52: La Alianza del Sur

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Después del devastador choque en los páramos de la Tierra de Nadie, los dirigentes se reunieron urgentemente en los cuarteles militares de Atania, que a pesar de haber sufrido ciertos ataques durante la batalla, gran parte de sus múltiples edificios e instalaciones continuaban intactos.

Sin tanto preámbulo fueron llevados directamente hasta la sala de Planes y Estrategias, en medio de un fuerte operativo de seguridad que los escoltó por toda la base. Las miradas curiosas de los reclutas y cadetes de la academia fueron reprimidas por los altos mandos, quienes ordenaron a sus pelotones a volver a sus asuntos y no quedarse embobados ante las nuevas visitas.

El salón de la asamblea se hallaba muy bien resguardado en el último rincón de la base, allá donde una estructura hexagonal servía como techo y se extendía a lo largo de unos monolitos de formas llameantes. Poseía un toque de elegancia y sobriedad, donde el marrón de la alfombra y el beige del tapiz dominaban el entorno. Una larga mesa rectangular se asentaba al centro de la habitación, rodeada de una docena de sillas conformadas por cojines carmesí y respaldo labrado en madera fina. Los anfitriones ofrecieron agua y vino a los invitados, pero ninguno quiso beber nada; tenían sus ideas en otra parte como para pensar en nada más.

A pesar de la reciente victoria, el ambiente se sentía tenso al interior del salón. Habían capturado a la principal Cabeza de los gridwöls, pero bastaba sólo con verlo para entender que algo extraño pasaba. Uno esperaría encontrarse a un guerrero de físico imponente que impusiera temor a donde quiera que fuese, pero éste resultó todo lo contrario. Su aspecto débil y sumiso les hizo dudar en un principio de que realmente fuera el líder de Aromargo. Sospecharon que bajo ese disfraz escondía un peligroso talento para la persuasión. Su mejor arma era el dialecto y la ingenuidad su escudo, cosas que no le resultaron favorables a la hora de ser sometido a juicio.

En aquellos instantes, el derrotado líder se encontraba encerrado en las celdas de máxima seguridad. Resguardado por un sinfín de soldados humanos que vigilaban todas las salidas posibles. El gridwöl se negó a hablar rotundamente y pidió una audiencia privada con los shakales.

—Zauvuk es mi nombre y es lo único que les daré —les había dicho—. Si quieren saber más, tráiganme a los salvajes. De otra forma no hablaré con ninguno.

Muy a su pesar, las autoridades de Atania accedieron a sus inusuales peticiones. Desde entonces, las inquietudes de los líderes iban en aumento. Ya había transcurrido una hora y aún no tenían noticias del interrogatorio con los shakales. Aquél asfixiante hermetismo estallaría en cualquier momento como un tanque a presión.

Al interior del salón, el general Halder deambulaba de aquí para allá, intercambiando esporádicas conversaciones con el coronel Nazer, quien se situaba al pie de la puerta, ansioso por atender a un imaginario visitante. En representación del Xar, los acompañaba el jefe hawar, Nyrel'Garut'Bumiok, quien se apoyaba en su flexible orukak, pasando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra, paciente a alguna alentadora noticia. Harodur, por su parte, se vio obligado a sentarse debido a las múltiples heridas de la batalla; movía su cuello de un lado a otro, estresado y adolorido. Fue el mismo lekauro quien no soportó más la espera y optó por romper el silencio.

—No confío en ellos, debe ser una trampa.

Los dos humanos cortaron de tajo su conversación.

—No debemos precipitarnos, hanoruk —le respondió el coronel—. A pesar de todo, vinieron en nuestra ayuda.

El lekauro soltó un bufido de desacuerdo.

—Hay algo que no cuadra. Tendríamos que haber enviado a alguien de nosotros para supervisarlos.

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