La clase que menos me gusta es Economía Doméstica. Prefiero ir al campo de fútbol con los chicos, pero me veo obligada a acudir a esta, solo porque soy mujer.
Cuando hablo de estos temas con mis padres, ellos dicen que es lo normal, y que no moleste a los mayores con mis tonterías. Me siento impotente ante esto, y acabo acudiendo molesta a clase, donde apenas puedo atender.
Termino preguntándome por qué las chicas debemos ser recatadas, educadas, y tener mano en la cocina o la costura. Yo prefiero ir a mi aire, jugar con los niños, mancharme de barro y volver a casa cansada de correr.
Pero si hiciera eso, mi madre se enfadaría conmigo, y me aburro de sus charlas y sus sermones. Por eso procuro salir todo el tiempo posible de casa, y voy a la de Patrick.
Solo ahí puedo ser yo misma, ya que sus padres son gente bastante agradable que no ven con malos ojos nuestros gustos. Al fin y al cabo, Patrick es su hijo, y aunque a él le gusten las clases de Economía Doméstica, y prefiera los muñecos a las pelotas, le quieren con locura.
Elizabeth Terence, 12 años