16- Problemas

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*Narra Arturo*

Lizz desata un temible espectáculo de color rojo sobre la cubierta cuando los piratas pisan nuestro barco. Si bien no he conocido a muchos vampiros, la velocidad y fuerza con la que actúa la cría es destacable. No me cabe duda, tenemos una valiosa aliada. La criatura se pasa el dorso de la mano por sus sangrientos labios y nos sonríe.

—¡Hay sangre por todas partes! ¿Cómo se supone que limpiaremos el barco? —se lamenta Diego.

Evelyn está paralizada. Sus pupilas se dilatan, su corazón se acelera y empieza a respirar con dificultad. Está asustada. Voy hacia ella y la aparto del escenario.

—Mírame —le digo tomándole de los hombros.

—T-te estoy mirando —tiembla.

—No. Tus ojos están en mi cara, pero tu mirada sigue en otra parte. Mírame.

—¿Qué tontería es esa?

—Eso es, ahora me estás mirando. Así de peligroso es el lugar al que nos dirigimos, multiplicado por mil. Volverá a ocurrir, y entonces tendrás que reaccionar. No dejes que el miedo te paralice, ¿de acuerdo? Yo estaré a tu lado.

Asiente, parpadeando. Sus mejillas toman color y su mirada se vuelve tímida.

Alejo mi cara de la suya y aparto las manos, desconcertado. ¿Por qué ha subido su temperatura corporal? ¿Se habrá enfermado al ver tanta sangre? ¿O tal vez...?

—¡Buenos días! ¡Ah! —chilla Connor cuando pisa la mano de alguien—. ¿Qué me he perdido?

La limpieza de la cubierta no resulta fácil. Debemos procurar devolver el barco en sus condiciones iniciales.

A la mañana siguiente, vuelvo a despertar temprano. Salgo a la cubierta, impaciente. La humedad ha arrancado del suelo el olor a madera y lo ha dejado suspendida en el aire.

—¿No necesitas descansar?

—De vez en cuando, pero no solemos dormir.

—Ojalá no necesitara dormir tampoco, aprovecharía más tiempo. Encima tenéis una larga vida por delante.

—Puedo transformarte en un atractivo vampiro —sonríe enseñando sus dientes del que rápidamente aparecen colmillos—, si lo deseas.

—Ni en un millón de años.

—Bien. No le he clavado los colmillos a ningún hombre lobo y agradecería no tener que hacerlo nunca.

—Vuelve dentro, yo me encargo —señalo el sol.

Asiente sin decir una palabra y se retira.

Cuando el sol se despega del horizonte tiñendo las nubes de alegres colores, escucho unas voces. Tengo un mal presentimiento. Me tapo los oídos y asomo la vista por el borde del barco. Veo unas mujeres nadando. En lugar de piernas, tienen cola de pez. Son sirenas; tuve en cuenta la posibilidad de encontrarme con ellas por su nociva voz. Pueden llevar un hombre a la locura en cuestión de palabras.

Pienso en cómo ahuyentarlas, pero entonces los demás aparecen caminando hacia el borde del barco, hipnotizados.


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La chica del cabello de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora