Doctor, tengo fiebre

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Me encuentro en la camilla, acostada y con un poco de fiebre. La suerte de poder verlo llegó antes de lo esperado.

Él está ante mi, en su mano sostiene un termómetro y en su rostro una notable sonrisa.

Me mira, pero ante de poder acercarse a mí dirige su mirada hacía la otra paciente, la cual está mas enferma que yo. Gruño por dentro al no obtener su atención, pero luego de haber terminado su revisión médica, no pude contenerme.

—Doctor, tengo un poco de fiebre, ¿podría examinarme?

No mentí con relación a la fiebre, de hecho si me siento un poco mal, pero basta una mirada suya para sanar una y mil heridas.

Se acerca sonriente y sus ojos mostraron un brillo especial. sin decirme una sola palabras se sienta a un lado de la cama y me coloca el termómetro en la boca. Quizás sea porque nunca me enfermé hasta ahora y no me tomaron la temperatura en mi pasado, pero díganme ignorante, yo pensaba que se tomaba la temperatura por el cuello.

Mientras espero que esos minutos pasen lentos, nos miramos a los ojos y me sonríe al igual que yo. No puedo contener mi impulso de conocer más de él, como tampoco puedo mantener mi boca cerrada.

—Doctor, ¿usted vive en en esta ciudad?

El se extraña ante mi pregunta, pero obviamente pregunté porque no vivo en esta lugar, vivo a una hora de esta magnífica ciudad llamada Santiago.

—¿Poe qué la pregunta? —inquiere arrugando su ceño y me sonrojo por lo que pienso responder.

—Porque no vivo en esta ciudad y sería una lastima que usted no viva en mi pueblo.

Su boca se abre ligeramente y sus mejillas se torna rojizas, sonríe y toma el termómetro y revisa la temperatura. Se ve tan sexi con esos lentes.

En cuanto veo que se levanta y anota algo en una hoja, se gira y me mira.

—Vivo en esta ciudad —dice y  camina hasta la puerta de salida y solo diviso la sombra que desaparece ante mis ojos.

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