármelo del cuello.

—¿Dónde te han enseñado a pensar así? —Marshall se ríe como si hubiera contado un chiste—. Pero sí, eso es cierto. Podría servir como brújula de personas. Afortunadamente, nadie sabe de su existencia. Existe porque Nieveterna lo permite, es parte de sus poderes. De todas formas, siempre puedes renunciar al collar; entonces no se moverá hacia ti. Así que descuida, no correrás peligro por su culpa.

—Ah, claro. Perdona, no quería... Debería volver y agradecer a Nieveterna. Lo llevaré como un amuleto.

—En otra ocasión, Evelyn —me detiene del brazo y tira hacia delante—. Vayamos a Haeky, ¡me muero de impaciencia!



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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora