43- La dragona

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*Narra Arturo*

—Simplemente iremos a mirar dragones —replica Rolf por enésima vez—. ¡Sé valiente y apúntate!

—¡No tiene que ver con la valentía! Me estás pidiendo ser temerario —resopla Cetus—. Iré con vosotros. Por cómo eres, seguramente nos metes en problemas si no hay nadie cerca que te vigile; Arturo parece bastante indiferente a todo esto.

Cierro el libro de normas e instrucciones; para el tiempo que han estado discutiendo, he terminado de leerlo.

—¿Habéis montado una de estas antes? —camino hacia las hojas.

Son del tamaño de mi antebrazo. Al tocarlo con mis dedos, noto que no es una hoja real.

—No, pero parecen fáciles de manejar.

La dejo a una distancia del suelo y se queda flotando en el aire. La hoja falsa conserva la cola, como si hubiera estado anteriormente unida a algún árbol; mi nombre está inscrita sobre ella.

Pongo el pie derecho encima, luego el izquierdo. Es cómodo. Rolf parece encontrar dificultades para mantener el equilibrio.

—Prefiero usar mis alas...

—Eh, mirad —dice Cetus.

En medio de la sala, una pequeña esfera luminosa y redonda se hace cada vez más grande.

—Se está abriendo un portal. ¿Será Kris?

—Oh, no... Entonces no podremos ir a ver a los dragones. ¡Escondámonos!

—No huele a él —miro a mis compañeros—. Sí, ocultémonos por ahora.

Cetus, asustado, se tira bajo el mantel de la mesa. Rolf y yo le seguimos. Escucho atentamente.

—¿El ópalo siempre brilla así cuando estoy cerca de lo que quiero?

—Creo que sí. ¿Falta mucho para llegar? ¡Esto no se acaba!

Me cuesta oír sus voces con claridad; será que aún no han salido del portal.

—Mira, ya estamos.

Oigo las pisadas de estos dos en la habitación. Cetus mira a través de un hueco del mantel.

—¡Ten cuidado! —susurra Rolf—. Aunque deberían ser ellos los que se escondan de nosotros... Tenemos más derecho a estar aquí que esos intrusos.

—Ni se te ocurra salir —dice Cetus sin quitar el ojo del hueco—. No sabemos si son... peligrosos. Tienen toda la pinta, con esa espada...

—Déjame ver.

Cetus se aparta y pongo un ojo en el hueco.

Un muchacho de aspecto refinado camina por la habitación, seguramente buscando una salida en este lugar sin puertas. La joven que lo acompaña mira los libros de la habitación.

—Es mi turno de mirar —dice Rolf dándome unos golpecitos en el hombro.

Siento que conozco a la pelirroja. Me es familiar su forma de moverse, como si la hubiera memorizado en lo más profundo de mi mente.

—Arturo, me estás clavando el codo en las costillas —se queja en voz baja Cetus.

Me alejo y dejo a Rolf.

—Podemos salir con lo que tengo aquí, Marshall.

—¿Una escoba? ¿Por qué tienes una escoba en el pelo?

—Es una escoba mágica.

—¿Y qué hacemos con eso?

—Nos sentaremos en ella. Al igual que lo he disminuido, puedo agrandarlo y alargarlo. Espero que vuele con el peso de dos personas.

La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora