10: Pergaminos

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Habían pasado ya ocho días desde que Evan regresó a Orublín. Se podía resumir que en su afán de controlar la energía interna, había armado, sin ayuda, un conjunto de pesas y poleas para ejercitarse junto con otros útiles aditamentos de elasticidad. Sus padres se sorprendieron ante ese repentino interés de adiestramiento, y al explicarles los motivos, se limitó a informarles que ya estaba cansado de no hacer nada por su cuerpo. A ellos les pareció razón suficiente y no insistieron más. Fuera de ahí, no ocurrió nada interesante.

Aquellos días de aislamiento le ayudaron a meditar sobre su futuro, pues no todo se enfocaba únicamente a ejercitarse en cuerpo y alma, aunque su vida dependiera de ello. Necesitaba hacer algo más, algo de provecho, buscar nuevos objetivos realistas, ya que los anteriores se vieron truncados cuando a su padre le clausuraron el proyecto. Ésa investigación en la que tanto había apostado, ahora solo era un simple recuerdo.

Hace 2 años decidió no continuar en la escuela de Relaciones Lingüísticas, que desde un inicio le pareció una perdida de tiempo debido al escaso campo donde podría ejercer sus estudios al graduarse. La causa principal era el Decreto de las Razas, que dicho de otro modo, impedía a cualquier humano el salir de Marasca para establecer contacto con otras razas, lo que llevaba a ironizar que podía jactarse de conocer varios idiomas, pero no podría practicarlas con nadie. De aquello habló en su momento con sus padres y éstos lo apoyaron, acordando que esa carrera no tenía un futuro muy prometedor, así que el Dr. Valaduri le ofreció ser practicante en sus estudios con las hierbas medicinales, y si lo hacía bien, lo contactaría con la gente adecuada para que ingresase a los mejores centros de educación médica. Era algo mucho mejor de lo que había imaginado.

Pero el cruel destino le había jugado una mala pasada. Ahora, sin el apoyo suficiente del gobierno, se le habían cerrado de momento las puertas a los mejores institutos. En varias ocasiones reflexionó en regresar a su antigua carrera, pero su mente forjó una imagen muy distinta de su futuro, y cualquier cosa similar sería retroceder a lo mismo. No. Prefería mil veces empezar desde cero algo nuevo y forjarse una nueva meta. Mientras tanto, se encontraba ocupado gran parte del tiempo en localizar su camino, o ya de perdido, enderezarlo un poco.

—Evan, te buscan —La voz de su madre sonaba a incertidumbre.

—Ya voy Ma'ali.

—Es un niño —dijo ella sin que nadie le preguntara.

—¿Un niño? —Se extrañó Evan— ¿Y que quiere?

—Hablar contigo —contestó encogiendo los hombros—. Es muy raro. Tiene muchas canas y me figuraba que hablaba como un adulto.

« Narvín. » Lo supo al instante.

Siguió a su madre al interior de la casa. Encontraron a Narvín sumido en un sillón de tapiz pardo y frente a él, se hallaba sentado su padre. No parecieron darse cuentade su presencia, ya que estaban entretenidos en la plática.

—¿Y dices que te envían directamente del gobierno? —preguntaba el señor Valaduri sin disimular su incredulidad.

—Así es, como miembro del Concejario me encomendaron venir por su hijo —dijo el pequeño tomando un frasco de vidrio que estaba en una mesita. Lo hizo rodar como si fuera un juguete.

—¿Como miembro del...? —rio el Dr. Valaduri—. ¿Pero que broma me están gastando?

—¿Qué es lo que le parece una broma, señor? —Narvín lo veía con aire ausente mientras seguía rodando el frasco. Rulden se lo quitó y lo puso en un estante, lejos de sus manos inquietas.

—Pues que no tienes ni edad para salir siquiera de noche, mucho menos para estar en el Concejario.

Ahora más que nunca, Evan sabía por qué no les había platicado de él cuando llego de Ciudad Central. Era algo difícil de asimilar y le hubiera dado un toque más fantasioso a su aventura, por tal motivo, omitió al niño de sus relatos. Sin embargo, su presencia cambiaba las cosas.

El milagro de EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora