58- Sangre

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*Narra Zed*

Paso por debajo de un puente de piedra gris. Arturo tiene que doblar sus rodillas para pasar; espero ser tan alto como él algún día.

—¿Escuchas eso, Zed? —se detiene.

Me encojo de hombros. Arturo entrecierra los ojos y reanudamos la marcha. Dejamos atrás el puente y nos adentramos en el jardín trasero de El Correccional. Cuanto más miro a mi alrededor, más me recuerda a un cementerio.

—¡Ya lo oigo! —susurro—. Viene de detrás de esa roca, ¿verdad?

Descubro un conejo de color marrón, dando grandes mordiscos a una zanahoria.

—Qué animal más gordo —se sorprende Arturo.

—Oh, es mono.

—¡¿A quién llamáis mono gordo?! —vocifera el conejo y nos arroja la zanahoria.

Me sorprende no haberme sorprendido. A estas alturas, toparme con conejos parlantes ya no parece una novedad.

—No lo decíamos con intención de ofenderte, pequeño —intento acariciarle las orejas, pero se resiste.

—¿Cómo que pequeño? ¡Soy mayor que tú, desgraciado!

—Pues se ve joven —me comenta Arturo.

—Tal vez sus arrugas se rellenan porque está gordo —bromeo.

El conejo me lanza una mirada poco amigable y se marcha dando saltos.

—Lo has enfadado, Zed —se ríe Arturo.

—No debí hacer ese chiste. Se ha dejado aquí un montón de zanahorias... Voy a dárselas y me disculparé.

—Da igual, Zed —Arturo hace un gesto despreocupado.

—Pero he hecho algo que odiaría que me hicieran.

—Te estás tomando la broma más a pecho que el conejo.

—Es que sé cómo se siente. Antes, cuando era aún más pequeño, tenía amigos que se burlaban de mí... y yo me reía con ellos de mí mismo. Temía plantar cara, era un miedica. Sin darme cuenta, acabo de actuar como un abusón, y no quiero. ¡Quiero ser como tú!

Arturo se agacha para estar a mi altura. Pone una mano en mi cabeza.

—Eres mejor que yo, Zed. Anda, ve y haz las paces con ese tipo.

Sonrío. Recojo las zanahorias y voy tras el conejo. Acabo en un sitio con enormes rocas. Miro entre las grietas, llamando al animal, y descubro un hilo de sangre rondando por mi pierna. Me he tropezado con algo sin darme cuenta.

—Eh, no toques eso —me detiene el conejo, asomado tras una roca—. No querrás que se te infecte.

—¡Ah, conejo! Perdona, no quería hacerte sentir mal —le enseño la camiseta que llevo puesta, estirada a modo de saco—. He traído tus zanahorias.

Entonces ocurre algo asombroso. El animal se transforma en un humano. No es tan mayor como creía, es más joven que Arturo. Tiene llamativas pecas en su cara y en su nariz; sigue pareciendo un conejo, debido a sus alargados dientes delanteros y sus ojos.

—Para ser tan pequeño, no eres tan estúpido como pensaba —me dice y se sienta también en el suelo. Busca algo en el bolso que lleva cruzado en el pecho y saca un pañuelo verde. Me lo entrega, mirando hacia otra parte.

—Ah, gracias.

Retiro la sangre. Veo que provenía de un diminuto corte sobre la rodilla. Paso el pañuelo una vez más por encima y la herida se cierra por completo.

—¿De dónde has sacado estos pañuelos?

—Sorprendido, ¿verdad? Los fabrico yo —sonríe orgulloso.

—¡Caramba, es genial! —exclamo y desvía la mirada, avergonzado—. ¿Qué eres?

—Soy como el hombre lobo de antes —guarda las zanahorias en su bolso—, pero conejo.

—¿Entonces eres un hombre conejo? ¿Y cómo haces para aparecer vestido cuando te transformas?

—Con un sencillo hechizo de materialización. ¿Cuál es tu nombre?

—Zed.

—¿Zed? ¿Ese es tu nombre nuevo? Has escogido uno bastante extraño.

—¿Nombre nuevo? Es mi nombre de siempre. Es viejo.

—Cuando los magos llegan a Haeky, suelen adoptar un nombre nuevo; ¿acaso no prestaste atención a la charla del guardián? Para estar igualados, te diré mi nombre real: Pepe. Pero aquí me llamo Canela, o El Inventor. Tú podrías llamarte Dez, ¿qué te parece? La gente suele darle la vuelta a las letras cuando les da pereza pensar en un nombre nuevo.

—Dez... No me gusta. Quiero llamarme Zed.

Una sombra aparece sobre nosotros. Alzo la cabeza y veo a Arturo agachado sobre una de las rocas.

—Estabais aquí. Eh, ¿y ese bolso? ¿Te dejaron entrar en El Correccional con eso?

—Lo fabriqué aquí, en El Correccional. No lo traje de fuera. Es mi porta-artilugios, en ella llevo mis inventos.

—¿Qué inventos?

—Os mostraré —coloca su bolso frente a nosotros, parece feliz por la pregunta—. A ver... Esto es un Hilo Desatascador De Comida En Los Dientes usado, también llamado HDDCELD. Y esto de aquí es un Reloj De Luz De Haeky Que Solo Indica El Día Y La Noche, también llamado... ¡Ah! Qué tarde es, no podemos perder más el tiempo —se transforma en conejo—, voy a buscar a Dios.

—¿Acaso existe? —pregunto, pero ya está muy lejos para escucharme.

—Vayamos a buscar a los demás, Zed.

Volvemos a la entrada de El Correccional. La única persona que vemos es un chico sentado sobre una roca.

—¿Has visto a alguna de las nuevas? —pregunta Arturo.

El chico gira a nosotros y nos señala la escuela.

—Detrás —dice.

Las encontramos hablando en el patio trasero. Evelyn nos hace señas para que nos acerquemos y nos cuenta sus sospechas.

—¿Por qué es tan complicada la vida? —me lamento.

—No te estreses, Zed —Arturo me da una palmada en la espalda.

Un grupo de chicos pasa corriendo.

—¡Vosotros! —nos grita uno—. ¿Qué hacéis parados? ¡Ya ha empezado!

—¿El qué ha empezado?

—¡La ira de Dios!

Una gota de lluvia cae sobre mi mejilla. Está caliente. Paso mi mano y me mancho de rojo.

—Está lloviendo sangre.

Seguimos a los alumnos. Corro detrás de ellos, pero no consigo alcanzar su ritmo debido a mis cortas piernas. Noto que alguien me está mirando.

Trago saliva y devuelvo la mirada a unos ojos rojos. Siento el mismo terror que experimenté con Elisabeth; esta vez no podré escapar. El vampiro corre hacia mí, soy su único objetivo.



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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora