20- Sentimientos

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*Narra Evelyn*

—El barco en el que hemos venido está junto al acantilado —le indico a mi abuelo—. Intentemos llegar allí.

—Ánimo —me dice Arturo, tomándome de la mano. Sus ojos de color miel me miran tranquilos.

—Eso es, tomaros todos de la mano —vocifera mi abuelo; lo ha visto—. Será más fácil mantenernos juntos durante la teletransportación.

Cierro los ojos y respiro profundamente. Confían en mí. Debo llevarlos a todos de una pieza fuera de este castillo. Abro un ojo y miro a Arturo. Para mi sorpresa, lo pillo mirándome. Aparta la vista, pero vuelve a mirarme, como si hubiera sido un impulso el esconderse, y sonríe. Vuelvo a cerrar el ojo, con una sonrisa contagiada.

La teletransportación marea, al menos a mí. Intento aguantar las náuseas hasta que resulta insoportable y fallo la conexión de magia. Nos materializamos al final del pueblo de los vampiros, a metros del suelo. Hemos conseguido sacarnos fuera del castillo.

Casi me dejo los dientes en el suelo si mi abuelo no hubiera amortiguado mi caída con su magia. Me tiemblan las piernas, se me hace imposible levantarme. No he distribuido correctamente la energía en el hechizo, la he consumido toda de un tirón.

Arturo pasa un brazo por debajo de mis rodillas y me levanta del suelo en sus brazos, como si tuviera el peso de una pluma. Mi pelo se habría encendido de nuevo, si me quedaran fuerzas. Cierro los ojos, cansada.

—¡Por aquí! —escucho decir a Diego.

Para cuando despierto, el viento me azota y siento vértigo. Mi cuerpo está cayendo. No me doy cuenta de que sigo en los brazos de Arturo hasta que me acerca más a su cuerpo. Estamos cayendo en picado y el suelo vendrá a nuestro encuentro.

—Tranquila, Evelyn —dice en voz baja.

Sintiéndome absurdamente a salvo, miro abajo, temiendo el impacto. Veo a mi abuelo en la cubierta del barco. Nos detiene lentamente con sus poderes y aterrizamos en la cubierta con suavidad; es lo que hago en casa para ahorrarme el camino a la puerta, saltando desde la ventana de la segunda planta. Pero no podría hacerlo con ninguna cosa que caiga de un acantilado.

Están todos a salvo en el barco, incluyendo una bola enorme de agua.

—Le recordé a tu abuelo que necesitábamos agua para el viaje —me explica Arturo—. ¿Te encuentras bien?

Asiento, poco convencida. Me deja en el suelo. Temblando, suelto la camiseta de Arturo que, sin darme cuenta, estrujaba entre mis puños durante la caída.

No creo que pueda dormir esta noche con toda la información que he recibido hoy. Resulta que mi abuelo envió el mensaje mágico de socorro al tío de Arturo, de parte de sus padres. Me pregunto si Darleen habrá conseguido convencer al Consejo de Magos y cómo reaccionará La Sanadora cuando vea al abuelo. No puedo evitar pensar en ello.


*Narra Arturo*

Me tapo los oídos con la almohada para evitar escuchar los ronquidos de Diego, que está en la parte superior de la litera. Doy una patada a su colchón para que deje de roncar, pero, después de unos momentos, sigue.

Me calzo y salgo fuera. No podría dormir hoy, ni con silencio. Camino por la cubierta y miro el cielo; está despejado de nubes, pero no de estrellas. Una figura se da la vuelta y distingo su cabello rojizo.

—¿No puedes dormir? —me saluda Evelyn.

—Diego me dijo que suele roncar cuando está preocupado —apoyo los brazos en el borde del barco, junto a ella—. Solo un sordo podría dormir junto a él.

Evelyn resopla. Sus ojos oscuros brillan preocupados.

—Me extraña que no nos persigan nadie de la Isla Vampírica —dice ella.

—Tal vez en unos días aparezcan guardias en la puerta de la casa de La Sanadora para arrestarte, descuida —tranquilizo.

Evelyn me da un codazo.

—No deseo que hagan eso, me preocupa no leer sus movimientos —hace una pausa—. Pero tus padres están a salvo, que es a lo que hemos ido. ¿Ya hablaste con ellos?

—Algo.

—No pareces muy contento de tenerlos de vuelta, Arturo.

Apoyo la barbilla en una mano y miro al mar.

—Estoy contento. Pero también estoy enfadado —cierro los ojos—. ¿Nunca te ha pasado? Quieres mostrar algo, pero no puedes hacerlo porque resulta repugnante. Quieres decirle a tus padres que los amas, pero simplemente no puedes. Sería incómodo y raro expresarles afecto, pasé mucho tiempo pensando que me habían abandonado; he estado echándoles la culpa de todo. Me gustaría pedirles perdón, al menos. Perdón, no os merezco. No me abracéis, dejadme solo. No podría vivir sin vosotros, pero no os acerquéis a mí... ¿No te resulta ridículo? Odias a todos, pero, por encima de todos, te odias a ti mismo.

Abro los ojos. He hablado demasiado de mí mismo. Miro a Evelyn; está llorando.

—No sabía que te sentías así —se pasa el dorso de la mano por los ojos—. Tienes que perdonarte, Arturo. Eras pequeño y no sabías qué había ocurrido con tus padres. También hice cosas de las que no me siento orgullosa. Pero si de algo no podemos arrepentirnos es de nuestros propios errores, de alguna manera aprendemos. Tuviste tus razones para hacer lo que hiciste. Y, si no, tuviste tus sentimientos. Ambas nos empujan a hacer cosas. Aunque al final acaben siendo lo mismo, ya que los sentimientos nacen por alguna razón. Arturo, yo creo que te entiendes perfectamente, sabes qué has hecho y por qué lo has hecho. Ve a pedirles perdón si eso quieres, explícales lo que me has dicho, cuéntaselo todo.

Evelyn llora y dejo de entender qué más me dice. Alarmado, doy unas suaves palmadas en su espalda. Así se consuela a las chicas, ¿verdad? Evelyn se gira hacia mí y me abraza. Es como si llorara en mi lugar. La rodeo con mis brazos y sigo dándole golpecitos en la espalda.

—Mañana hablarás con tus padres, ¿de acuerdo? —me suelta y se seca los ojos.

—¿Mañana? —me llevo una mano a la nuca—. No me apetece...

—Mañana hablarás con ellos, me lo has prometido.

—¿Cuándo he prometido eso? No inventes.

—¡No faltes a tu palabra! —me señala.



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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora