Capítulo 3

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Pasó un largo rato y mi hermano seguía encerrado en su habitación, no quería hablar con nadie, ni siquiera conmigo. Se había vuelto más antisocial de lo normal. Decidí no molestarlo y esperar a que se le pasara el enojo, cuando de pronto, escuché unas voces que provenían de la planta baja, gritos como si alguien discutiera. Asustada corrí a buscar a Steven y ambos nos acercamos a las escaleras, allí vimos como la señora Isabel y su esposo Roberto discutían.

¡¿Que pasa contigo Isabel?! ¡¿Como puedes pensar sólo en dinero cuando existen más cosas por las cuales pensar?! le gritó Roberto molesto.

¡Dime una de esas cosas porque yo no conozco ninguna!

¡La familia! —cruzó sus brazos firmes.

Por favor, Roberto, ¿De qué familia me hablas? —preguntó con ironía.

Tus hijos, tu esposo y esos dos niños que no tienen la culpa de tus arranques, que solo buscan un hogar en donde se les quiera dijo con seriedad.

Exacto. Tu lo has dicho: donde se les quiera. Porque si los traje aquí no fue exactamente porque los quiera.

Tu no los quieres pero yo sí -la miró de manera penetrante, enojado y entristecido.

Mejor me voy, tengo misa.

¡Pues ve a confesarte para ver si así se te quita lo amargada! le gritó al comenzar a subir las escaleras.

Steven y yo nos escondimos rápidamente en el cuarto para que no nos viera el señor.

— ¿Ves por qué me quiero ir de ésta casa? —me dijo mi hermano viendo hacia la ventana.

Luego de escuchar todo aquello, comprendí la actitud de mi hermano, el porqué detestaba este lugar al punto de querer escaparse. Había comprobado de la peor manera que él tenía razón, todas esas cosas buenas que de pronto habían llegado no eran más que negocios. Interés.

— Perdón hermano, ahora entiendo porqué te comportabas de esa manera —le dije en tono triste y me acerqué a él.

— No tienes por qué pedirme perdón, tú sólo soñabas con tener un hogar y una familia y yo... sólo quiero verte feliz —me abrazó.

— Te quiero.

— Yo también te quiero, hermana, y nunca permitiré que te hagan daño —volvió a la ventana.

— ¿Que vamos a hacer? —inquirí con interés.

— Por lo pronto, irnos de ésta casa, ya luego veremos qué hacemos.

No sonaba como si tuviera un plan exacto, pero aún así, quería irme con él a cualquier parte.

— Tengo miedo, hermano.
—le dije muy con los nervios de punta.

— No tengas miedo que yo te voy a cuidar, y vete a tu cuarto a empacar un poco de ropa en una mochila -me dijo y luego añadió-: pero sin que te vean.

— ¿Cuando nos vamos?

— Esta misma noche cuando todos duerman.

— Voy a preparar mis cosas.

— Ve que yo me encargo de lo demás, y no le digas nada a nadie —susurró cuidadoso.

Fui a mi habitación pero antes de llegar me encontré con Kely en el pasillo quien me dedicó una sonrisa forzada al bajar las escaleras.

(...)

Las horas pasaron, ya era las cuatro y media de la tarde y la señora Isabel no llamó para comer. Mi hermano no quería bajar, aún estaba molesto, pero yo insistí.

— Tienes que comer para que no te de hambre en el camino —le dije en un pequeño tono de voz.

— Tienes razón —asintió.

Todos nos sentamos a comer, parecíamos una familia, pero no eran más que simples apariencias. Isabel nos trató bien, como de costumbre, me sorprendía su hipocresía. Roberto fingió que nada pasaba, Kely miraba a Dylan y a Isabel quienes cruzaban miradas y Steven no articulaba palabra alguna. Y así fue durante todo el rato que estuvimos sentados en aquella mesa. Fue incómodo.

En la noche:

Ya casi era la hora de escaparnos y cada vez me ponía más y más nerviosa.

— ¡Alison! —alguien llamó a la puerta.

— ¿Quien es? —pregunté muerta de nervios con mis manos inquietas.

— Soy yo, Dylan.

— Dame un segundo.

Escondí rápidamente mi mochila y me dirigí a la puerta para abrirla y encontrarme con Dylan a quien noté un poco extraño.

— ¿Que se te ofrece?

— Quiero ayudarlos.

— ¿Ayudarnos? ¿A quienes o qué? —me hice la desentendida.

— A Steven y a ti.

— Y según tú, ¿en qué necesitamos ayuda?

— En escapar.

Me dijo en un susurro y sus palabras me dejaron paralizada.

¿Como se había enterado?

— ¿De que hablas? —seguí fingiendo.

— Escuché una conversación entre Steven y tú, y hablaban de escapar ésta noche —entró a mi habitación sin siquiera yo haberle dicho que pasara, y cerró la puerta.

— ¿Con que ahora espías detrás de las puertas? —reí con ironía.

— No estaba espiando, sólo escuché.

— Eso tienes que hablarlo con Steven, no conmigo. Además, ¿qué nos asegura que podemos confiar en ti ?

— Ven, vamos a la habitación de Steven.

Ambos nos dirigimos a la habitación de mi hermano y al llegar toco la puerta.

— ¡Steven, soy Alison, abre la puerta!

Mi voz se escuchaba entre cortada, no quería que Dylan notara mis nervios o el miedo enorme que sentía, pero parecía imposible, cada movimiento o cada palabra que artuculaba me delataba vilmente.

— ¿Que pasa, hermana? Te noto asustada -abrió la puerta y ambos nos adentramos a su habitación.

— Steven, vengo a brindarles mi ayuda —le dijo Dylan.

— ¿De qué hablas? —fingió como yo.

— A escapar.

Steven parecía sorprendido, abrió sus ojos enormes de manera furtiva y tragó hondo.

— ¿De dónde sacas eso? —se volvió para verme y sus ojos brillaron de repente.

— No me mires a mí que yo no he dicho nada —me senté en su cama.

— No hay tiempo que perder, ¿van a aceptar mi ayuda si o no? —habló Dylan quien caminaba de un lado para otro.

— Esta bien, acepto. Pero con una condición.

— ¿Cual?

— Que hagamos un pacto de silencio, que si te preguntan no sabes nada —le dijo Steven muy serio.

Yo sólo los veía hablar.

— Acepto —asintió Dylan.

— Entonces vamos, porque ya son las once y todos duermen.

Los tres nos dirigimos al pasillo.

— Tengan cuidado.

Dijo Dylan quien vigilaba mientras Steven y yo... al fin escapamos.

De un sueño a la Realidad(editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora