29: Trueques

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Luego de despedirse del Xar y sus consejeros, la tercia foránea, con un nuevo elemento en el grupo, se alistó para partir de la selva en cuanto la nave vino hasta ellos. Jagui la había llamado en secreto por medio del control remoto desde que empezó la asamblea en Doman-Üa, previendo que llegara en su rescate por si las cosas se hubieran puesto feas, así que no tuvieron que esperarla por mucho rato.

Las alas artificiales, como la denominaban los hawares, sobrevolaron las múltiples cascadas y descendieron con suavidad justo al centro de aquél peñascoso semicírculo, haciendo que los presentes soltaran exclamaciones de expectación y se alejaran lo más posible del espacio que ocupara el vehículo aéreo. En un inicio tuvieron problemas con Vawaki, que se sentía desconfiado de cualquier tipo de transporte que no fuera natural, por lo que declinó en abordarla y permaneció quieto, mientras veía a los demás subir por la escotilla.

El Xar, al ver la obstinación de Vawaki, le advirtió que si no se subía a la nave tendría que quedarse con ellos y el juicio sobre su exilio se reanudaría de inmediato. Éste no tuvo más remedio que treparse a regañadientes y aguantar el vértigo. Sería mucho más fácil acostumbrarse a las alturas que al destierro.

Después de Hawa-Pük, la siguiente nación en la lista era Aromargo, tierra de los gridwöls y sus cuevas. Fue en ésta parte en particular donde más se debatió cuando planearon su ruta aquél día en casa de Jagui. Tanto Evan como el mismo Jagui se mostraron en contra de viajar a tan arriesgadas tierras, alegando que no tenía caso adentrarse en un pueblo donde los humanos, ni cualquier otra raza, eran bienvenidos.

El que propuso acudir allá fue Narvín, argumentando que era esencial para su investigación, el recorrer la parte medular del problema. Los gridwöls sabían mejor que nadie los detalles para un posible asedio a Marasca o alguna otra nación que sus torcidas maquinaciones hubieran planeado. Los propósitos y pormenores de la guerra se hallaban solamente en ese lugar, en cualquier otro sitio, serían meras especulaciones.

Su plan era simple en lo que cabe: se harían pasar por desertores de su patria, cuyo propósito sería viajar más al norte, a las Ciudades Clandestinas como comúnmente se le conocía a Gaixeba. Buscando vivir sin el temor de una posible guerra, de la cual habían estado escuchando rumores constantes durante el último periodo. Pasarían un par de días en Aromargo, con la excusa de estar cansados del extenso viaje, y aprovecharían para escuchar desinteresadamente entre los habitantes, todo lo referente a una amenaza latente.

—¿Cómo estás tan seguro de que no nos harán prisioneros? —le había preguntado Jagui en aquella ocasión.

—Los gridwöls son muy codiciosos —apuntó el niño—, entre ellos tienen una lucha incesante sobre quién pueda tener las mejores cosas materiales, joyas, tesoros, objetos pocos comunes, armas provenientes de sitios lejanos, en fin. Su gusto por la adquisición es solo superado por su habilidad para envidiar las riquezas de sus congéneres.

—No contamos con nada de lo que comentas para ofrecer —observó el moreno.

—Pero podemos hacer un trueque —sugirió Narvín, perspicaz.

Evan había tratado de descifrar desde aquél entonces, qué objetos valiosos podrían intercambiar con aquellos seres violentos. Narvín no quiso ahondar en el tema cuando se le cuestionó, argumentando que saldría en el momento de estar frente a ellos.

La nave sobrevoló la jungla hacia el noroeste y, en cuestión de unas cuantas horas, traspasó la frontera con Aromargo. La extensa vegetación de Hawa-Pük se convirtió en un páramo desolado, con maleza rala y moribunda, mostrando un paisaje desalentador e inhóspito, sin señales de vida de ninguna clase. El cielo pasó a ser gris, debido a la gran cantidad de nubes negruzcas que obstruían el paso del sol, lo que lo hacía parecer aún menos atractivo.

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