9: Rostros ocultos

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El Profeta esperaba en la orilla de un camino de piedra, disimulado entre unos altos matorrales que crecían hasta su hombro. Su túnica bruna ayudaba a que los paseantes no voltearan a verlo y descubrieran su presencia. La noche era avanzada, y aunque el camino estaba solitario a esas horas, más valía no descuidarse, pues el siniestro ocurrido días atrás en Tropel Furtivo había alertado a la Fuerza Perpetua, desplegando soldados por toda la ciudad de Lanxiud.

Los amalgamados recorrían las fronteras de Gaixeba sin adentrarse en ninguna de las Ciudades Clandestinas, a excepción de que ocurriera una catástrofe como los casi cien chamuscados en el interior de una taberna. Los soldados se adentraron a los barrios aledaños para averiguar la causa de tan extraño suceso. Una humana fue la que puso en alerta a la guardia, una que aquella noche estuvo con un extraño individuo cuya mirada asesina hablaba por sí sola. Al parecer, fue la única testigo que sobrevivió aquella noche, pues tan pronto supo que algo malo había en aquél tipo, corrió fuera del tugurio para resguardarse en su casa. Fue hasta la mañana siguiente cuando se enteró que su antiguo lugar de trabajo quedó convertido en ruinas ennegrecidas.

Aquél error fue algo que se lamentó el Profeta los días consecuentes, ya que su descuido le impedía andar con libertad por el temor a que alguien le señalara y lo hiciera culpable. No podía huir de Lanxiud todavía, aún tenía algo pendiente por hacer.

A decir verdad, eso ayudó a que el mensajero lo hallara más pronto. Loreta, la mujer de la vida galante, acudió con Mailir a la Colmena Sintética para preguntarle sobre un extraño individuo que lo estaba buscando. El jovencito le pidió las señas particulares y ella lo describió tal cual, haciendo énfasis en aquellas túnicas que le cubrían su rostro.

Fue en un mercado ambulante donde por fin lo interceptó. El Profeta se hallaba ese día en un puesto donde vendían reliquias y símbolos de distintas religiones, examinando con interés un anillo en forma de serpiente que casi se le cae cuando sintió un leve empujoncito por la espalda. Se percató que un chico de piel rosada y cuello largo fingía mirar la mercancía que se ofrecía a los paseantes.

—¿Tendrá de casualidad un dije con el nombre de Mailir grabado? —le preguntó al tendero mientras rebuscaba en una repisa.

—Aquí no vendemos dijes con nombres —contestó el vendedor—. Ve a buscar a la última área.

—¿Eres Mailir? —preguntó el Profeta.

—¿Cuánto cuesta ésta cadena? —preguntó Mailir al tendero sin hacer caso a su pregunta.

—Veinte ceníres —respondió el tendero.

—Está algo cara —mencionó el chico— Yo por eso prefiero adquirirlas en el camino del Comercio a Orien —Ésta vez se dirigió al Profeta—. Te convendría adquirirlas allá.

—Venga, largo de aquí mocoso —le espetó el comerciante—. No me espantes a la clientela.

El Profeta comprendió que el mensajero le hablaba en clave.

—¿Y que día es mejor para ir?

—Mañana. Pero en la noche de preferencia. Hay buenas ofertas en una carreta que recorre el sendero a esas horas.

—No le haga caso, señor —intervino el tendero—. Ese olvidado camino es solitario y peligroso. Mejor adquiera mis reliquias con la certeza de que no lo asaltaran. Se los dejo baratos.

—Gracias —le dijo el Profeta—. Será en otra ocasión —volteó con el chico para preguntarle otra cosa, pero éste ya había desaparecido.

El camino del Comercio a Orien se cerró algunos años atrás, pues las relaciones no eran del todo adecuadas, y menos con la poca honestidad de los vendedores de Gaixeba. Ahora, las Ciudades Clandestinas se abastecían de Dohsenia y Dolkren, y desde esa ocasión se dejó de transitar por aquél rumbo, dejando el paso abandonado y perfecto para los bandidos.

El milagro de EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora