19- Alguien inesperado

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*Narra Arturo*

Por muy increíble que me parezca, la vampiresa sigue cubriéndonos las espaldas.

—Ya lo entiendo. Quiere darle una sorpresa, ¿verdad? —pregunta emocionado—. No diré nada, princesa.

Los trozos de cristal roto se juntan y la sangre derramada vuelve al cuenco, llenándolo, como si nunca hubiera estado encima nuestra o esparcida sobre el suelo. El cocinero hace una profunda reverencia y sigue su camino, con el recipiente de nuevo en las manos.

Bajamos por unas escaleras estrechas y poco iluminadas. Descendemos una eternidad hasta llegar a la mazmorra, es amplia y está iluminada por antorchas. Entre las rejas se asoman rostros de hombres lobo. Algunos resultan familiares; otros, desconocidos.

Veo a mis padres. No me reconocen en un principio, pero sus miradas se tornan sorprendidas y húmedas. Las personas a las que he odiado durante media vida, lloraron por mí. Mi estómago se revuelve y aparto la mirada de ellos, incómodo. Están sucios, heridos y viejos. El tiempo ha pasado sobre ellos sin piedad. Nunca me perdonaré haber llegado tan tarde.

—No toquen las rejas si aprecian su vida —dice el anciano de una de las prisiones, sentado en el suelo.

Lizz lanza una pequeña piedra hacia la reja y esta se reduce a cenizas.

—¿Quién ha hecho esto? Tiene que haber sido un mago —dice Lizz.

—¡Yo mismo!

La vampiresa se convierte en niebla, pasa por la reja sin tocarla y entra en la prisión del anciano.

—¿Es consciente de que se está encerrando a sí mismo? Está loco.

—Pensé que sabías porqué me encuentro aquí, princesa. Le recuerdo que su hermana amenazó con transformar a mi hija si no obedecía vuestras órdenes. Tiene usted la memoria peor que yo.

—Nunca me han contado eso, así que no espere que lo recuerde.

—¿Pretende quedarse aquí por el resto de su vida? —pregunta Evelyn.

—Ese es el trato.

—Escape con nosotros, conocemos el camino de vuelta —dice Evelyn—. ¿Cómo se llama su hija? Podemos ayudarle a encontrarla si elimina el hechizo de las rejas.

—Se llama Scarlett.

—¿Scarlett? —titubea Evelyn— ¿Y-y su esposa? ¿Cómo se llama?

—¿Qué importa? ¿Por qué te lo tengo que decir?

—Mi madre se llamaba Scarlett.

Abro la boca, sorprendido. ¿Se tratará de una coincidencia? ¿O realmente puede ser el abuelo de Evelyn?

—Catalina —contesta el anciano.

—Siento decirle... que su hija murió hace años.

—¿Qué? ¿Tú qué sabes? —el anciano se levanta.

—Murió por ser ignis, o algo así. Eso me dijo mi abuela.

—¿Cómo lo sabes? —repite el hombre señalándola con un dedo.

—Es mi madre, ya se lo he dicho.

Lizz se parta, dejando que el anciano abra su propia celda y salga al exterior.

—¿Por qué debería creerte? —los labios del anciano tiemblan y sus cejas muestran tristeza—. Es increíble, ¡soy abuelo!

—Siento interrumpir, pero deberíamos irnos —dice Lizz.

Las personas de otras celdas, que estuvieron murmurando hasta ahora, empiezan a suplicarnos en voz alta que los saquemos también. Hablan demasiado fuerte. Cada voz intenta ser más sonora que las otras para hacerse escuchar. Los guardias los oirán.

—¿Cómo vamos a escapar todos? —pregunta Kaiser—. Si subimos por las escaleras, los guardias nos taparán el camino antes de que podamos salir siquiera.

—Saldremos a la fuerza —dice Diego.

—No se preocupen, haremos un hechizo de teletransportación entre dos —el abuelo de Evelyn abre las demás celdas. Alrededor de veinte personas son liberadas.

Mis padres corren hacia mí y me rodean con sus brazos, sus lágrimas no tardan en caer. Los aprecio, pero dudo poder aceptar su cariño.

—Se necesita mucha práctica para eso, yo no tengo experiencia —dice Evelyn, preocupada.

Escucho alas batiendo. Los guardias no tardarán en llegar.


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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora