17: Símbolos

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Ya era la segunda ocasión que tocaban a su puerta. No se molestó en abrir, ni siquiera encontestar, sabía que se trataba de un mero aviso para que se preparara antes de llegar elsiguiente. Le habían dado a probarse una ropa de combate conforme a su talla, queincluía un pantalón de algodón holgado color blanco con amarres de tela en la cintura, tobillos ymuslos. Lo complementaba el vendaje que se ajustaba a los puños, muñecas y tobillos. Un atuendomuy simple, pero aún así no estaba listo. Jamás había demorado tanto en ponerse algo encima. Suspensamientos se centraban en lo que le esperaba allá afuera, preguntándose una y otra vez qué clasede designio lo puso en aquella situación. Las vendas alrededor de sus manos colgaban a media altura,oscilando un poco mientras apoyaba la cabeza en sus brazos.

  Tocaron a la puerta por tercera vez. 

—¡Un minuto¡ —gritó Evan. Se levantó de la banca y terminó por ajustarse las vendas. A pesar deque no tenía sed, dio un pequeño sorbo a un bote con agua para calmar un poco los nervios. Alatender el llamado, se encontró con quien menos pensaba ver ahí. 

—¡Por las tres lunas, vaya que has cambiado bastante¡ 

—Narvín, ¿qué haces aquí? 

—Vine de visita —contestó el niño balanceándose sobre sus pies—. Te dejo por un corto periodoy mira cómo te encuentro, inflado y metido en un buen lío. 

—Curioso que lo menciones —le reclamó—. Tú fuiste quien hizo que ingresara a la academia,¿recuerdas? Ahora tengo que vérmelas con un sádico. Espero terminar de una sola pieza.  

—Por eso no te apures —lo calmó Narvín—. Para eso son las vendas que llevas puestas, ¿no? Paraque te amarraren los huesos en la enfermería cuando todo termine. 

—Muy gracioso. Si estuvieras en mi posición no bromearías. Tú no lo vas a tener enfrente. 

—¿Acaso tienes miedo? —preguntó Narvín con reproche—. Si preparas tu mente para el fracaso,será mejor que ni te atrevas a salir, porque ese tal Baius te va a despellejar vivo. 

—Tiene fama de ser más cruel que su maestro, al cual lo apodan El Cruel, casi nada. 

—Sólo son simples apodos que a la gente le gusta poner por diversión o publicidad —apuntó elniño—. No te dejes guiar por un nombre, guíate por la persona que lo porta. ¿Entendiste, Evan ElDislocado? 

—Sigue burlándote. 

Caminaron por detrás de la estructura del gimnasio, dejando atrás los vestidores y áreas deentrenamiento físico. A pesar de las sólidas paredes, los gritos de la audiencia traspasaban hasta susoídos. Afuera se efectuaban otras pruebas de exhibición para los militares, quienes vitoreaban a suscontendientes favoritos cada vez que tenían oportunidad. Por la cantidad de gritos, Evan imaginó queel lugar estaría abarrotado. 

—¿Algún consejo? —pidió al niño cuando se hallaron justo en el acceso al gimnasio. 

—Si te digo que dejes fluir tu energía interna, no vas a tener idea de lo que hablo ¿verdad? —SoltóNarvín con picardía—. Lo mejor que te puedo recomendar es que dejes de temer algo que ni siquierahas experimentado. Ten confianza en ti mismo, pues en físico no te supera; eres tan alto como él y tucuerpo se ha desarrollado tanto como el suyo. Además, me han dicho que has estado ocupado en tusentrenamientos y que asombraste a más de uno moviendo rocas como si fueras una máquina. Tufuerza ha creado una fama en todo el plantel. 

Evan se sonrojó. Agradeció que Narvín haya aparecido en ese momento. Se sintió más animado alescucharlo y sonrió para sus adentros. En el fondo sabía que sólo eran palabras de aliento, pues surival poseía la experiencia y el coraje para destrozar a cualquiera; no obstante, él tenía algo único, algoque sólo ellos dos conocían. 

El milagro de EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora