Durante unos días, la normalidad reinó como una capa de neblina engañosa. Parecía que el incidente en la colina había pasado desapercibido, y Albafica, siempre envuelto en un halo de misterio, no mencionó nada sobre la máscara. Quizás sus ojos no me vieron, o tal vez lo que vio no mereció su atención. Esa indiferencia me recordó las palabras de Manigoldo, palabras que me incomodaban cada vez más. ¿Era posible que estuviera empezando a creerle? El mero pensamiento torcía mis labios en una mueca amarga; si eso era cierto, la desdicha se aferraba a mí como una sombra persistente. Sin embargo, debía mantener la frente en alto, aferrada a mis propios objetivos. No podía permitirme perder el rumbo por un canon de belleza tan absurdo como inalcanzable.
En los entrenamientos, me esforzaba por parecer lo más normal posible, aunque en mi mente los recuerdos de la colina y la mirada penetrante de Albafica nunca se desvanecían. Mis alumnos, perceptivos como lobos en la niebla, no tardaron en notar mis ausencias mentales. Preocupados y curiosos, me abordaban con preguntas, intentando arrancar de mí algún indicio de lo que me atormentaba. Pero con la destreza de una mentirosa consumada, los apaciguaba, tejiendo palabras tranquilizadoras que ocultaban el torbellino que rugía en mi interior.
El ocaso teñía el cielo de un rojo ardiente y mis alumnos, exhaustos pero determinados, daban lo mejor de sí para terminar sus labores y saborear el descanso que tanto anhelaban.
—¡Lo logré! —exclamó Rejard, su voz cargada de una emoción que pocas veces se permitía.
—Excelente, Rejard —mi elogio fue sincero, aunque no pude evitar pensar en lo efímero de su triunfo—. Ahora sabes que el esfuerzo siempre rinde frutos.
Rejard esbozó una sonrisa amplia, esa sonrisa que solo los jóvenes pueden desplegar, llenos de esperanza y orgullo.
—Creí que todo esto era una pérdida de tiempo, pero valió la pena cada maldito segundo.
Su honestidad me hizo recordar cuánto más sencillo era el mundo cuando aún se creía en recompensas justas.
—¡Señorita Helena, mire! —la voz de mi pequeña estudiante cortó mis pensamientos. Con un simple chasquido de dedos, había abierto una profunda herida en la tierra, que se extendía por metros.
El suelo tembló, seguido de una cortina de humo que se elevó como un suspiro de la tierra herida. Mis otros alumnos, atónitos, la miraron con incredulidad, sus bocas semiabiertas, sin saber si lo que veían era real o producto de alguna ilusión.
—¿Cómo... cómo hiciste eso? —preguntaron, sus voces teñidas de asombro, buscando desesperadamente una explicación que les devolviera la seguridad.
Ella solo respondió con una sonrisa juguetona, una sonrisa que escondía más de lo que revelaba, y les sacó la lengua.
—Si quieren alcanzarme, tendrán que esforzarse mucho más. O se quedarán atrás —bromeó, con la despreocupación que solo la juventud puede permitirse.
—Bien hecho, Pléyades —dije, posando mi mano en su cabello negro, revuelto ahora por mi toque, lo que hizo que se sonrojara—. Serás una excelente santa, si logras dominar ese poder —me incliné para estar a su altura, mis palabras ahora cargadas de una advertencia que esperaba que comprendiera—. Pero debes recordar que tienes que controlar tu cosmos.
Señalé los árboles a nuestro alrededor, aquellos que habían sido destruidos por dentro, dejando tras de sí solo humo y desolación. Pléyades rió nerviosamente y bajó la cabeza, entendiendo quizás solo una fracción de lo que intentaba enseñarle.
—Sin embargo, fue un gran esfuerzo. Quizás podrías guiar a esos dos.
Los jóvenes se llenaron de indignación, sus rostros enrojecidos por la vergüenza y el ardor de la competencia. Sus protestas solo avivaron su determinación, y pronto se lanzaron de nuevo al entrenamiento con una furia renovada. No querían ser superados, y menos por la más pequeña del grupo. Incluso llegaron a retarse a un duelo, su orgullo herido transformado en energía bruta. Pero su enfrentamiento fue interrumpido.
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La Estrella Agonizante (Terminada -En edición )
FanficUna armadura que no es ni de plata ni de bronce trae con sigo la destrucción de su alrededor, Helena Caballero de la estrella agonizante Eta Carinae trae consigo esta maldición y la rencarnación de la muerte. A punto de comenzar la guerra santa ella...