15- ¡Yo-ho-ho!

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*Narra Evelyn*

Reanudamos la marcha. Connor retiene algunos rayos solares manteniendo una mano sobre la cabeza de la niña. A medida que atravesamos el bosque para llegar al mar, recogemos frutas para el viaje en barco.

—¿Ahora qué? —pregunta ella una vez que pisamos arena y vemos mar.

—Vamos a tomar un barco prestado —contesta Diego, señalando con su barbilla uno de los barcos de alquiler.

Los chicos se meten en el mar y lo escalan con rapidez; Lizz se convierte en murciélago, entra y se esconde en la sombra. Espero a que todos hayan llegado para hacer mi escena, pues debo cruzar a pie el muelle a plena vista. En mi carrera, aparece el señor responsable de los barcos llamando mi atención. Me persigue.

Consigo subir al barco y los chicos cortan las cuerdas que lo sujeta al muelle. Tengo cargo de conciencia, ¿cómo se lo pagaremos a la vuelta? El señor nos maldice desde el muelle.

—¡Descuida, papá! —le grita Diego—. ¡Intentaré no estropear el barco, es para algo importante!

—¡Le contaremos a la vuelta, papá de Diego! —se despide Connor.

Los miro sin dar crédito a mis oídos. Así que el barco es de la familia de Diego.

—¡Despleguemos velas! —exclama Kaiser—. ¡Yo-ho-ho!

—¿Qué es yo-ho-ho? —pregunta Lizz.

—Es risa de piratas —contesto.

—¡Yo-ho-ho! —le grita Lizz al hombre y se despide con la mano.

El viento sopla fuerte y en un chasquido de dedos estamos lejos de la costa. Me siento en la cubierta del barco y saco las indicaciones que trazó mi abuela. Arturo se sienta a mi lado.

—Diego sabe manejar barcos—me dice Arturo con una voz suave y tranquila—. Podemos contar con él para llegar. ¡Diego!

Me llevo un susto por su cambio de tono. Levanto la mirada y entrecierro los ojos por la luz. Diego se agacha junto a nosotros.

—¿Esas son las indicaciones? —pregunta él y le entrego el papel—. Tardaremos pocos días en llegar.

—¿Días? —interviene Lizz.

—Unos pocos.

—¿Y de qué me alimento?

—Sangre de peces.

—No saben bien.

—Pues aguanta unos días, puedes sobrevivir años sin comer.

Lizz se cruza de brazos.

—Mi fuerza disminuirá. Para colmo, estoy en este cuerpo enano que no me corresponde.

—¿Cómo dices? —pregunto.

—Este es mi cuerpo de hace unos años —explica Lizz mirándome de reojo—. No pienso volver a tomar sangre de magos como tú, traen muchos problemas.

—¿Cómo yo?

—Quiero decir, pelirrojos. Imagino que eres maga, por eso vas con ellos. Aún no sé si puedo confiar en ti, pero, ¿conoces algún contrahechizo para mí? Tomé sangre de una maga y me maldijo, mi cuerpo retrocedió varias décadas.

—No conozco contrahechizos para ello, pero sé de alguien que sí podría ayudarte. Después de esto, puedo presentarte a mi abuela.

—Contaré contigo —asiente. Es desconcertante ver a una niña comportándose y hablando como una adulta—. Me aseguraré de ayudaros en la Isla Vampírica. Conozco el lugar porque, como muchos vampiros, hemos nacido y crecido en esa isla.

—¿Cómo es?

—Asfixiante. Me incomoda la isla y los reglamentos que tienen, por eso escapé.

Escapar. Eso quiere decir que estaba retenida en aquel lugar. ¿Tendrá que ver con los padres de Arturo? Tal vez sea una isla fácil de entrar, pero difícil de salir.

El día deja paso a la noche y, al racionar la comida, nos damos cuenta de que el agua no durará hasta el final del viaje. Lizz se ofrece a hacer guardia esta noche.

Mi sueño es inestable, no me acostumbro al balanceo del barco. A cierta hora de la mañana, me rindo y decido levantarme. Al salir a la cubierta, una bofetada de frío congela mis mejillas.

—¡Buenos días! —saluda Lizz.

Aún es temprano, pero veo que Diego está ya despierto, concentrado en el mapa. Arturo aparece detrás del timón y me saluda con la mano.

—Buenos días.

El sonido de un cañonazo hace que me sobresalte. Miro al rededor. No logro ver con claridad por la densa niebla, pero debe ser un barco pirata. Habrán creído que somos piratas también y nos están atacando. No debimos escoger este tipo de barco. Aunque, pensándolo mejor, sea del modelo que sea el barco, no creo que hubiese podido detener a unos piratas con ganas de marcha.

Miro alarmada a los hombres lobo. Arturo dirige un momento la vista al barco enemigo y luego a Lizz. Diego, en cambio, sigue mirando el mapa, frotándose la barbilla. La vampiresa sonríe de oreja a oreja con un curioso brillo en sus ojos escarlatas.

—Mi desayuno ha llegado.


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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora