59- Sudor

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*Narra Evelyn*

Arturo separa el vampiro de Zed y lo inmoviliza en el suelo. Sostengo el pequeño cuerpo en mis brazos; se ha desmayado. Del cuello de Zed brota sangre, ha sido mordido.

Miro mi caótico alrededor; las gotas de sangre empiezan a caer con más abundancia del cielo y la canción que sonaba de fondo se ha detenido. Unos chicos golpean la puerta principal, cerrada a cal y canto.

Ana aparece cargando a otro alumno herido; debe haber más de un vampiro en El Correccional. Sombra Sonriente se cuela por el resquicio de una ventana y abre la puerta principal desde dentro, dejando vía libre a los alumnos. Ana me hace un gesto con la cabeza y la sigo al interior de la escuela. Noto algo en los pasillos que me impide correr, es un hechizo que nos obliga a avanzar despacio. Llegamos a duras penas a la enfermería y dejo a Zed sobre una de las camillas que desfilan por los laterales de la habitación alargada.

Resultan cinco alumnos heridos, hasta que Arturo entra en la enfermería con Ojeras rodeando sus hombros y cojeando.

—Había dos vampiros —dice Arturo—. Los hemos atrapado, pero Ojeras se ha hecho daño.

—No es grave. Tropecé con mi sombra.

Un chico con un bolso abombado se acerca a nosotros. Arturo parece conocerlo.

—Canela, ¿te queda alguno de esos trapos verdes?

—No son trapos, se llaman Cremallera Cierra Heridas —saca un pañuelo verde de su bolso y se lo entrega—. ¿Dónde habéis dejado los vampiros?

—En una de las habitaciones vacías, los hemos atado y cerrado las ventanas. Se tranquilizarán si no les llega el olor de la lluvia.

Me siento junto a la camilla y aparto un mechón de la frente de Zed. Está sudando, al igual que el resto de los alumnos que sufrieron mordeduras.

—Si logran superar la fiebre, se recuperarán —dice Ana. Ha notado mi preocupación—. De lo contrario, se transformarán en vampiros.

—Había algo que solía preparar mi abuela cuando me enfermaba. La he visto cocinarlo, con suerte funcionará. ¿Tenéis jengibre?

Ana, Canela y otros dos alumnos me acompañan a la cocina y me ayudan en su preparación. Cuando tenemos los ingredientes necesarios en la olla, prendo un fuego para calentar el agua.

—¿Quién ha encendido esto? No hay madera bajo la olla.

—Evelyn... ¿has sido tú?

Asiento, vacilante. Ser ignis no es algo que deba esconder, pero tampoco es algo que necesite aclararle a la gente cuando las conozco. Pienso de esta manera, pero no puedo evitar temer su reacción. Me doy cuenta de que mi cabello está en llamas y en un acto reflejo apago el fuego de mi alrededor.

Ojeras irrumpe en la habitación.

—Han caído dos alumnos. ¿Os queda mucho?

—Es ignis —me señalan, ignorando su pregunta.

—Sí, me sorprendió en su momento.

—¿Lo sabías? —pregunta Ana.

—Les escuché hablar en una zona con sombra. No era mi intención espiar vuestra conversación, Evelyn. Utilizaba a Soso por si veía o escuchaba algo útil para completar la misión de hoy.

—No sé si quiero seguir trabajando con una ignis...

—No dejaré que mis compañeros se tomen algo que ella ha preparado.

—Entiendo que desconfiéis de mí. Pero dejemos este tema para después, la prioridad ahora es salvar a los demás.

—Evelyn tiene razón —dice Ana—. La medicina que hemos preparado está lista, sirvámoslo.

Dejo que ellos se encarguen de llevarlo. Si se quedan tranquilos sirviéndolo ellos mismos, no intervendré. Me quedo sola en la cocina. Limpio la olla y busco una papelera en donde tirar la piel de jengibre. Descubro que tienen una cubo de basura orgánica; si dejo la piel de jengibre sobre la plataforma y tiro de la palanca, cae por un conducto que lo lleva al jardín trasero, cerca del huerto. Servirá como abono para otras plantas.

Ana me encuentra cotilleando la cocina y me da las buenas noticias. El brebaje ha hecho su efecto. La sigo hasta la enfermería. Canela venda el pie de Ojeras; a parte de él, el resto de los heridos están acostados. Pongo una mano sobre la frente de Zed.

—¡Vaya! —sonrío—. Ni rastro de la fiebre, podría decir incluso que está frío.

—Esto... Evelyn. Zed es uno de los que no sobrevivieron.

Retiro mi mano de su frente, espantada. No parece estar muerto, tiene color en sus mejillas y en sus labios. Llamo a Zed por su nombre, pero no abre los ojos.

—Si parece estar bien —titubeo.

—Es debido a la esencia de vampiro que retiene en su cuerpo.



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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora