Realidad

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—¡Inconcebible! ¡Han sellado sus almas en una sola! —exclamó Tenma, incrédulo, mientras observaba la asombrosa transformación del dios.

—Maldito, has buscado a tus hermanos para aumentar tu poder. —dije, apretando los puños llenos de furia, sin apartar la mirada del dios del Sueño.

—Tienes una perspicacia aguda, señorita mía. Lo único que hicieron fue sacrificar sus formas temporales, pero si decido evocar sus almas, me otorgarán su poder por completo.

—Su unión no me impresiona. —El Santo Pegaso elevó su cosmos en su puño derecho. —¡Perecerás ante mis manos! ¡Meteoros de Pegaso! —El joven atacó al dios en un intento desesperado de derrotarlo, más sus embates hallaron en el enemigo un muro impenetrable. El dios respondió con una sonrisa de soberbia, pues era inmune a los embates de Tenma.

—Entonces, este es tu formidable ataque. —Oneiros se burló con altivez ante la demostración de las habilidades del santo. —Lamentable.

—No has visto nada aún. ¡Los venceré! —Tenma, envuelto en una tormenta de ira, solo tenía un objetivo en mente: acabar con el enemigo, sin darse cuenta de que estaba en una clara desventaja.

—¡No, Pegaso! —Cid intervino con desesperación, dando un paso adelante. —Ahora es mi turno. —El santo de Capricornio se lanzó al combate, encarándose directamente a Oneiros. —Seré tu oponente.

—¡Detente, Cid! —Grité angustiada, tratando de intervenir, pero Cid no esperó y se dirigió audazmente hacia el enemigo, sin importar su propia condición. Con temor, solo podía observar cómo su espada irradiaba valentía, dispuesta a partir al dios en dos. Sabía que Cid era un hombre meticuloso, no propenso a actos impulsivos; un movimiento tan directo y predecible era inusual en él. Mis puños se apretaron, esperando que tuviera un plan o tal vez la pérdida de sangre estaba afectando su juicio.

— ¿Por qué te quedas ahí inmóvil, Helena? ¿No harás nada? —La voz angustiada del joven me hizo volver la mirada hacia él. Estaba visiblemente perturbado, sus ojos abiertos de par en par imploraban mi intervención. Sin embargo, en lugar de actuar, respondí con una semisonrisa serena que desconcertó al santo.

—Este no es el momento adecuado.

— ¿Cómo que no es el momento adecuado? ¡El Cid podría morir! —Su voz temblorosa reflejaba su preocupación. A pesar de ello, en lugar de ceder, respondí con una determinación tranquila que parecía desconcertar aún más al joven.

—Él está consciente de ello. Entiende Tenma esta batalla le pertenece únicamente a él. Si alguien más interfiere, su orgullo será mancillado. Sé que tú también lograrás entenderlo. —Ante mi negativa a intervenir, Tenma, sobresaltado, estaba dispuesto a ayudar. Antes de actuar, presenció cómo el santo Dorado partió en dos al dios.

—Pero qué necio, no importa cuánto dañe mi forma física. Será en vano. —Exhausto, El Cid regresó a donde nos encontrábamos, dejando evidente su mal estado al no poder mantenerse en pie. Volví a sujetarlo, y finalmente, resignado, aceptó su propio estado. De pronto, ante nuestros ojos asombrados, el dios herido comenzó a recomponerse.

— ¿Acaso han olvidado que hay cuatro almas que protegen mi cuerpo? Y que lo hacen invencible. Soy un solo dios en cuatro y cuatro dioses en uno. Ningún humano nos derrotará.

— ¿Pero cómo pudo regenerarse así? —preguntó asombrado el santo de Pegaso al ver cómo el dios reunía sus fragmentos después de un ataque letal.

—Han llegado al final del juego, santos. Tendré que desobedecer las órdenes del señor Hypnos y terminar con ustedes. Sus cuerpos y almas serán exterminados para siempre. —De la punta de su dedo se formó una diminuta esfera cargada de energía aterradora. —Esta es la Oráculo del Guardián. Por favor, señorita mía, aléjese de ellos. Herirla es lo que menos deseamos. La hemos esperado tanto tiempo que perderla debido a un choque cruzado sería una desgracia imperdonable.

La Estrella Agonizante (Terminada -En edición )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora