Capítulo 4

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Estábamos nerviosos y con temor de ser descubiertos, yo no quería irme pero sabía que si me quedaba en esa casa las cosas no serían igual, mi hermano se escaparía de todas formas y todo el castigo sería para mí si la señora Isabel descubría que mi hermano no estaba. Por eso decidí escapar con él. No sabíamos adónde ir pero estábamos seguros de que en aquel lugar no podíamos seguir.

Caminamos y caminamos por casi una hora buscando un lugar para escondernos mientras pensábamos adónde ir. Nos sentamos en un pequeño parque a descansar, mis pies me mataban. Vimos una casa de madera en mal estado, abandonada o al menos eso parecía, y decidimos escondernos en aquella casa para descansar un poco.

Nos quedamos dormidos, exhaustos, y cuando desperté miré hacia una pequeña ventana cubierta con madera y noté que ya casi amanecía.

— Despierta, Steven. Ya casi amanece y tenemos que irnos —dije asustada y un poco hambrienta. Aquel lugar era de miedo.

— Tenemos que salir de aquí antes de que alguien nos descubra —me dijo al despertar.

— ¿Adónde vamos?

— Aún no lo sé, pero tiene que ser lejos.

— Tengo hambre, Steven —escuchaba mi estómago rugir.

— Aquí tienes —me entregó un trozo de pan y jugo y tomé en mis manos confundida.

— ¿De dónde sacaste esto?

— Lo tomé de la cocina cuando todos dormían.

— Gracias.

— Come, tenemos que irnos —miró a todos lados.

De repente, se escucharon voces. Miramos a través de una ventana y vimos que se aproximaba un señor alto de tez trigueña y con un perro que no paraba de ladrar. Mi hermano me tomó de la mano y rápidamente corrimos a escondernos.

— Debes quedarte aquí y no salgas hasta que yo te diga —ordenó en un pequeño tono de voz.

— ¿Adónde vas? —le pregunté.

— Tengo que buscar donde esconderme, aquí no cabemos los dos.

— No me dejes sola, tengo miedo —le pedí sintiendo mi corazón latir fuertemente.

— No te voy a dejar sola, y ahora tienes que esconderte y no hacer ruido.

Él se escondió detrás de un viejo ropero que se encontraba en una habitación y yo seguí escondida dentro de un armario lleno de cosas viejas. Escuché la puerta principal rechinar y los nervios amunteban con velocidad, pero aún así no hice ni el más mínimo ruido. Pasaron varios minutos y aún se escuchaban las voces dentro de la casa, cada vez más cerca, y mis nervios sólo iban en aumento.

¿Dónde estas, Steven?

Mis rodillas temblaban, sentí como alguien me agarró de una pierna y me llevó a rastras hasta la sala. Allí vi a dos chicas más de entre 15 a 17 años.

— ¿Como te llamas? —me preguntó una de ellas.

— Alison —respondí aún asustada y llena de nervios.

— Yo soy Margaret y ella es Carmen. ¿Qué haces en este lugar?

— Escondiéndome al igual que ustedes —dije.

— Dudo mucho que sola lo puedas lograr —habló la tal Carmen en un tono de burla.

— No estoy sola, vine con mi hermano.

— Ajá, ¿y donde está tu hermano? —inquirió Margaret.

— Escondido.

— Estas personas son malas y nos van a llevar a un centro —me dijo Carmen enojada.

— ¿De dónde son ustedes? —preguntó Margaret.

Parecía un interrogatorio.

— Vivimos en un hogar sustituto —contesté en un tono triste.

— ¡Sueltame estúpido! ¡No soy un animal para que me trates así!

Escuché a mi hermano gritar y patalear.

— ¡Steven!

— ¡Alison! ¿Estás bien?¿Te hicieron algo estos infelices? —preguntó algo alarmado.

— Si, estoy bien.

— ¡Desgraciados, infelices! —gritó furioso.

Nos sacaron a jalones de la casa y nos llevaron a una oficina grande donde se encontraba una señora alta y delgada.

— ¿Pensaron que se podían escapar? —dijo la señora cruzada de brazos.

Tomó el teléfono y marcó.

— Los encontramos, favor de pase por mi oficina tan pronto pueda —le dijo a la persona que se encontraba en la otra línea.

Steven me miraba triste, sabía que se sentía culpable por no habernos logrado escapar.

— Perdón, hermana.

— No tengo nada que  perdonarte, al menos lo intentamos. ¿Adónde nos van a llevar?

— Como se nota que eres nueva en esto, niña —gruñó Margaret.

— ¡A mi hermana no le hablas así, ella no esta sola, me tiene a mi para defenderla de quien sea! —espetó Steven amenazante.

— Controlate, Steven, sólo bromeaba —ironizó burlona.

Luego de una hora llegó la señora Isabel a la oficina.

— Señora Isabel, tenemos que hablar —le dijo aquella señora delgada.

Las dos se encerraron en la oficina para hablar y claramente ya no se pudo escuchar lo que decían. Había tensión en el ambiente y a la señora Isabel no se le veía muy contenta que digamos. ¿Como iba a estarlo después de que nos escapamos? Nos fulminaba con la mirada con ganas de matarnos por lo que habíamos hecho desde el otro lado del cristal.

— Traidor —dijo Steven entre dientes molesto.

— ¿Qué te pasa?

— Nada, nada. Sólo que Dylan es un traidor.

— ¿Crees que Dylan dijo algo?

— Eso lo veremos cuando lleguemos.

De un sueño a la Realidad(editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora