Cuando la manta nocturna desarropa este mundo y los lobos encojen de tamaño, me deslizo por el árbol metálico bostezando. En el mismo lugar donde desapareció la entrada al mundo de los lobos, reaparece la puerta a mi mundo. Camino hacia ella.
Me detengo a medio camino para recuperar el aliento. Mi cuerpo late de dolor por la tensión de los músculos que he estado manteniendo en lo alto del árbol durante toda la noche.
Miro hacia los lados del prado. Algunas personas se están vistiendo... Tiene sentido, rompen sus ropas en la transformación.
—Buenos días —dice una voz femenina.
Doy un respingo. Me giro y veo pasar una mujer a mi lado. Se dirige hacia la puerta.
—Buenos días...
Así que también existen mujeres loba, me habrá confundido con una de ellas. Sin los lobos, en este mundo no hay más vida que el de unos árboles que no dan fruto y algunas otras plantas más pequeñas. No es de extrañar que los hombres lobos no vivan aquí de forma permanente.
Salgo por la puerta mágica y estoy de vuelta en mi mundo. Huele a hierba mojada, debió llover anoche. Algunos rayos de sol atraviesan la copa de los árboles e iluminan el suelo repleto de plantas adornadas de rocío. Pensaba que conocía el bosque, pero esta zona me es totalmente desconocida; lo que significa que tendré que esperar a que salga Arturo y preguntarle cómo volver a la cabaña de mi abuela.
Me aparto de la entrada y le espero. Las personas que salen no me prestan atención.
Arturo está tardando, me pregunto si está bien. Despertó antes de lo previsto del sueño curativo y la herida aún se sanaba peligrosamente cerca de su corazón.
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