28: Noticias del exterior

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El lugar estaba lleno de cadáveres y deshechos corporales, no había forma de no tropezar con uno al andar en aquella asfixiante oscuridad. Conforme se acercaba, el crudo frío penetraba mucho más hondo, calándole hasta los huesos. Jamás amainaba ni daba tregua alguna. Por doquier se escuchaba el ruñir de la carroña y los lamentos de los moribundos, que maldecían contra su suerte, que aborrecían la vida y blasfemaban contra lo que nunca creyeron.

Syran había regresado a su hogar.

Si cualquiera le hubiera puesto atención al recién llegado, no sólo habría notado que caminaba con mayor rapidez que la normal, que sus ojos se le veían desenfocados y que en su urgente modo de desplazarse sin detenerse ni un instante en un sitio donde nadie va a ningún lado, era señal inequívoca de una creciente preocupación. Pero aparentemente, a nadie le importaba lo que realizaban los demás, salvo ellos mismos, y a veces ni siquiera eso.

Un demonio que con ansias lo estaba esperando, era la excepción. Lo siguió escondido entre las ásperas paredes de helada roca y detrás de los arbustos áridos, cuyas espinas solían atravesar la carne blanda y marcar la endurecida. Aquél engendro tuvo mucho cuidado de no ser descubierto, tenía que saber a dónde se dirigía primero, antes de actuar.

Syran no se percató que lo venían siguiendo. Estaba tan apresurado por llegar a su destino que ni siquiera tuvo la precaución de cuidarse la espalda. Un error que siempre se pagaba caro cuando no se viajaba en manada.

De pronto todo le pareció muy silencioso, como si el alboroto habitual se hubiera quedado descansando detrás de él y el ambiente enmudeciera por completo. El único sonido era el de sus propios pies al rozar el suelo desnivelado. No le gustaba aquella quietud repentina. Sintió una amenaza que estaba a punto de abordarlo.

Se puso en guardia, adoptando una pose sencilla y natural. Caminaba de tal manera que nadie sospecharía que estaba preparado para atacar lo primero que se le apareciera. En ocasiones adoptaba esa técnica para sorprender a los posibles acechadores que rondaban constantemente. En el pasado ya le había sido útil muchas veces, a tal grado que se había ganado el respeto de los fuertes y el temor de los débiles.

Sin embargo, nada surgió de la penumbra y pensó que tal vez solo serían invenciones suyas. De todas formas, apretó el paso para alcanzar la cámara de El Primero, que la divisó un poco más allá, sellada con una gran plancha de piedra. Debía llevarle aquél mensaje de urgencia antes que cualquier otra cosa.

Se postró ante la imponente puerta y palpó la frialdad de la roca con las yemas. En muchos años atrás, ésta entrada fue conocida como La Puerta del Suplicio, porque quien osara atravesarla no encontraría otra cosa más que dolor, tormento y tortura. Cuentan que los mismos dioses fueron quienes la condenaron con ese nombre, ya que originalmente ahí residía Argaldié, el creador de los demonios.

Sólo existen dos formas de atravesar dicha puerta: la primera es empujarla en un mismo punto sin parar, por diez días y diez noches continuas. Un método diseñado para que el enemigo estuviera notablemente disminuido en fuerzas y energías cuando lo lograse. La segunda forma consiste en quedarse parado frente a ella y esperar.

Syran tenía algo de prisa, por lo que optó por el segundo modo. Esperó y esperó, a la vez paciente y a la vez ansioso, dejando que la puerta lo evaluase, que lo contemplara desde su inmensidad, juzgándolo y decidiendo su admisión. Con suerte lo aprobaría avisando al ocupante en turno, que desde hace un millar de años era Trobak, para que la abriera desde el interior y pudiera acceder a la cámara.

No sabía si era por la urgencia, pero le pareció que se estaba tardando algo más de lo acostumbrado, no obstante, jamás le habían negado la entrada. Era cuestión de seguir esperando un poco.

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