El momento mas terrorífico que viví fue hace diez años.
Mi maestra había salido a una misión con el resto de los Pecados, y recuerdo que había salido del castillo donde vivíamos para acudir a mis clases de magia con Hendrikson. El caballero llevaba unos días ciertamente distraído, y estaba preocupada. Supuse que se trataría de asuntos del reino, por lo que no quise molestarle con cosas banales.
Me adentré en el castillo donde residían los caballeros, y saludé alegre a los guardias, que me devolvieron el gesto con una sonrisa. Llevaba mucho tiempo visitandolo, por lo que me había hecho amiga de todos ellos.
Cuando llegué al despacho de Hendrikson, lo encontré vacío. Extrañada, dejé mis libros ahí y me lancé a buscarle, recorriendo cada estancia del lugar. Fue entonces cuando llegué a la sala donde Zaratras, el padre de Gill, recibía a sus subordinados y donde impartía las misiones.
-¿Y ahora qué hacemos?- aquella era la voz de Dreyfus, estaba claro.
-Sujétalo. Está atontado- sonreí al reconocer la de Hendrikson. Supuse que estarían en una reunión con Zaratras, lo que me relajó. El Gran Caballero Sagrado siempre me había abierto las puertas de su casa, y nunca ponía pegas a que entrara en mitad de las reuniones. Lo único que pedía era que me mantuviera a un lado, tratando de no molestar a la gente.
Abrí la puerta con cuidado, y me extrañó ver la poca iluminación que había. Vislumbré unas sombras al fondo de la sala. Una parecía suspendida en el aire, y me extrañé más todavía. Fruncí el ceño, alzando la mano, y convocando una pequeña esfera luminosa. Era un conjuro muy útil, y me había ayudado en varias ocasiones. Pero la imagen que vislumbré me dejó petrificada. Dreyfus y Hendrikson, cada uno a ambos lados de Zaratras, atravesanban el cuerpo con sus espadas.
-¿M-Maestro? ¿Sir Dreyfus? ¿Qué...Qué estan haciendo?- pregunte, con voz temblorosa. Ambos se giraron en mi dirección, asustados por mi presencia. El olor a sangre llenó mis sentidos, y di un paso hacia atrás- ¿Qué le están haciendo al Gran Caballero Sagrado?- repetí.
-No debiste haber entrado, Runne- murmuró Hendrikson, en voz baja, mientras se acercaba a mí. Me alejé de él.
-M-Maestro...¿qué están haciendo?- sentí los ojos lagrimeando. Mi corazón latía con fuerza, estaba asustada. Hendrikson colocó una mano sobre mi cabeza.
-No quería que vieras esto...- y tras esas palabras, solo vi la oscuridad.
Me desperté horas después, cuando sentí que alguien me sacudía suavemente. Al despertar me encontré con Sir Meliodas, que me miraba preocupado.
-Sir Zaratras- sollocé- Sir Zaratras ha...ha...- rompí a llorar, sin poder señalar el cuerpo del caballero.
Lo siguiente que recuerdo es verme envuelta por el caos, y a Merlín agarrando mi mano. Sé que esta estaba llena de sangre, y poco después vi que mi ropa también. Merlín corrió cargando conmigo cuanto pudo, y en el momento que estuvimos alejadas, me ayudó a deshacerme de la ropa manchada, y me interrogó acerca de lo ocurrido. Le expliqué entre hipidos lo que había visto, y se limitó a abrazarme para tranquilizarme.
Todo eso había ocurrido hace diez años. Quise ayudar a Merlín a volver a Liones, pero no aceptó mi ayuda, alegando que nadie creería las palabras de una niña que prácticamente se había criado con los Siete Pecados. Tras mucho tiempo viajando, llegamos a Camelot, donde logramos encontrar la estabilidad que tuvimos en nuestro anterior hogar.
A día de hoy aún recuerdo con claridad el cuerpo de Zaratras, aún recuerdo el aroma de la sangre, y el olor a pino que desprendía Hendrikson antes de hacerme perder el conocimiento.
Todavíame pregunto por qué él no me mató cuando tuvo la oportunidad...
Runne, 21 años, Nanatsu no Taizai