El lugar más interesante que he visitado es la biblioteca de la ciudad. Había llegado hacía dos semanas, y no sabía como moverme o que sitios visitar en aquél lugar, ya que, al fin y al cabo, era nueva.
Pero entonces, en uno de mis múltiples paseos, di con ella. Era un edificio antiguo. Su fachada, erosionada con el tiempo, me fascinó desde el primer instante que posé mis ojos en ella. Parecía cubierta de tallos y flores de piedra, y los balcones de metal invitaban a leer en ellos, sentado en una silla.
Me adentré, con más curiosidad que aburrimiento, y el olor a libro viejo y humedad me recibió. Al contrario que mi padre y mi hermana, dicho olor me atraía, quizás porque lo asociaba a mi infancia en la casa de campo de mis abuelos. Caminé por los pasillos, acariciando los tomos que me encontraba, y poco a poco el enfado que había tenido por haber abandonado el pueblo desapareció.
Y allí le conocí a él. Le vi hojeando un grueso tomo entre un montón de bustos de mármol, y me limité a observarle, curiosa. Deslizaba su mirada a traves de las páginas, que pasaba con el máximo cuidado, como si fuera un tesoro. Cuando se percató de mi presencia, en vez de enfadarse, me sonrió e invitó a sentarme con él, y se nos hizo de noche hablando del arte y la historia.
Desde ese día Cedric y yo nos encontramos en ese rincón, un lugar que nos hemos atribuido, donde charlamos de nuestras vidas y nos alejamos de todo el ruido que invade el día a día
Temperance Hopkins, 23 años