Pasado.

922 59 3
                                    


Flashback.

Cuando era un bebé fui abandonada en un campo de flores en Holanda, encontrada por un grupo de monjas que recolectaban flores, desde ese entonces fui llevada al monasterio como uno más de los huérfanos siempre bajo el cuidado de la hermana Beatriz, la misma que me encontró en aquella colina, ella siempre me llenaba de cariño y amor velando por mi seguridad y cantándome cuando yacía enferma...era como mi madre. Parecía que la tristeza no existía, jugaba con los otros niños, nos divertíamos y explorábamos todos los rincones del monasterio... pero estaba equivocada y eso sucedió cuando cumplí 4 años.

Todo lo que tocaba incluso lo que estaba a mi alrededor comenzaba a resquebrajarse y en el peor de los casos a quemarse, fui culpable de varios incendios no tan peligrosos, pero eso basto para causar el miedo en todos, ya nadie quería pasar conmigo, me aislaron, la única persona que aún permanecía conmigo era la hermana Beatriz.

Lloraba en una esquina apartada del monasterio, mi llanto hacía eco en las paredes de rocas.

― ¡Helena! ―grito una voz femenina, buscando por los pasillos abriendo puertas, pero, no encontraba lo que con desesperación buscaba. ― Hele... ―callo al verme en un rincón abrazando mis piernas en posición fetal, al verla solo bajé la mirada y seguí sollozando. Ella camino hacia mí para abrasarme, sus brazos eran cálidos y eso calmo un poco mi dolor. ― Pero ¿Qué haces aquí?

― Porque todos me creen un monstruo. ―entre sollozos, mientras abrazaba con fuerza a la hermana Beatriz. ― Yo no tengo la culpa, ni siquiera sé lo que está pasando...estoy muy asustada. ―llorando ante las últimas palabras. Beatriz solo acariciaba mis cabellos castaños mientras tarareaba una hermosa canción. ―

— No eres un monstruo, a veces las personas no comprenden lo diferente, lo que no está dentro de su confort, todo lo nuevo les asusta y siempre ha sido así y seguirá siendo, tu no serás la primera ni la última de los prejuicios de la gente. ―alzo mi rostro y limpio mis lágrimas con aquellas manos blancas como la leche y subes como la seda más fina, sus ojos negros eran los más bellos irradiaban siempre aquella ternura y amor, aquellas sonrisa borraban toda mi tristeza y me volvían a llenar de comprensión y sentirme querida. ― Tu, eres la más hermosa luz. ―colocando algunos mechones de mi cabello detrás de mí oreja y tocando la punta de mi nariz de una manera tierna y divertida mientras arrugaba sus ojos. ― Así que quita esa cara, algún día descubrirás que tú serás la más bella luz que todos observaran y admiraran. Tenlo por hecho. ― entregándome una sonrisa amorosa y cálida mientras serraba sus ojos. —

― Gracias, Hermana Beatriz. ―abrazándola, me sentía más feliz―

El tiempo trascurrió, pero aun me seguían viendo de una manera rara y con miedo y seguían alejándose de mí. Siempre pasaba sola, aislada, pero no iba a permitir que nadie quitara mi buen humor y no por ser aceptada por los demás me voy a deprimir como días atrás, tenía a la hermana Beatriz y con eso era suficiente ella era como mi madre la que nunca tuve y la que nunca conoceré. Pasábamos casi todo el tiempo juntas, íbamos a recolectar flores entre ellos narcisos para decorar el monasterio, siempre me leía historias fascinantes que hacían que mi imaginación volara, era única y lo más preciado para mí.

Me encontraba en el patio todos estaban jugando con un balón artesanal mientras yo leí uno de los libros de Beatriz, hasta que el balón me golpeo mi libro y lo hiso caer.

― ¡Ni siquiera te acerques! ―grito en advertencia, al ver que estaba por recoger el balón. ―

― Solo te lo quería devolver. ―levantándome del suelo. ―

La Estrella Agonizante (Terminada -En edición )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora